31ª Asamblea Federal de la Acción Católica Argentina

LOZANO, Jorge Eduardo - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo, en la misa de clausura de la 31ª Asamblea Federal de la Acción Católica Argentina (San Miguel de Tucumán, 17 de agosto de 2025)

Año Santo “Peregrinos de la Esperanza”
¡Alabado sea Jesucristo!

Qué hermoso hábito comenzar cada encuentro, cada celebración o cada tarea con este saludo: “¡Alabado sea Jesucristo!”. Pero no es solo una fórmula reiterativa y costumbrista, sino la síntesis de nuestro deseo más hondo, de nuestro anhelo de corazón. Cuando proclamamos “alabado sea”, estamos diciendo, también y especialmente: “amado sea…”, “anunciado sea…”, “seguido sea…”. Queremos que Jesucristo sea verdaderamente el centro de nuestras vidas, que Él sea amado por cada persona, por nuestras comunidades, por toda nuestra patria; aspiramos que su Palabra sea acogida, tomada como camino, guía y luz.

Como expresa bellamente el Documento de Aparecida, “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (DA 29)
Yo mismo les confieso: amo a Jesucristo, con toda mi vida y con mis fragilidades a cuestas. Lo amo con la certeza serena y, a veces, con la pasión ardiente propia de quien se sabe salvado y enviado.

Hoy Él nos invita a renovarnos en la alegría de la misión. A cada uno y cada una, le habla en lo profundo del corazón. A vos. Te llama a seguirlo y reconocerlo como tu amigo, tu Señor, tu maestro. Caminemos tras sus huellas como discípulos misioneros, agradecidos por haber sido llamados a compartir la fe en la Acción Católica. Humildes ante la grandeza de la tarea, pero confiados en su amor.

La alegría brota de reconocernos amados con ternura descontrolada. Por reconocer un amor que desborda del Corazón de Jesús, que “me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gálatas 2, 20).

A Él, a Jesucristo, le entrego mi vida. No es una entrega abstracta ni lejana; es concreta, cotidiana, hecha de pequeños gestos, de decisiones sencillas, de luchas y alegrías, de caídas y nuevos comienzos. Todo lo pongo en sus manos: mis sueños y mis miedos, mis fuerzas y mis límites. Porque solo en Él encuentro la plenitud y la alegría verdadera.

Y en este día de clausura de nuestra Asamblea Federal, después de tanto compartir, de abrir el corazón y escuchar las voces y esperanzas de la Acción Católica de la Argentina, te invito a percibir en tu interior el mismo fuego que Jesús encendió en quienes lo conocieron. Sintiendo ese fuego en el corazón, nos unimos al deseo expresado por el Señor: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!” (Lucas 12, 49). Es el fuego de su amor, de su compasión, de su justicia, de su misericordia, de su verdad. Es un fuego que no destruye, sino que transforma y renueva todo lo que toca.

Es el fuego que reúne en torno. Así como Jesús, en la playa del lago después de la resurrección, preparó el fuego para reanimar a sus discípulos del frío y el cansancio de la derrota (Juan 21, 9). Es ese fuego el que une a la Iglesia, el que da calor y fortaleza para seguir caminando.

Es el fuego que la Palabra hacía arder en el corazón de los discípulos que desalentados regresaban a Emaús, y que prepara a a la fracción del Pan.

Es el fuego del Espíritu Santo que descendió en Pentecostés sobre María, los Apóstoles, las discípulas y discípulos, y que les fortaleció en comunión y misión.

Es el fuego que enciende la luz del faro para orientar a quienes quieren llegar a lugar seguro en noches de tormenta y miedo.

Es el fuego que nos pone en marcha para ser Peregrinos de esperanza. Hace falta ponerse de pie, levantarse, salir del propio encierro y zona de confort.

¡Yo quiero ese fuego!

Ahora, al regresar a nuestras diócesis, no permitamos que nos dispersemos olvidando lo vivido, ni volvamos a lo mismo de siempre. Que este fuego del Espíritu Santo, encendido en nuestros corazones, nos transforme en portadores de esperanza.

Alimentemos ese fuego adorando a Jesús, compartiendo la fe en comunidad, escuchando a los desalentados, a quienes se les apagó el entusiasmo; busquemos a Jesús en los descartados, y también en las fiestas y alegrías de cada día. Allí también se enciende y fortalece la llama.

Alentemos los sueños de una Iglesia más viva, sinodal, misionera y en salida hacia las periferias. Soñemos que en nuestras comunidades, compuestas por varones y mujeres atravesados por la fragilidad y la debilidad, es posible vivir el mandamiento nuevo del amor. Convencidos que “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268), por quienes sufren, por los que esperan, por quienes siguen soñando y luchando.

Pero ¡no dejemos que nos roben los sueños! No es absurdo soñar con un mundo en Paz y Justicia. Donde se erradique el hambre y se cuide la casa común. Seremos signos de contradicción, porque la vida cómoda no es alternativa; el Evangelio nos impulsa a salir del conformismo y abrazar el desafío.

No olvidemos que los profetas fueron perseguidos, ninguneados, abatidos. Jeremías, Elías, y también Juan el Bautista. ¿Será distinto para mí?

Probablemente no. Pero en medio de la prueba, la esperanza no se apaga, porque somos peregrinas y peregrinos de esperanza, llevando la luz de Cristo a todos los rincones.

Pidamos hoy, en esta clausura, que el Espíritu Santo nos renueve en ese ardor, nos haga valientes, nos inspire en la creatividad, humildes y audaces, capaces de amar como Jesús amó. Que cada rincón de nuestra patria, cada hogar, cada comunidad, vea en nuestro testimonio la presencia viva de Jesucristo, amado y seguido.

Caminemos con confianza, como Iglesia viva y samaritana, llevando la alegría del Evangelio a todas partes. Que la Acción Católica siga siendo signo de unidad y esperanza en la Argentina, fermento evangélico en la sociedad.

Al Beato Cardenal Eduardo Francisco Pironio, al Beato y Mártir Wenceslao Pedernera, que tanto amaron a la Acción Católica, les pedimos que desde el cielo cuiden el fuego del Espíritu en nuestras vidas.

A María, nuestra Madre, le confiamos los frutos de esta Asamblea. Que ella, la primera discípula misionera, nos enseñe a decir siempre “sí” al llamado de Dios y a llevar a Jesucristo a cada persona.

Alabado sea Jesucristo… ¡por siempre sea alabado!

Mons. Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y Asesor General de la Acción Católica Argentina