Peregrinos de esperanza: el don de la vida

Francisco - Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones - Mensaje del Papa Francisco para la 62ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 11 de mayo de 2025 (Roma, Policlínico Gemelli, 19 de marzo de 2025)

Queridos hermanos y hermanas:

En esta LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad.

La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Y cada vocación en la Iglesia -sea laical, al ministerio ordenado o a la vida consagrada- es un signo de la esperanza que Dios pone en el mundo y en cada uno de sus hijos.

En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar. Las injusticias contra los más débiles y los pobres, la indiferencia de un bienestar egoísta y la violencia de la guerra amenazan los sueños de una vida buena que los jóvenes cultivan en su corazón. Sin embargo, el Señor, que conoce el corazón humano, no nos deja en la incertidumbre; al contrario, quiere despertar en cada uno la convicción de ser amado, llamado y enviado como peregrino de esperanza.

Por eso, a nosotros, los miembros adultos en la Iglesia -especialmente los pastores- se nos pide acoger, discernir y acompañar el camino vocacional de las nuevas generaciones. Y ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Acoger el propio camino vocacional
Queridos jóvenes, «la vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 178). Es necesario tomar conciencia de que el don de la vida exige una respuesta generosa y fiel. Miren a los santos y beatos jóvenes que respondieron con alegría a la llamada del Señor: santa Rosa de Lima, santo Domingo Savio, santa Teresa del Niño Jesús, san Gabriel de la Dolorosa, los beatos –que pronto serán santos– Carlos Acutis y Pier Giorgio Frassati, y tantos otros. Cada uno de ellos vivió la vocación como un camino hacia la felicidad plena, en la relación con Jesús vivo. Cuando escuchamos su Palabra, nuestro corazón arde dentro de nosotros (cf. Lc 24,32) y sentimos el deseo de consagrar nuestra vida a Dios; entonces nace la voluntad de descubrir cómo y en qué forma de vida podemos corresponder al amor que Él nos da primero.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación. Vocación y esperanza, por lo tanto, están entrelazadas en el proyecto divino para la alegría de cada hombre y de cada mujer, porque todos estamos llamados a ofrecer nuestra vida por los demás (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268). Muchos jóvenes buscan conocer el camino que Dios les invita a recorrer: algunos descubren -muchas veces con asombro- la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada; otros perciben la belleza de la vocación al matrimonio y la vida familiar, así como el llamado al compromiso por el bien común y al testimonio de la fe entre sus compañeros y amigos.

Toda vocación está animada por la esperanza, que se traduce como confianza en la Providencia. En efecto, para el cristiano, esperar es mucho más que un simple optimismo humano: es ante todo una certeza basada en la fe en Dios, que actúa en la historia de cada persona. Y así, la vocación madura en la fidelidad diaria al Evangelio, en la oración, en el discernimiento y en el servicio.

Queridos jóvenes, la esperanza en Dios no defrauda, porque Él guía cada paso de quien se confía a Él. El mundo necesita jóvenes que sean peregrinos de esperanza, valientes en dedicar su vida a Cristo y llenos de la alegría por el hecho mismo de ser sus discípulos-misioneros.

Discernir el propio camino vocacional
El descubrimiento de la propia vocación se produce en un camino de discernimiento. Este proceso nunca es solitario, sino que se desarrolla en el seno de la comunidad cristiana y junto con ella.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para “leer” la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser “sal, luz y levadura” del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional.

Acompañar el camino vocacional
Desde esta perspectiva, los agentes de pastoral vocacional -especialmente los acompañantes espirituales- no deben tener miedo de acompañar a los jóvenes con la confianza esperanzada y paciente de la pedagogía divina. Se trata de ser para ellos personas de escucha y acogida respetuosa en las que puedan confiar, guías sabios dispuestos a ayudarles y a reconocer los signos de Dios en su camino.

Por ello, exhorto a que se promueva el cuidado de la vocación cristiana en los distintos ámbitos de la vida y de la actividad humana, favoreciendo la apertura espiritual de cada persona a la voz de Dios. Con este propósito, es importante que los itinerarios educativos y pastorales contemplen espacios adecuados para el acompañamiento de las vocaciones.

La Iglesia necesita pastores, religiosos, misioneros y matrimonios que sepan decir “sí” al Señor con confianza y esperanza. La vocación nunca es un tesoro que se queda encerrado en el corazón, sino que crece y se fortalece en la comunidad que cree, ama y espera. Y dado que nadie puede responder solo a la llamada de Dios, todos necesitamos la oración y el apoyo de los hermanos y hermanas.

Queridos amigos, la Iglesia está viva y es fecunda cuando genera nuevas vocaciones. Y el mundo, muchas veces sin saberlo, busca testigos de esperanza, que anuncien con su vida que seguir a Cristo es fuente de alegría. Por lo tanto, no nos cansemos de pedir al Señor nuevos obreros para su mies, con la certeza de que Él sigue llamando con amor. Queridos jóvenes, encomiendo su camino de seguimiento del Señor a la intercesión de María, Madre de la Iglesia y de las vocaciones. ¡Caminen siempre como peregrinos de esperanza por la vía del Evangelio! Los acompaño con mi bendición, y les pido, por favor, que recen por mí.

Roma, Policlínico Gemelli, 19 de marzo de 2025.
Francisco