Fallecimiento del Papa Francisco
GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la misa por el fallecimiento del Papa Francisco (Catedral metropolitana, 21 de abril de 2025)
Se nos murió el padre de todos, el padre de toda la humanidad, que insistió una y mil veces con que en la Iglesia debía haber lugar para todos. Y repetía con los jóvenes en Portugal, en la última Jornada Mundial de la Juventud: «Para todos, para todos, para todos».
Nos costaba, y nos cuesta todavía, entender qué significaba ese «para todos», pero quizá hoy podamos descubrir que un padre se preocupa de todos sus hijos. Un padre quiere que en casa haya lugar para todos, especialmente para los más frágiles, especialmente para los más necesitados, especialmente para los más discriminados.
Por eso también se nos murió, se nos fue el Papa de los pobres, de los marginados, de los que nadie quiere o. en todo caso, los que muchos excluyen. Ayer su última audiencia fue con el vicepresidente de Estados Unidos y él compartía una vez más su enorme preocupación por los migrantes.
Un hombre que fue coherente desde el primero hasta el último día. El padre de todos, el padre de la misericordia. Nos enseñó una y mil veces que Dios nos ama con locura, que entrega la vida por amor a nosotros y que desde su misericordia nos quiere hermanos. Y por eso el Papa decía que si Dios fue tan misericordioso con nosotros, nosotros no podemos dejar de serlo con los demás. Y nos insistió con la cultura del encuentro, nos insistió con tender puentes, nos insistió con que podamos vivir la fraternidad universal.
El Papa fue nuestro padre, el padre de todos, el padre de los pobres, el padre de la misericordia, el padre de la alegría. Hoy Jesús en el Evangelio le dice a las mujeres, «alégrense». Y fue el mensaje de Francisco desde el primer día de su pontificado, vivir la alegría del Evangelio. Nos insistió tanto con que los cristianos no podíamos tener «cara de vinagre», decía él, que no podíamos ser cristianos quejosos y apesadumbrados sino que teníamos que dejarnos invadir, llenar por la alegría pascual.
Y justamente se nos va en la octava de Pascua. Justamente se nos va el día que los cristianos celebramos la Resurrección del Señor. Que contradictorio parece estar hoy nuestro corazón. Por un lado celebramos la Pascua y queremos vivir la alegría pascual, porque sabemos que la muerte ha sido vencida para siempre con la Resurrección del Señor. Pero al mismo tiempo el dolor del corazón es grande porque, como dije, se nos fue nuestro padre. También un poco el padre nuestro, el padre de los argentinos, al que no siempre comprendimos pero que profundamente amamos.
Le damos gracias a Dios por su vida, le damos gracias a Dios por su legado y me animo a decir, en esta primera Eucaristía, que celebramos por él que ahora todos nosotros tenemos que ser un poco Francisco. Todos nosotros tenemos que también ahora tomar conciencia de que en la Iglesia tiene que haber lugar para todos y no olvidarnos esto, no discriminar ni dejar a nadie afuera.
Ahora todos nosotros tendremos que ser un poquito Francisco y siempre estar atentos a nuestros hermanos más pobres, a los marginados, a los que nadie quiere, a ese rostro sufriente de Cristo en los crucificados de hoy.
También todos nosotros ahora tendremos que ser un poquito Francisco y poder también ser más misericordiosos entre nosotros. Creo que el mejor homenaje que le podemos hacer los argentinos a Francisco es unirnos. El mejor homenaje que le podemos hacer es tender puentes, es dialogar, es dejar de enfrentarnos todo el tiempo. Porque si es el padre, qué mayor dolor para un padre que ver a sus hijos divididos. Que se vaya Francisco al cielo con la tranquilidad de que sus hijos van a tratar de vivir esa unidad nacional tan pendiente entre nosotros.
Como dije, ahora todos somos un poquito Francisco también en ser testigos de alegría. En un mundo con tanta tristeza, tanta desesperanza, en este Jubileo de la Esperanza, que nosotros todos podamos también ser testigos de la alegría. Porque hoy más que nunca, en esta Pascua, tenemos la certeza de que la muerte no tiene la última palabra. Tenemos la certeza de que el Papa Francisco descansa definitivamente en el seno de Dios, tenemos la certeza de que más allá del dolor que hoy tengamos en el corazón, del corazón Francisco no se va más. Y del corazón de nuestro pueblo argentino tampoco, porque el amor es más fuerte y ni la muerte pudo sacarlo ni lo sacará de nuestras vidas.
Siempre digo que las únicas personas que hoy mueren son las que olvidamos, Francisco está vivo entre nosotros, su legado está vivo. Se nos fue nuestro padre, pero lo amamos tanto que del corazón no se va más y en las entrañas de nuestro pueblo seguirá siempre presente. Amén.
Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires