Misa "Pro eligendo Summo Pontifice"
Mons. Miroslaw Adamczyk - Homilías - Homilía de monseñor Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico durante la misa "pro eligendo Summo Pontifice" (Catedral del Buenos Aires, 7 de mayo de 2025)
Reverendo Padre Alejandro Russo, Rector de la Basílica Catedral.
El último domingo, hace tres días, en el Vaticano se cerraron los “Novendiales”, los nueve días de duelo después del funeral del querido Papa Francisco. Este tiempo, después de su piadosa muerte acontecida el 21 de abril, ha servido a toda la Iglesia para agradecer a Dios por todo el bien que ha hecho a la Iglesia a través del servicio, de la persona y de la obra de Papa Francisco.
Estamos celebrando esta eucaristía en la antigua catedral del Cardenal Bergoglio. Estoy profundamente convencido de que la Iglesia en Argentina está llamada a conservar el patrimonio y la enseñanza del Papa argentino. Deben estar orgullosos de su compatriota que por 12 años dirigió el rebaño del Señor en la tierra.
Recordando con tristeza la muerte del Santo Padre Papa Francisco, no podemos dejar de reconocer la importancia en la vida eclesial, de un liderazgo que mantenga la unidad de los cristianos. Santa Catalina de Siena nos recuerda que no existe el catolicismo sin la guía moral, humana y espiritual del Papa. La Iglesia lo necesita para mantenerse fiel y, al mismo tiempo, unida. A Pedro, Jesús le dijo “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos” (Mt 16, 18-19).
Per esta razón estamos aquí, reunidos en la Catedral de Buenos Aires, en unión con los cardenales, que en este momento entran en la Capilla Sixtina para pedir la luz del Espíritu Santo. Recemos con insistencia al Señor para que nos done un nuevo pastor según su corazón, para que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor y a la verdadera alegría.
La Iglesia católica es consciente de haber conservado, en fidelidad a la tradición apostólica y a la fe de los Padres, el ministerio del Sucesor de Pedro. Pedimos a Dios que nos dé el 267 (ducentésimo sexagésimo séptimo) Sucesor de San Pedro.
En la lectura del Evangelio, que hemos escuchado hace un momento hemos visto que, para los discípulos de Cristo, Él les recomendó de permanecer en su amor; “como el Padre me amó así yo los he amado: permanezcan en mi amor”.
Recordemos también la aparición de Jesús resucitado en el lago de Tiberiades (Juan 21), cuando Él le preguntó tres veces a Simón Pedro: “Simón hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? La respuesta de Pedro fue siempre “sí, Señor, te quiero” y Jesús le dijo “apacienta mis ovejas”.
La primera misión de Pedro y sus sucesores es justamente la de cuidar y proteger la Iglesia.
El Obispo de Roma, por su carácter episcopal, se explicita, en primer lugar, en la transmisión de la Palabra de Dios y por eso esta tarea incluye una responsabilidad específica y particular en la misión evangelizadora en el mundo entero.
La tarea episcopal que el Romano Pontífice tiene con respecto a la transmisión de la Palabra de Dios se extiende también dentro de toda la Iglesia. Como tal, es un oficio magisterial supremo y universal; es una función que implica un carisma: una asistencia especial del Espíritu Santo al Sucesor de Pedro, que involucra también, en ciertos casos, la prerrogativa de la infalibilidad. Como «todas las Iglesias están en comunión plena y visible, porque todos los pastores están en comunión con Pedro, y así en la unidad de Cristo», del mismo modo los Obispos son testigos de la verdad divina y católica cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice.
Junto a la función magisterial del Primado, la misión del Sucesor de Pedro sobre toda la Iglesia comporta la facultad de realizar los actos de gobierno eclesiástico necesarios o convenientes para promover y defender la unidad de fe y de comunión; entre éstos hay que considerar, por ejemplo: dar el mandato para la ordenación de nuevos Obispos, exigir de ellos la profesión de fe católica, y ayudar a todos a mantenerse en la fe profesada.
La unidad de la Iglesia, al servicio de la cual se sitúa de modo singular el ministerio del Sucesor de Pedro, alcanza su más elevada expresión en el Sacrificio Eucarístico, que es centro y raíz de la comunión eclesial; comunión que se funda también necesariamente en la unidad del Episcopado. Por eso, «toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión no sólo con el propio Obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la Iglesia entera.
Cada Sucesor de Pedro tiene una enorme responsabilidad por la Santa Iglesia y nadie puede pretender de cubrir solo esta grande responsabilidad y honor.
“No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto”. Son justamente los cardenales que elegirán al próximo Papa.
Pedimos que la luz del Espíritu Santo ilumine a los Cardenales, pero también pedimos la fuerza para que el elegido acepte.
“Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro, cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías; cuando seas viejo; extenderás las manos; otro te atará y te llevará a donde no quieras”.
Estas palabras que Jesús dirige a Pedro, a la orilla del lago, son válidas para todos los sucesores de Pedro. Ser Papa no es solo un honor, sino que una grande responsabilidad y sacrificio.
Señor Jesús, Hijo del Dios vivo
Tú eres el Señor,
el único Salvador.
Mira a tu pueblo en esta hora de orfandad
y manda a tu Espíritu Santo a renovar
la faz de la Iglesia.
Concédenos un Papa santo, que santifique al rebaño, que
lo gobierne con la verdad y la caridad, que le enseñe con la claridad de tu perenne Evangelio y doctrina.
Danos un Papa que predique con pasión y
ardor tu Evangelio, que proclame que Tú eres
el único Señor y Salvador, que atraiga
suavemente a las naciones a tu Reino, que dé testimonio valiente de la única verdad que eres Tú.
Danos un Papa lleno de amor y misericordia
con los pobres y los pecadores, un pastor
que cure las heridas y que sea incansable
en llamar a la conversión, pues sin
arrepentimiento tampoco hay perdón.
Danos un Pastor que nos lleve a volver la
mirada a lo alto y nos haga entender que
nuestro destino no es esta tierra sino en la gloria
del Cielo donde reinaremos contigo.
Ilumina a los Cardenales, que huyan de la
tentación de la mundanidad y del poder,
que busquen solo tu Gloria y el bien de la
Iglesia y que se abran a la inspiración
de tu Santo Espíritu. Amén
Mons. Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico