Homilía Misa por el eterno descanso del Santo Padre Francisco
GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, durante la misa por el eterno descanso del Papa Francisco (Explanada de la catedral metropolitana, 26 de abril de 2025)
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”.
Marcos 16, 9-15
El evangelio de hoy nos dice que los que habían acompañado a Jesús estaban afligidos y lloraban (Mc 16, 10) Como nosotros hoy, lloramos porque no queremos que la muerte gane, lloramos porque se murió el padre de todos, lloramos porque ya sentimos en el corazón su ausencia física, lloramos porque nos sentimos huérfanos, lloramos porque no terminamos de comprender ni de dimensionar su liderazgo mundial, lloramos porque ya lo extrañamos mucho.
Y no queremos que nos pase lo que cantaba Carlos Gardel en uno de sus tangos:
Las lágrimas taimadas, se niegan a brotar,
Y no tengo el consuelo, de poder llorar[1]
Recordemos palabras del Papa cuando nos decía: Al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Sean valientes. No tengan miedo a llorar.[2]
Por eso hoy lloramos a Francisco, lo hacemos desde lo más profundo del corazón, sin vergüenza, porque también el dolor nos une como pueblo; que nuestras lágrimas rieguen nuestra Patria, para hacerla fecunda en reconciliación y hermandad.
Volviendo al evangelio, vemos que Jesús se le apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había expulsado siete demonios. (Mc 16, 9) Aquella mujer... imaginemos su vida antes de encontrarse con Jesús; una mujer marginada, enferma, excluida, dejada de lado. Cuánto dolor habrá experimentado esa mujer en su vida. Sin embargo, el evangelio nos deja entrever que Jesús la amaba mucho, y por eso la curó y será ella la primera a quien se le aparezca al resucitar (Cfr Mc 16, 9)
Francisco, como buen padre, fue padre de todos, pero especialmente se ocupó de los más frágiles, tuvo predilección por los últimos, por los marginados, por los enfermos, por los descartables de esta sociedad; un corazón de pastor al modo del corazón de Jesús, siempre disponible para la escucha y el perdón, invitándonos también a nosotros a comprometernos con los que sufren. Por eso nos decía: No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.[3]
Y volviendo al texto del evangelio, nos relata que María Magdalena había sido víctima de siete demonios a los que Jesús expulsó (Cfr Mc 16, 9)
Justamente Francisco a lo largo de su pontificado, desenmascaró proféticamente a varios demonios que hacen sufrir mucho a la humanidad; por ejemplo:
El demonio de la guerra, y nos decía: Como hombre de fe creo que la paz es el sueño de Dios para la humanidad. Sin embargo, constato lastimosamente que por culpa de la guerra este sueño maravilloso se está convirtiendo en una pesadilla. Es verdad, desde el punto de vista económico, la guerra atrae más que la paz, en cuanto favorece la ganancia siempre de unos pocos y en detrimento del bienestar de enteras poblaciones. El dinero ganado con la venta de armas es dinero manchado con sangre inocente. Hace falta más valor para renunciar a una ganancia fácil y preservar la paz que para vender armas, cada vez más sofisticadas y poderosas. Hace falta más valor para buscar la paz que para hacer la guerra. Hace falta más valor para promover el encuentro que para provocar el enfrentamiento; para sentarse en una mesa de negociaciones que para continuar con las hostilidades.[4]
El demonio de la exclusión, de la cultura del descarte y la indiferencia, porque se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Los excluidos no son solo explotados sino también desechables y sobrantes. En el fondo ya no se considera a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas.[5]
El demonio de la fragmentación y el desencuentro, siempre el Papa alertaba sobre la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la buena fama del otro, con lo que llamó el terrorismo de las redes, pero que expresa un sentimiento más profundo de rechazo al hermano, viéndonos como enemigos a los que tenemos que derrotar.
El demonio del siempre se hizo así al que el Papa llamó el veneno de la Iglesia, porque la costumbre nos seduce y nos dice que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que siempre ha sido así. A causa de ese acostumbrarnos ya no nos enfrentamos al mal y permitimos que las cosas sean lo que son, o lo que algunos han decidido que sean.[6]
Y ante tanto demonio dando vuelta por el mundo, el testimonio de Francisco fue un faro que iluminaba la oscuridad, una voz profética que resonaba ante tanto silencio cómplice, un referente mundial frente a tanto desconcierto, un animador de sueños y esperanzas en un mundo desalentado y con miedo al futuro, un testigo de la misericordia y el perdón en la tormenta de las descalificaciones y el odio.
E igual que a los discípulos del evangelio, a nosotros también nos cuesta creer (Cfr Mc 16, 11.13.14); nos costó creer cuando lo vimos salir vestido de blanco en el balcón de la basílica de San Pedro; nos costó creer cuando empezamos a tomar conciencia de lo que significaba un Papa argentino; nos costó creer cuando lo vimos reunido con los líderes más importantes del mundo y al mismo tiempo, abrazando y dedicando tiempo a los más pobres, a los presos, a los enfermos. Nos costó creer que a pesar de los años que tenía, animara a los jóvenes a hacer lío, a soñar en grande, a no tener vuelos rastreros, a transformar el mundo; nos costó creer que con todas las dificultades físicas que tenía quisiera seguir visitando países muy alejados y muy pobres, clamando por la paz y la justicia.
Sin embargo, a pesar de su incredulidad y obstinación, Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia a toda la creación (Cfr Mc 16, 15); y hoy también, el Señor nos envía a nosotros, y nos dice:
Vayan... seamos la Iglesia en salida que siempre nos propuso Francisco, una Iglesia inquieta, que se moviliza, que no se queda arrinconada, seamos cristianos en camino, que no viven su fe encerrados en cuatro paredes. El cardenal Bergoglio, unos días antes de ser elegido Papa, les decía a los cardenales reunidos en Roma: Evangelizar supone en la Iglesia la audacia de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.[7] ¡Vaya si Francisco vivió lo que dijo ese día!
Anuncien... con la palabra profética, pero también con el testimonio de vida, como lo hizo Francisco, con gestos, con coherencia, porque como nos decía, la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida.[8]
La Buena Noticia. La Buena Noticia de la misericordia, de un Dios que no se cansa de perdonarnos, de un Dios que nos ama con locura, que abraza nuestra fragilidad, que nos da siempre otra oportunidad y que nos pide que entre nosotros nos tratemos igual, recordando siempre que todos somos pecadores, perdonados y salvados por Jesús.
La Buena Noticia de que la Iglesia es un hospital de campaña que recibe a todos, a todos, a todos, a todos, porque la Iglesia no es una aduana, sino la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.
La Buena Noticia de la alegría, que tiene que ser la respiración del cristiano, esa alegría que Francisco nos pidió que tengamos siempre a pesar de los problemas, la alegría profunda del corazón, de sabernos acompañados por Jesús resucitado en todo momento de la vida; la alegría del Evangelio que no es euforia fácil ni decir que está todo bien; esa alegría que es para todo el pueblo, y que no puede excluir a nadie. Por eso, ¡no nos dejemos robar la alegría!
La Buena Noticia de la fraternidad, en un mundo violento, donde parece primar el odio y la descalificación constante, en donde los ideologismos empañan cualquier posibilidad de encuentro; en una sociedad donde, como decimos vulgarmente, garpa hablar mal de los demás, insultar y agredir, queremos volver a insistir con anunciar la fraternidad, uno de los ejes principales del pensamiento del Papa Francisco. Recordemos cuando nos decía: Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.[9]
Y antes de terminar, les propongo mirar el frontispicio de la catedral donde Jorge Bergoglio fue arzobispo desde 1998, (es la parte de arriba de las columnas). Allí está representado el episodio bíblico del encuentro del patriarca Jacob con su hijo José. Buenos Aires venía a reconciliarse con la Confederación Argentina en fraterno pacto de unión rubricado en San José de Flores, en 1859. Esta escena fue elegida con la intención de perpetuar a través del arte, la reconciliación nacional alcanzada.
Hoy quisiera que volvamos allí nuestra mirada e imaginemos el abrazo que nos debemos los argentinos, el abrazo que negamos al que piensa distinto, o al que tiene otras costumbres o modo de vivir, el abrazo que no compartimos con los que sufren, incluso los abrazos que no nos pudimos dar durante la pandemia.
Las últimas palabras del Papa en su testamento, conocido el lunes pasado, son: El sufrimiento que se ha hecho presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz en el mundo y la fraternidad entre los pueblos.[10]
Por eso, como pueblo queremos darle a Francisco un gran abrazo y decirle: gracias, perdón y te queremos mucho. Pero también sabemos, como dije, que nos debemos muchos abrazos entre nosotros; por eso hagámosle el mejor de los regalos al Papa, el padre de todos, comprometiéndonos a hacer un pacto de concretar como Iglesia y sociedad su magisterio, y así, definitivamente vivir la tan anhelada fraternidad entre los argentinos.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
26 de abril de 2025
Notas:
[1] Gardel, Carlos y Le Pera, Alfredo, Sus ojos se cerraron, Buenos Aires 1935.
[2] Francisco, Discurso a los jóvenes, Manila enero 2015.
[3] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 48, Ciudad del Vaticano 2013.
[4] Francisco, Discurso al Consejo de seguridad de las Naciones Unidas, Ciudad del Vaticano junio 2023.
[5] Cfr Francisco, Mensaje para el día internacional de las personas con discapacidad, Ciudad del Vaticano diciembre 2020.
[6] Cfr Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 137, Ciudad del Vaticano 2018.
[7] Francisco, Exposición en la penúltima Congregación general del Colegio Cardenalicio, Ciudad del Vaticano 2013.
[8] Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 138, Ciudad del Vaticano 2018.
[9] Francisco, encíclica Fratelli Tutti 8, Ciudad del Vaticano 2020.
[10] Francisco, Testamento, Ciudad del Vaticano junio 2022