San Cayetano

ROSSI, Ángel Sixto SJ (Jesuita) - Homilías - Homilía de del cardenal Ángel Sixto Rossi SJ, arzobispo de Córdoba en la misa en honor a San Cayetano (7 de agosto de 2025)

Cuando vamos a ver nuestros lagos, hay días en los que se pesca mucho y otros en los que, como dijo uno, “saqué una barbaridad”. Y, al preguntar “¿cuánto?”, respondió: “Uno solo... le puse nombre a ‘barbaridad’”. Un solo pescado.

Esa es la experiencia. Lo viví: una noche entera trabajando, con la sensación de frustración. Entonces, el Señor los anima: “Vamos mar adentro y echen las redes de nuevo”. Y Pedro, que tenía un carácter fuerte, le dice: “Señor, se ve que no estuviste con nosotros toda la noche, ¿no? Hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada”.

El Señor le responde: “Pedro, confía. Pedro, no tengas miedo. Anímate”. Y él, quizás interiormente, pensó: “Si fuera por mí, no salgo, pero porque me lo pedís vos, salgo”. Y se llevó la hermosa sorpresa de que casi se les da vuelta la barca de la cantidad de peces.

De alguna manera, esto expresa también nuestra propia experiencia. El trabajo -gracias a Dios, cuando se lo tiene- muchas veces es arduo, otras veces mal remunerado, y muchas veces, aunque digan lo que digan, no alcanza para “cubrir la olla”. Es también la experiencia de quien trabaja y de quien busca trabajo: de aquel que recorre nuestra ciudad buscando empleo y que, al llegar la noche, con los pies cansados, debe decirle a su esposa y a sus hijos: “No hay nada”.

Sepan que eso no le quita dignidad a la persona. La dignidad no se pierde. Aunque tengamos que pasar muchas necesidades, aunque algunos supongan o pretendan herir nuestra dignidad o pensar que algunos son más dignos que otros, un hombre o una mujer que busca trabajo con empeño, que llega quizás cansado a casa, secándose las lágrimas antes de entrar, pisa tierra sagrada.

La dignidad del corazón humano que quiere para su gente trabajo, el plato de cada día, no solo un almuerzo y después “que coman los chicos y nosotros un mate cocido”, sino poder sentarse juntos a la mesa como merece toda familia, no se pierde jamás. Aunque algunos pretendan lo contrario.

Por eso, siéntanse muy dignos en su trabajo, sea el más sencillo o el más complicado. Y siéntanse también muy dignos, hombres y mujeres que cada día salen a buscar trabajo, renovando la esperanza y dejándose decir por el Señor: “No temas. Anímate”.

El Señor nos concede esta gracia y, sobre todo, la de poder revisar: ¿a qué se debe esta falta de trabajo? A veces, a nuestra propia lentitud; otras, a la falta de solidaridad; otras, a deplorables egoísmos.

Ayer -y sin querer meterme en ámbitos que no son los míos- escuché a una diputada nuestra, a quien le preguntaban qué iba a decidir a la hora de votar sobre el tema de los jubilados y de las personas con discapacidad. Respondió: “Yo soy representante del bloque”. Que sepan que han sido elegidos no para ser representantes de un bloque, sino para ser representantes de su pueblo, y sobre todo de su pueblo necesitado. No para ser esclavos de un bloque, sino representantes de su gente.

Este es el trabajo de todos. Tenemos una triple obligación: primero, sensibilizarnos -no el “sálvese quien pueda”-; segundo, estimularnos en las crisis para una acción inteligente y práctica; y tercero, el desafío de intervenir, de que cada uno ponga de su parte.

Esto puede darse en el barrio: el vecino que sabe que otro está en penuria y le alcanza algo, aun en medio de su propia necesidad. Nuestro pueblo, en esto, es una maravilla de solidaridad. Es capaz de compartir “el cuchante” de arroz. En ese aspecto, el pueblo más sencillo es maestro. No para idealizarlo, porque también tenemos defectos, pero en ese punto, uno se saca el sombrero.

La verdadera compasión no brota solo de un sentimiento, sino que se realiza en comunión. No es un calorcito en el corazón, sino una mano que ayuda. Dar trabajo también es no despedir al que ya lo tiene. La caridad comienza por ahí.

La dignidad en el trabajo también se vive en lo cotidiano: saludar al entrar a la empresa o al lugar laboral, preguntar “¿cómo anda?” a quien abre la puerta, sabiendo que detrás de ese rostro hay familia, enfermedades o hambre. No es un paquete: es un ser humano.

A veces el desafío es sostener un puesto, aunque implique no cambiar el auto, no sacar un cero kilómetro, no hacer un viaje merecido. Quizás, en vez de ir a Cancún, darse una vuelta por Brochero... que capaz resulta más lindo.

Cuidémonos entre nosotros. No nos desanimemos cuando nos sintamos ninguneados o no respetados. Pensemos en nuestros abuelos, todos venimos de abuelos trabajadores que se deslomaron por darnos un plato de comida, muchos por darnos educación. La memoria de ese criollo trabajador, de ese tano que vino en un barco y se puso a trabajar, de ese turco que la luchó, de ese gallego que abrió una carnicería. Todos venimos de esas familias que se han roto el lomo para darnos dignidad. Y ustedes lo hacen hoy por sus hijos.

Si a veces no encontramos trabajo, eso no quita nada a la dignidad ni a la grandeza del corazón.

Hoy sintamos esa gracia linda, poniéndonos bajo la mirada de la Virgen, de Jesús y de nuestros santos, especialmente de San Cayetano. Uno piensa: quizás hay pocos ojos por los que pasen más rostros que por los de San Cayetano, y tal vez le ganen solo la Virgen y, por supuesto, Jesús.

El Evangelio dice: “Levantemos la mirada”. Miremos al Señor en la cruz. Miremos a la Virgen, que maternalmente nos abre los brazos. Miremos a nuestros santos, que supieron de trabajo y que atesoraron en sus ojos y en su corazón las alegrías y agradecimientos de quienes hoy vienen a dar gracias por tener, mantener o conseguir trabajo. Otros vienen a depositar lágrimas por lo que no salió como esperaban.

Los santos no se desanimaron ni se escandalizaron por nuestras fragilidades. Ponemos bajo la mirada de San Cayetano es recibir de él a su Hijo, el pan, el grano de trigo, signo de esperanza.

Que hoy volvamos a casa con ánimo, sintiendo que el Señor nos vuelve a decir: “No temas. Anímate. Mar adentro otra vez”: mar adentro en la esperanza, mar adentro en la alegría, aun en medio de la tristeza; mar adentro mirando a quien sufre más, cuidando a nuestros mayores, atendiendo a quienes tocan nuestra puerta y nuestro corazón.

Dejemos de orillar la vida y vayamos mar adentro. Esa es la gracia que les propongo ahora. Ya no me miren a mí: miremos a San Cayetano y díganle cada uno una palabra. No lo reprochen. Algunos dirán: “Gracias”. Otros: “No doy más”. Otros volverán a casa con alegría. Otros pondrán el nombre de un familiar que necesita especialmente la caricia del Señor, de la Virgen y de los Santos. Otros dirán: “Vamos a empezar de nuevo”. Otros: “Aunque no tengamos fuerzas, vamos mar adentro y echamos las redes otra vez”.

Pidámosle que cuide a los que nos cuidan, que perdone a quienes nos desprecian y que nos dé muchas fuerzas. Quedémonos un momento en silencio, mirándolo al Santo y diciéndole lo que salga del corazón.

Card. Ángel Sixto Rossi SJ, arzobispo de Córdoba