Virgen del Rosario
MARTÍN, Eduardo Eliseo - Homilías - Homilía de monseñor Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario, en fiesta de la Virgen del Rosario (7 de octubre de 2025)
Queridas hermanos y hermanas:
En este día en que celebramos a la Virgen del Rosario como santa patrona y fundadora de Rosario, en sus 300 años de existencia, invocando al Espíritu Santo, con su luz y con su fuerza quiero recordarles que Jesucristo, muerto y Resucitado, el fruto bendito de María, es nuestro Redentor, y que no hay otro nombre dado a los hombres, para ser salvados que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre (Cf. Hech 4,12). Y que todo el que cree en Él tiene Vida Eterna (cf. Jn 3,36).
Es por la obediencia de María a la Palabra de Dios expresada por el Arcángel Gabriel, es por ese “Hágase en mi según tu Palabra” (cf, Lc1, 38) que Jesucristo vino al mundo. María creyó que para Dios nada es imposible, y el Espíritu Santo fecundó su vientre purísimo para darnos a Jesús.
¡Gracias Madre! ¡Por haber dicho que sí al anuncio del Ángel!
¡Gracias Madre por tu coraje de llevar adelante algo único en toda la historia de la humanidad, único y decisivo para todos los hombres, pues por ti hemos recibido al autor de la Vida, Jesucristo Nuestro Señor!
Querida Madre de Dios, tu Hijo Jesús quiso que también fueras nuestra Madre, cuando al pie de la cruz nos la diste, en la persona del discípulo amado, como nuestra Madre. Nuestra Ciudad tiene como patrona a la Madre de Dios, que hermoso saber que tenemos Madre; eso significa: amor, ternura, protección, consuelo en la aflicción, ayuda en la necesidad. ¡Gracias Virgen María del Rosario por ser nuestra Madre! ¡Gracias por cubrirnos por tu manto maternal a lo largo de estos tres siglos!
Celebramos tres siglos de existencia, y me pregunto, ¿Qué es Rosario sino una ciudad de inmigrantes que nació alrededor de La Virgen del Rosario? Inmigrantes fueron, por 1725, aquellas pocas familias españolas y aborígenes calchaquíes convertidos a la fe católica y residentes en el Pago de los Arroyos, a orillas del Paraná; veneraban una imagen sagrada bajo la advocación de “Nuestra Señora del Rosario”. Esta devoción les lleva a cambiar el nombre del lugar por el de “Nuestra Señora del Rosario” o “Capilla del Rosario”. Alrededor de esa capilla se fue formando la población, constituyéndose la Virgen en su centro espiritual. Fueron variando los nombres, pero quedó Rosario, indicando que María Santísima es la que une a esta Ciudad en el paso de los tiempos. Ella es el alma de esta Ciudad.
El Gral. Manuel Belgrano hizo que Rosario fuera la cuna de nuestra bandera Nacional, izándose por primera vez en nuestras barrancas al amparo de la Santísima Virgen del Rosario. Y su manto celeste y blanco, desde Rosario, cubre a todos los argentinos.
A los pobladores de los primeros tiempos, cuando el país se organizó institucionalmente, se abría a la inmigración, sobre todo europea. Rosario experimenta su gran crecimiento poblacional, su desarrollo económico y social. Vienen inmigrantes de distintos países, la mayoría de ellos católicos; y vienen con sus devociones marianas; así vemos surgir diversas Parroquias que se sumarán a la Parroquia del Rosario, la mayoría de ellas dedicadas a distintas advocaciones de la Sma. Virgen: Inmaculada Concepción 1898, Perpetuo Socorro de 1912, Ma. Auxiliadora de 1927, Lourdes, La guardia, la Merced de 1929, etc. Todas estas comunidades parroquiales Marianas y las que siguieron después dan una identidad profundamente mariana a nuestra Ciudad.
Pero Rosario siguió recibiendo inmigrantes sobre todo en la segunda parte del siglo XX, inmigrantes del interior del país como chaqueños, correntinos con la Virgen de Itatí, la Comunidad Qom, y de naciones vecinas como Bolivia con su Vírgenes de Copacabana y de Urcupiña, del Paraguay con Ntra. Sra. de Caacupé, de Perú con Ntra. Sra. del Carmen etc.
Por todo esto podemos decir que La Virgen María es el alma de Rosario.
Queridos hermanos, a nosotros se nos entrega la antorcha de la fe que quienes nos precedieron nos legaron. La fe de nuestros padres, de nuestros mayores, que a nosotros nos toca encarnar en el hoy de nuestra historia; una fe viva y encarnada que nos da el sentido último de la existencia, que nos dice que Dios nos ha creado para el cielo, pero que ese más allá se construye en el más acá, viviendo una fe encarnada. La vivencia de la fe genera una humanidad nueva, genera familia, comunidad, fermento en la masa, sal y luz de la tierra. Una fe que estamos llamados a comunicar para que se esclarezca y se acreciente. Hay tantos hermanos nuestros que esperan de nosotros el testimonio del Evangelio. María peregrina con nosotros en la esperanza. Vayamos al encuentro de nuestros hermanos para compartir el don maravilloso de ser cristianos católicos. Y demos el testimonio del amor y de la unidad, para que el mundo crea. Hagámoslo con María peregrina de esperanza.
La fe vivida auténticamente humaniza, genera un deseo de caminar junto con otros hermanos de otras denominaciones cristianas y de otras religiones, o simplemente personas de buena voluntad, para la construcción del bien común y de la paz.
Una fe viva es una fe comprometida con el tiempo que nos toca vivir. Desde nuestra fe católica queremos seguir trabajando para que nuestra Ciudad vaya adquiriendo un rostro cada vez más humano, más acogedor, donde todos y cada uno de los rosarinos tengan asegurados sus derechos fundamentales, y que a nadie le falte ni el pan, ni el trabajo, ni la casa, ni la salud, ni la educación. Una sociedad más justa y más fraterna. Donde se vaya erradicando el narco y nuestros pibes sean prevenidos de caer en las adicciones que matan. Viviendo nuestro compromiso ciudadano, procurando ser solidarios con quienes más sufren queremos ir preparando a través de la Ciudad terrena, de la mano de María del Rosario, la Ciudad de eternidad, término de nuestra esperanza. Amén.
Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario