Misa de consagración de la diócesis de San Roque a la Santísima Virgen María
BARBARO, Hugo Nicolás - Homilías - Homilía de monseñor Hugo Nicolás Barbaro, en la Consagración de la diócesis de San Roque de Presidencia Roque a la Santísima Virgen María (11 de octubre de 2025)
El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que cuando Jesús subió al Cielo, los Apóstoles regresaron a Jerusalén. Subieron a la sala donde solían reunirse, e íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús (Hech 1, 14).
Estaban con María, se apoyaban en la Madre que les dejó Jesús, y que nos dejó también a nosotros. Tendrían que ir por todo el mundo a predicar el Evangelio, y las perspectivas no eran para nada alentadoras; los perseguían las autoridades judías que mataron a Jesús, y en el resto del mundo mataban a quienes no aceptaran a sus dioses paganos. María comprendía sus miedos, sus inseguridades, los ayudaba a confiar en Dios: ningún obstáculo por grande que pareciera podría detener su misión. Confiaron en que Dios tiene sus caminos, tantas veces incomprensibles para nosotros; lucieron por su esperanza, incluso a la hora de sufrir el martirio.
Esa confianza en Dios, esa esperanza, estaban con creces en María. Lo primero que conocemos de Ella es que respondió con un sí rotundo al anuncio del Ángel. Era una chica joven, no sabía qué le esperaba, pero fue valiente, confió absolutamente en Dios.
La Virgen sale poco en los Evangelios. Se recogen sus palabras en las bodas de Caná: hagan todo lo que Él les diga. Así vivía Ella, buscando la Voluntad de Dios y cumpliéndola.
No faltaron en su vida inseguridades, miedos, sufrimientos. Un edicto del Emperador los obligó a ir a Belén, así respondió Dios a la duda sobre si debían viajar o no. Sufrieron al no encontraron lugar para alojarse y acabaron en un establo, pero lo pastores que aparecieron fueron una señal clara de la cercanía de Dios Padre. Fue alegre la sorpresa al recibir a los Reyes Magos, pero tremendo el miedo al tener que huir a Egipto, a las corridas y sin nada, eran pobres.
Fue durísima la angustia al perder a Jesús con 12 años. Al encontrarlo en el Templo, María le dijo: ¿Hijo, porqué nos has hecho esto? No entendió su respuesta; el Evangelio sólo añade que María todo lo guardaba en su corazón, meditándolo; buscaba descubrir qué quiere Dios, cuál es el camino.
Cuántas alegrías tendría María viendo crecer a Jesús, al acompañarlo en su vida pública. Le dolería verlo cansado, sufrir críticas, amenazas, mal trato, traiciones. ¿Entendería porque el Padre Dios permitía todo eso? Confiaba; Él había dicho: Mis pensamientos no son los pensamientos de Uds., ni los caminos de Uds. son mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que los caminos de Uds., mis pensamientos más que los pensamientos de Uds. (Isaías 55, 8-9).
Le pedimos a Nuestra Madre del Cielo la Gracia de confiar más en Dios y así, aunque no entendamos sus caminos, cosas que cuestan y permite, sea una esperanza más viva la que meta serenidad y paz en nuestro corazón, incluso optimismo en medio de las dificultades.
Parece imposible mayor crueldad que la que sufrió Cristo en la Cruz. El Evangelio dice: Stabat Mater: estaba con firmeza la Madre junto a la Cruz. Jesús obedecía al Padre, también obedecía María acompañando a su Hijo. Guardaba todo ese sufrimiento en su corazón, meditándolo; era inentendible, pero la esperanza la sostuvo. No se equivocó: al tercer día llegó la alegría de la Resurrección del Señor, de la humanidad redimida.
Jesucristo le hizo un encargo: ahí tenés a tu hijo, y esos hijos somos nosotros. La Virgen está siempre junto a cualquier hijo que sufre, que lo pasa mal, que se siente solo: no somos huérfanos. María nos hace sentir aquello que afirmó San Pablo: para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para su bien (Rom 8, 28).
La esperanza cristiana no es la seguridad de que un enfermo se va a curar, o que un problema se va a resolver como por magia, aunque por la oración conseguimos que muchos recuperen la salud y que tantos problemas se resuelven. El rey David nos da la pauta de lo que es nuestra esperanza: Si un ejército acampa contra mi, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, en ella yo esperaré. Una cosa pido al Señor por los días de mi vida, gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo (Sal 27, 2-3).
No se trata de ser insensible ante el dolor, pero, aunque parezca que todo el mal se nos viene encima, mi corazón no tiembla porque espera en el Señor, Él tiene la última palabra. María nos ayuda a mirar hacia adelante, a poner los ojos en la vida eterna para gozar de la dulzura del Señor, contemplarlo.
Leo unas palabras del Papa Francisco: Dios nunca deja que nos hundamos, no cabe la desesperación, el desaliento (Homilía en Aparecida, 2-XI-2013).
No nos faltan dificultades en la vida, incomprensiones, situaciones duras, a veces familiares; falta de plata o de trabajo, enfermedades, o lo que sea; nos afectan tantos males sociales. Dios no quiere el mal, lo permite. Añadía el Papa Francisco: Por menos esperanzador que parezca el horizonte: Dios camina a nuestro lado, María nos lleva en sus brazos, María está. Así como fue con prisa a la casa de Santa Isabel cuando intuyó que necesitaría de su compañía, con esa prisa se hace presente en nuestras vidas, nos da una visión positiva de la realidad (cfr. ibid.).
Visión positiva de la realidad: somos hijos de Dios, y somos hijos predilectos de María. No pongamos la esperanza en los ídolos: el dinero, el éxito, el pode, el placer. (…) … llenan el corazón de soledad y de vacío (cfr. ibid.). Caminemos con optimismo, agradeciendo tantas alegrías, con la seguridad que nos da la fe; siempre confiando en Dios, que las cruces las lleva Cristo con nosotros, y siempre trae bienes, y el más importante es el Cielo.
Hagan todo lo que él les diga. ¿Qué nos dice Jesús? Que nuestro corazón esté siempre limpio, que busquemos el perdón de Dios. Que nos alimentemos con la Eucaristía, que nos apoyemos en la fuerza de la oración, que seamos servidores. Y que caminemos por la vida con paz, con serenidad, acudiendo mucho a María, la Madre que cumple con su misión de cuidarnos.
Dios quiere que llevemos esperanza a las familias, a los vecinos, por todas partes, que la contagiemos. El Papa León XIV pidió hace poco que mientras estamos en camino, como individuos, como familia, en comunidad, especialmente cuando aparecen las nubes oscuras y el camino se percibe incierto y difícil, levantemos la mirada, contemplémosla a Ella, nuestra Madre, y volveremos a encontrar la esperanza que no defrauda (Papa León XIV, 14-VIII-2025).
Acabo con una oración: Acuérdate. Virgen Madre, cuando estés ante los ojos del Señor, de hablar bien en nuestro favor. Estamos seguros de que María lo hace. Así sea.
Mons. Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña