Nuestra Señora del Valle
ÑÁÑEZ, Carlos José - Mensajes - Homilía de monseñor Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba en la misa de Nuestra Señora del Valle (25 de abril de 2020)
Queridos hermanos:
Es para mi una alegría estar hoy en esta comunidad parroquial de “Nuestra Señora del Valle” y presidir esta Eucaristía en honor de la Santísima Virgen, en el día en que se la recuerda de un modo especial en nuestra Patria. Agradezco la invitación del párroco, P. Juan Daniel Martínez, para acompañarlos en esta oportunidad.
Cada año se celebran dos fiestas en honor de Nuestra Señora del Valle. La primera, en el mes de abril, en el aniversario de la coronación pontificia que dispuso el Papa León XIII en el año 1891. La segunda, el 8 de diciembre, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Este año se conmemoran los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen del Valle en la gruta de Choya, en Catamarca. Con motivo de esa conmemoración el obispo de esa sede, Mons. Luis Urbanc, propuso la realización de un nuevo congreso mariano nacional, el cuarto en la Argentina. La iniciativa del obispo catamarqueño tuvo amplio acompañamiento por parte de los obispos del noroeste y el auspicio de todo el episcopado argentino. La fecha programada era del 23 al 26 de abril, es decir, debería haber culminado mañana. La pandemia del coronavirus determinó su suspensión.
En la diócesis y en la ciudad de Catamarca se está celebrando virtualmente, a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, un septenario en su honor. Nos unimos entonces a dicha celebración desde esta parroquia que lleva el nombre de la Santísima Virgen y lo hacemos “a puertas cerradas”, también a través de las redes sociales.
El congreso mariano tenía como finalidad promover, profundizar y afianzar la devoción a María, la Madre del Señor Jesús. Devoción que tiene un hondo arraigo en nuestro país, en cada una de sus regiones.
La devoción a la Virgen no es algo puramente sentimental, aunque el sentimiento tiene su lugar en ella y es una realidad importante. Se trata de un sentimiento, noble y cordial, que se apoya en la fe y que es iluminado por esa fe.
A la luz de la fe, el cristiano discierne el lugar singular que María Santísima tiene en el designio salvador de Dios nuestro Señor. Ella es la cooperadora generosa y fiel en ese designio, desde su sí, confiado y total, en la anunciación, hasta su sí, esforzado, gene- roso y dolido, al pie de la cruz en el calvario.
Discierne también, el discípulo de Jesús, el encargo que precisamente en el calvario y desde la cruz, Jesús confía a su Madre: el oficio maternal para con todos los hombres, representados por el discípulo amado. Lo acabamos de escuchar en el evangelio que ha sido proclamado: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Apoyado en la fe, el cristiano comprende entonces que la devoción a la Santísima Virgen se fundamenta en el querer de Jesús. De esa manera, el que acoge y honra a María, acoge y honra a su Hijo, Jesús. Por ello, se suele decir: “a Cristo por María”.
El Concilio Vaticano II nos ha enseñado que María no añade nada a la mediación suficiente y única de Cristo Jesús. Pero también señala que el Señor, en su bondad, hace partícipe de su sobreabundante mediación e intercesión a su Madre Santísima. María es de ese modo, si se nos permite decir, una eficaz “facilitadora” de nuestro acceso al único mediador y salvador.
El apóstol san Pablo, por su parte, en la primera lectura que hemos escuchado nos recuerda el maravilloso designio de Dios para con todos los hombres. Hemos sido elegidos y destinados a ser hijos adoptivos de Dios. Más aún, estamos todos llamados a ser santos.
Esta enseñanza del apóstol tiene que tener una especial resonancia en cada discípulo de Jesús. La Iglesia, a través del Concilio Vaticano II y del magisterio de los Papas más recientes, nos lo recuerda con frecuencia y con insistencia.
Cabe mencionar que también para nosotros los cordobeses se da una circunstancia especial: la historia de santidad en nuestra comunidad arquidiocesana. A san José Gabriel Brochero, a las beatas María del Tránsito Cabanillas y Catalina de María Rodríguez, al beato Enrique Angelelli, se sumará seguramente ahora el Venerable Mamerto Esquiú, antiguo obispo de Córdoba.
Destacar estos hechos no debe ser para nosotros motivo de orgullo o de vanidad, sino más bien ocasión para preguntarnos: ¿no nos estará invitando el Señor a seguir las huellas de estos hermanos nuestros que nos precedieron en la fe? Seguir sus huellas, desde lo cotidiano, lo sencillo, recordando una máxima luminosa del mismo apóstol Pablo en la carta a los cristianos de Éfeso: “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz”.
María es precisamente un ejemplar inigualable de la santidad de la que habla el apóstol. Ella, desde el primer instante de su existencia, está enriquecida con la abundancia de la gracia que procede del Señor y que, por un privilegio único, la preserva de todo pecado y la colma con la abundancia de su caridad.
La santidad, toda santidad, es siempre puro don de Dios. Un don que postula, suscita y capacita para una respuesta en consonancia con el mismo. Un don que interpela la libertad del que lo recibe. La libertad de María no está herida por el pecado, por cierto, pero es auténtica libertad y Ella colabora con total generosidad desde esa libertad preservada.
Acudamos entonces a María Santísima para que Ella nos ayude y nos anime a tender decididamente a la santidad en medio de las circunstancias personales, familiares, comunitarias y sociales que nos toquen atravesar.
La Virgen María es especialmente venerada en toda América. A partir de su manifestación en Guadalupe, Ella se ha mostrado particularmente favorable para con sus hijos americanos. Cada país tiene su advocación especial. En todos se muestra la calidez y la ternura de estos hijos para con su Madre del Cielo.
En Argentina, las advocaciones de Luján, de Itatí y del Valle concitan, junto a muchas otras, la devoción de los cristianos.
En la situación que nos toca atravesar como consecuencia de la pandemia del coronavirus, nos vemos motivados a acudir con especial intensidad a su intercesión, para pedir el fin de la difusión de esta enfermedad que ya ha cobrado muchas vidas entre nosotros y en diferentes partes del mundo.
Pedimos también que interceda por quienes han fallecido para que el Señor en su misericordia los tenga junto a Sí; por los enfermos para que puedan recuperarse; por los que los cuidan: familiares y agentes sanitarios; y por todos los que desde distintos lugares y ocupaciones velan por el bienestar y la salud de sus conciudadanos.
Junto con el Santo Padre, hemos señalado varias veces que de la situación en la que nos ha colocado la pandemia, no saldremos solos, sino juntos, colaborando unos con otros, ayudándonos solidariamente.
Por eso debemos disponernos muy en serio a ejercitarnos en la paciencia, en el esfuerzo constante y prolongado, en el servicio abnegado y generoso, sin dar lugar a ningún tipo de egoísmo, en la escucha paciente y amable de quien quiere compartir sus preocupaciones o sus dolores, en el manejo sencillo y sin sobresaltos de nuestro tiempo y del tiempo que dedicamos a nuestros hermanos.
María Santísima es modelo de santidad para los discípulos de Jesús, pero también puede ser modelo de humanidad para toda persona de buena voluntad, aunque no sea creyente. Modelo por su presencia discreta y servicial, por su delicadeza y atención a las necesidades de las personas, por su heroísmo en el acompañar el sufrimiento, muchas veces injusto y cruel.
A María nos encomendamos y le encomendamos, una vez más, nuestra querida Patria argentina, confiando en su maternal protección. ¡Que así sea!
Mons. Carlos José Ñáñez, arzobispo de Córdoba