Misa Crismal
SCHEINIG, Jorge Eduardo - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján, durante la Misa Crismal (Mercedes, 16 de abril de 2025)
Querida Iglesia de Mercedes-Luján,
especialmente ustedes, queridos hermanos sacerdotes
Acabamos de escuchar al Señor Jesús que dice:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor".
Seguramente, este texto del profeta Isaías alimentaría intensamente la oración de Jesús y la profunda convicción de que su vida estaba totalmente entregada a llevar la Buena Noticia al mundo y liberar a los oprimidos del mal.
¿Qué pasa en nosotros, cuando cada año leemos este texto del Evangelio? ¿Qué nos dice esta celebración tan significativa que realizamos juntos en medio de la Semana Santa? ¿Qué es ser ungidos para ungir a los hermanos?
Deseo hablar hoy del Espíritu Santo en relación con nosotros y con nuestra espiritualidad, fundamentalmente en lo que toca a nuestra afectividad. Estoy convencido que una espiritualidad fuerte fecunda una afectividad sana y que una afectividad madura, facilita una mejor espiritualidad. La espiritualidad nace y se desarrolla en el Espíritu del Señor, Él es el motor y animador, pero nosotros no somos agentes pasivos, todo lo contrario, en esto jugamos nuestros deseos, nuestro querer y nuestra libertad. Nuestra afectividad incide en nuestra espiritualidad. Nuestra espiritualidad sana, afianza y promueve nuestra humana afectividad.
Pero, además, considero que en este círculo podemos encontrar una de las causas de nuestra motivación o desmotivación de la vida pastoral, porque percibo que este es uno de los "males de época" de la vida sacerdotal, la desmotivación.
En el Espíritu somos, nos movemos y existimos. Nuestra relación con el Espíritu Santo es esencial y fundante de todo nuestro mundo relacional. El Espíritu habita en lo más interior de nosotros mismos y mueve todo nuestro ser, la luz de la razón y la sensibilidad del corazón. Necesitamos tener muy en cuenta nuestra afectividad, porque es el lugar en el que se da la lucha en donde podemos elegir conectarnos bien o desconectarnos de Dios y de lo que somos y hacemos y debemos reconocer que muchas veces descuidamos este lugar fundamental de nuestro ser.
La afectividad, cuando esta fortalecida, ordenada y goza de buena salud, cuando está madurada en el evangelio, cuando es transparente, obediente y fiel, tiene un enorme poder de humanización, de construir relaciones robustas y sanas, de motivarnos para la misión por el Reino. Pero, cuando se debilita y desordena, se tensa, o se complica, cuando queda atrapada en amores menores, tiene el poder de confundirnos, de hacernos experimentar cansancio y agobio, de encerrarnos en nosotros mismo y de cerrarnos a los otros y muy especialmente, tiene el poder para desmotivarnos en nuestra vida sacerdotal, perdemos el gusto y nos desconectamos de la vida pastoral y de la vida. En el fondo, renunciar a la vida espiritual-afectiva, es al mismo tiempo, desconectamos del Espíritu del Señor y de la misión.
No podemos olvidar que somos personas afectivas y sensibles. Las situaciones de vida, el dolor humano, la pobreza, la droga, la vida de las personas concretas, de los niños, los jóvenes, las mujeres, los varones, los ancianos; la realidad del país y del mundo, todo nos afecta y en ocasiones nos afecta mucho. No podríamos ser sacerdotes insensibles, distanciados de la realidad, duros, rígidos, acorazados, a la defensiva, desafectados de la vida de nuestros hermanos. Estamos encarnados en la realidad porque somos clero secular, metidos en el siglo, para tocar la "carne doliente", como dice el Papa Francisco, insertos en el mundo, en la historia y en la vida concreta de aquellos que pastoreamos. Estamos comprometidos con ellos, con sus vidas y destino. No caminamos otro camino que el de nuestro pueblo, al que amamos.
Necesitamos ser hombres de una exquisita sensibilidad y afectividad. No hemos castrado nuestro corazón, debemos cuidar nuestra afectividad y hacerla crecer. Debemos anhelar ser personas afectivamente maduras, para que nuestra misión, al modo de Jesús, haga mucho bien en las comunidades, en los pueblos y las ciudades donde compartimos la vida.
Como padre-obispo que soy para ustedes y como hermano que camina junto a ustedes, permítanme decirles dos cosas que considero hoy fundamentales: debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance y más, para vivir en el Espíritu del Señor y para hacer lo que el Espíritu hizo en el Señor Jesús que es salir a comunicar la Buena Noticia a todos, todos, todos.
Debemos cuidar con mucha responsabilidad estas dos realidades: ser y estar, por un lado, en el Espíritu Santo y simultáneamente, en la vida de nuestro pueblo. Y estar en los dos, con todo el corazón, con todo nuestro ser y con toda el alma.
Sobre lo primero, ser y estar en el Espíritu, estoy seguro que para estar en conexión permanente con Él, es necesario cuidar con fidelidad lo que es clásico en la sabiduría y tradición de la Iglesia: la intimidad de la oración, la lectura orante de la Palabra, la celebración con unción, la confrontación de la propia vida con un acompañante espiritual, la confesión sacramental de los pecados en un momento de máxima transparencia, e intentar amar bien a todas y todos los hermanos, con un amor purificado. Esto es lo mínimo que debemos hacer, para ser y perseverar como hombres espirituales. Pero debemos animarnos a más, a mucho más.
El lunes Santo, hicimos memoria de ese momento tan noble y elevado en el que María, la hermana de Marta y de Lázaro, hace la unción de los pies del Señor con tanta delicadeza y amor. Ella pone todo de sí, se entrega toda ella y entrega lo que tiene, lo que le pertenece, una libra de perfume de nardo puro de mucho precio, derramándolo en el Señor. María hace eso porque el Espíritu de Dios la anima, María entonces es una persona profundamente espiritual, que se siente animada a hacer un gesto arriesgado, con una medida desbordante de amor por el Señor. No está condicionada por lo que pueden pensar o decir aquellas personas. Se dona totalmente ofreciéndole al Señor lo mejor que tiene. La casa queda impregnada del perfume que se irradia transformando el ambiente y el momento.
Este es un ícono magnífico, un paradigma de lo que es la vida espiritual vivida en el Espíritu del Señor. Debemos aspirar a tener una vida espiritual que nos impulse siempre a más, a animarnos a la totalidad de la entrega de nosotros mismo y de todo lo nuestro, simplemente para que el Señor a través nuestro, siga impregnando al mundo con el perfume de su Evangelio.
Al mismo tiempo, sabemos muy bien que una vida afectivo-espiritual descuidada, debilita mucho nuestro ministerio. No estamos ajenos de dejarnos atrapar por esa sutil y torpe seducción que tiene el mundo del bienestar, que trabaja directamente en nuestra sensibilidad y afectividad, erosionándola y direccionándola a cosas menores pero muy placenteras, que van generando apatía, adormecimiento, encerramiento y falta de fervor por las cosas del Reino de Dios. No somos inmunes de normalizar la mediocridad. No estamos exceptuados de cambiar la misión por estar en una zona de confort y cómoda. Es curioso, podemos estar con el Señor y trabajar pastoralmente, pero hasta ahí, hasta la medida correcta, sin entregarnos totalmente, ni animarnos a más, a derramar lo mejor de nosotros en sus pies. Es posible enfriar el primer amor.
Hermanos, se los digo con claridad, no disponernos a "perder" tiempo en la oración, es un síntoma y, al mismo tiempo la causa de una desconexión afectivo-espiritual que repercute directamente en nuestro ser y en nuestra misión. No rezar, nos quita vida.
Lo segundo es el desafío de nuestra vida misionera. Somos trabajadores para el Reino de Dios. Nuestro trabajo está cualificado por el Espíritu del Señor que nos envía con la misma Misión del Señor, no otra, la misma: "llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor".
Nuestra afectividad posibilita o no, que el Espíritu desarrolle en nosotros su Misión. Estar enamorados de nuestro pueblo, especialmente de los pobres y oprimidos, nos pone en sintonía con ese amor que el mismo Dios tiene por ellos. Hay infinidad de gestos sacerdotales de un amor sensible y exquisito hacia los pobres y hacia los que están desamparados y enfermos: recibirlos, visitarlos, escucharlos, acompañarlos, ayudarlos, ungirlos, enterrarlos, son gestos de una medida desbordante que se derrama a los pies de ellos. No hay fragancia que impregne y penetre más en la dureza del corazón del mundo, que el amor concreto hacia los pobres.
Todo lo que podamos darnos hacia los más pequeños y frágiles, será la posibilidad máxima de que el Reino de Dios esté en nuestro presbiterio de Mercedes-Luján. Necesitamos ayudarnos a vivir esta espiritualidad, la de estar en sintonía con la Misión del Señor.
Estoy muy esperanzado con la misión que llevaremos adelante juntos en julio. Creo que es una inspiración y un impulso del Espíritu del Señor para nuestro clero, en este tiempo oportuno.
Somos un clero que hoy, no tiene grandes divisiones, ni enfrentamientos, por el contrario, hay gusto por encontrarnos y compartir. El hecho que la mayoría haya pasado por el mismo seminario ayuda a que se viva un sentir común. Necesitamos seguir creciendo en una afectividad sana y madura, que nos ayude a ser mejores sacerdotes para la misión.
La sabiduría del Sínodo que hemos celebrado en nuestra arquidiócesis puede iluminarnos. En el Documento Final, en el n° 42, que surgió desde la reflexión de los jóvenes, se dice: "Cuando hablamos de responsabilidad afectiva nos referimos al hecho de ser conscientes de que lo que decimos y hacemos, tiene consecuencia en la vida de los demás". Hablar de "responsabilidad afectiva", es un concepto lúcido que podríamos aplicar muy bien en nuestro mundo sacerdotal. Debemos desear vivirla para que tener relaciones maduras. El Pueblo de Dios y la misión nos necesita hombres afectivamente sanos.
Nuestra pastoral del clero ya está haciendo un buen trabajo, se los agradezco, también a Mons. Mauricio. Pero es una responsabilidad de todos cuidar la salud integral del clero. Para estar más sanos y fuertes debemos seguir en el camino de hacernos cargo los unos de los otros, de sentirnos valorados, de sentir que se nos perdona, que no se nos juzga, que no se nos etiqueta, que no se nos critica destructivamente. Todo lo que rompe la comunión, viene del maligno y es la treta que tiene para debilitarnos en la misión. Recordemos que, aunque vivamos distanciados, en lugares diferentes, lo que le pasa a uno, nos pasa a todos.
Todos somos aprendices de la vida afectivo-espiritual. Estemos atentos a los síntomas de una posible desconexión e insania: soledad, aislamiento, desconfianza, encerramiento individualista, las heridas sin cerrar. Sé que no es la solución total, pero, les pido que fortalezcamos las reuniones zonales. Intentemos que más que reuniones se conviertan en encuentros espirituales y pastorales que nos alimenten y fortalezcan.
Permítanme un minuto de hinchazón y de enorgullecimiento.
El Sínodo Arquidiocesano ha sido un acontecimiento muy importante. Ha sido un Pentecostés. Experimentamos todas las manifestaciones propias del Espíritu que une a su Iglesia y la envía. El Espíritu Santo y nosotros, hemos visto que lo esencial en este tiempo es la Misión, que debe hacerse con el estilo pastoral de Jesús que es la Misericordia y para eso, debemos vivir en Comunión. Tres palabras claves, tres patas de una misma mesa que no se pueden separar: Comunión-Misión-Misericordia. Salir con el Kerigma Pascual de la Misericordia es un desafío tremendamente fascinante.
El Sínodo y todo lo que nos dejó, es un verdadero impulso del Espíritu que estoy totalmente decidido a llevar adelante y concretar.
El Sínodo ha puesto a nuestra Iglesia en el mismo rumbo y sentir de la Iglesia Universal y de nuestro querido Papa Francisco. Esta es una de las notas identitarias de la Iglesia Católica: la comunión con el obispo de Roma, que es comunión con la Iglesia Universal.
Mucho nos falta, mucho tenemos que convertirnos mucho, pero de corazón, no dejo de agradecer al Espíritu del Señor, que me da la gracia de recorrer a nuestra querida Iglesia de Mercedes-Luján y reconocer en ella, la enorme cantidad de dones con las que el Señor la ha revestido.
Pronto tendremos nuestra "Asamblea Eclesial". Estoy seguro de que allí, seremos testigos de la enorme vitalidad que ya existe. Vitalidad que se expresa en muchos y hermosos dones. Por ejemplo: gracias al Espíritu y al esfuerzo y creatividad de ustedes, todas las comunidades parroquiales están atendidas. Es un impulso del Espíritu que algunas situaciones y que algunas comunidades, estén animadas por nuestros diáconos permanentes. Hemos celebrado la ordenación de tres nuevos sacerdotes y de un nuevo diácono. Tendremos si Dios quiere la ordenación de nuevos diáconos permanente. Estamos dando a luz la Escuela Sínodo. Se están renovando los equipos de las Áreas Pastorales, el Consejo Arquidiocesano de Pastoral y el Consejo Presbiteral. Tenemos un seminario lleno de vida. Hay un laicado que se pone al hombro la catequesis, las celebraciones, la caridad, toda la vida pastoral. El Sínodo ha generado mucha esperanza.
Finalmente, estamos con toda la Iglesia Universal celebrando el Año Jubilar. Somos ¡"Peregrinos de esperanza"! Estamos terminando también, la celebración de los 90 años de vida de la Arquidiócesis y lo celebraremos en nuestra queridísima Basílica de Lujan. Será un día de júbilo y de peregrinación para dar gracias al Señor.
Sería otra homilía, el lugar de la Madre del Señor en nuestra afectividad y espiritualidad.
La Virgen de Luján es un don inconmensurable para nuestra Iglesia. El Espíritu ha querido que este entre nosotros y que nosotros la cuidemos. Tenemos al Beato Cardenal Pironio y si Dios quiere, un día, nuestro querido Negrito Manuel será santo.
¡Cómo no decir con Jesús que el Espíritu del Señor está sobre nosotros y nos envía!
Queridas hermanas, queridos hermanos, ¡demos gracias a Dios por todo y por tanto!
Hoy, les doy especialmente gracias a ustedes, queridos hijos y hermanos sacerdotes, por sus vidas y su entrega cotidiana en nuestra Iglesia de Mercedes-Luján.
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján