Nostra Aetate. A 60 años del Concilio Vaticano II
Comisión Permanente - Otros documentos - Palabras de monseñor Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, a 60 años del Concilio Vaticano II (Buenos Aires, miércoles 13 de agosto de 2025)
Palabras del arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Marcelo Colombo al recibir, en ocasión de la 200ª reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, la visita del Rabino Ariel Stofenmacher, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano Marshall T. Meyer, en el marco del 60º aniversario de Nostra Aetate, uno de los documentos más significativos del Concilio Vaticano II, que aborda las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Por la comunidad musulmana estuvo presente Omar Abboud.
Hace 60 años, el Papa San Pablo VI promulgó la luminosa declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Para los católicos, se trató de una declaración necesaria y audaz que nos comprometió a trazar un nuevo camino en las relaciones con otras religiones.
Si bien en sus orígenes el móvil del documento fue la tragedia del antisemitismo, esa semilla de cizaña que infectaba de odio y violencia el campo sembrado con la semilla de la fe, la declaración se convirtió en un faro que sentó las bases para que los cristianos católicos, a la luz del evangelio de Jesucristo, en quién Dios quiso reconciliar consigo todas las cosas (cf. 2Co 5,18-19), reprueben como ajena a su espíritu y contenido cualquier forma de discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión (cf. NA 5).
Reconocemos con gratitud la obra de Dios en nosotros en este sentido, e imploramos que nos ayude a seguir dando pasos fecundos.
La declaración nos recuerda que los hombres buscan en nuestras religiones la respuesta a los enigmas más recónditos de la condición humana: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué es el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?... Sobre todo, quieren encontrarse con aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos. (cf. NA 1).
La respuesta a esas búsquedas no se encuentra inmediatamente ni solamente en nuestros dogmas, sino en nuestro estilo de vida, en nuestras comunidades, en nuestros santos y testigos, en el modo sereno y convencido como buscamos la verdad, la justicia y la paz, y nos ayudamos mutuamente a encontrarla.
Muchos creemos en un Dios que ha querido presentarse como el Dios de Abraham y de sus hijos. Un Dios que asume el riesgo en la historia de hacerse conocer por el testimonio de sus creyentes. El modo como vivimos manifiesta al Dios en quien creemos.
La santidad, la verdad y la justicia que anida en nuestras religiones nos une a Dios y nos une entre nosotros, y da un testimonio más claro para conducir a Dios a los hombres que aún no creen. (cf NE 2).
Por eso el Concilio Vaticano II exhorta a los católicos a que, con caridad y prudencia, mediante el diálogo y la colaboración con los hermanos de otras religiones, reconozcamos, guardemos y promovamos aquellos bienes espirituales y morales que tenemos en común, y que lo hagamos sobre todo con nuestro testimonio de fe y vida cristiana (NE 2).
Con nuestros hermanos mayores, el pueblo de Israel, reconocemos a Dios como un Padre. Moisés lo expresó diciendo al Faraón: “Esto dice el Señor: Israel es mi hijo primogénito” (Ex 4,22) y el profeta anhela los tiempos en que se les dirá: “Hijos del Dios viviente” (Os 2,1). Jesucristo, une sus discípulos a Dios de un modo único, dando a los creyentes el Espíritu Santo que los hace clamar “Abba”, Padre (Gal 4,6).
Con los creyentes del Islam, invocamos el nombre de Dios como “el clemente y misericordioso”. Así reza aquella “Basmala” que no solo encabeza casi la totalidad de suras del Corán, sino que también es recitada para invocar la bendición de Dios sobre las tareas importantes de la vida. “Adonay, Adonay, Dios misericordioso y compasivo”, dice el Señor a Moisés en la Montaña de la Alianza, y por boca de los profetas repetirá “quiero misericordia más que sacrificios” (Os 6,6). Los cristianos confesamos que Jesucristo ha revelado esa misericordia y perdón, y como buen samaritano, se ha hecho cargo del hombre herido. (Lc 10)
El hinduismo, el budismo y las demás religiones que se encuentran por todo el mundo, también se esfuerzan por responder a las inquietudes del corazón humano (NA 2). No podemos desconocer tampoco la sabiduría, las intuiciones y las expresiones religiosas los pueblos originarios de América y otros continentes que también deben ser lugares de diálogo y encuentro. “Si uno cree que el Espíritu Santo puede actuar en el diferente, entonces intentará dejarse enriquecer con esa luz, pero la acogerá desde el seno de sus propias convicciones y de su propia identidad” (Exhortación Querida Amazonía 106).
A todos nos une la responsabilidad de ser testimonio viviente de la misericordia y de la compasión que profesamos de Dios, porque como dice un discípulo amado de Jesús ¿quién puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve? (cf. Jn 4,20-21).
Lo recuerda la declaración conciliar: La relación del hombre con Dios Padre y la relación del hombre para con los hombres, sus hermanos, están de tal forma unidas que, como dicen las Escrituras (cristianas), el que no ama, no ha conocido a Dios. (cf. NA 5).
En la última década, el querido papa Francisco ha sido un testigo valiente y audaz del diálogo interreligioso. Me permito recordar sus palabras en la encíclica Evangelii Gaudium.
Una actitud de apertura en la verdad y en el amor debe caracterizar el diálogo con los creyentes de las religiones no cristianas, a pesar de los varios obstáculos y dificultades, particularmente los fundamentalismos de ambas partes. Este diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas. Este diálogo es, en primer lugar, una conversación sobre la vida humana […]. Un diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales. […]
En este dialogo, siempre amable y cordial, nunca se debe descuidar el vínculo esencial entre diálogo y anuncio, que lleva a la Iglesia a mantener y a intensificar las relaciones con los no cristianos. Un sincretismo conciliador sería en el fondo un totalitarismo de quienes pretenden conciliar prescindiendo de valores que los trascienden y de los cuales no son dueños. La verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa, pero «abierto a comprender las del otro» y «sabiendo que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno». No nos sirve una apertura diplomática, que dice que sí a todo para evitar problemas, porque sería un modo de engañar al otro y de negarle el bien que uno ha recibido como un don para compartir generosamente. La evangelización y el diálogo interreligioso, lejos de oponerse, se sostienen y se alimentan recíprocamente. (EG 250-251)
El Papa caminó siempre con este espíritu y un hito luminoso fue la firma del “Documento sobre la paz mundial y la convivencia común” con el gran Imán y rector de la universidad de Al Azhar en Abu Dabi en 2019, por el que se instauró luego el 4 de febrero como el día internacional de la fraternidad humana.
En nuestra época (Nostra Aetate), nuevos desafíos nos urgen al diálogo y el encuentro. Nuevos modos de discriminación entre los hombres y los pueblos afectan la dignidad humana y los derechos que de ella dimanan. Ellos interpelan a los creyentes de todos los credos.
- La relación creciente y los vínculos entre los seres humanos y los pueblos, que ya se advertían en tiempos del Concilio (cf. NA 1), acontece ahora también en el escenario del así llamado “continente digital”. Junto a las ricas posibilidades de progreso y de encuentro que el mismo ofrece, advertimos que han fermentado en él peligrosas levaduras al servicio del odio, de la cancelación, de la manipulación… Ellas pueden asfixiar esas posibilidades y desatar fuerzas de deshumanización incontrolables.
- Cada vez son más notorias e impunes la insensibilidad y la ambición de los que, negando el destino universal de los bienes, proponen modelos de progreso que cobran víctimas humanas a través de la pobreza planificada o aprovechada. “No es sostenible la pretensión de un crecimiento económico infinito materialmente en un mundo que es finito”, “Tampoco lo es el hecho que en el afán de generar riquezas materiales se sacrifiquen las condiciones de vida de pueblos enteros”.[1]
- Es necesario además promover la paz, contribuyendo al fin de los horrores de la guerra y a la verdadera justicia social, denostada por algunos y corrompida por otros, principio fundamental de familia humana, y base moral de nuestras creencias.
Por eso invito a hacer nuestras las palabras del Papa León en su discurso a las delegaciones ecuménicas que lo saludaron en el comienzo de su pontificado:
A todos ustedes, representantes de las demás tradiciones religiosas, les expreso mi gratitud por su participación en este encuentro y por su contribución a la paz. En un mundo herido por la violencia y los conflictos, cada una de las comunidades aquí representadas aporta su sabiduría, su compasión y su compromiso con el bien de la humanidad y el cuidado de la casa común. Estoy convencido de que, si estamos unidos y libres de condicionamientos ideológicos y políticos, podremos ser eficaces al decir “no” a la guerra y “sí” a la paz, “no” a la carrera armamentista y “sí” al desarme, “no” a una economía que empobrece a los pueblos y a la tierra y “sí” al desarrollo integral.
El testimonio de nuestra fraternidad, que espero podamos manifestar con gestos concretos, sin duda contribuirá a construir un mundo más pacífico, como lo desean en lo más profundo de su corazón todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Mons. Marcelo Colombo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Nota
[1] Pastoral Social Mendoza, Minería… ¿Cómo? Aportes para la participación responsable de todos. Mendoza, 5 agosto 2025.