En esta Navidad, armemos el pesebre
BUENANUEVA, Sergio Osvaldo - Mensajes - Mensaje de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco para la Navidad (17 de diciembre de 2024)
¿Todavía no armaste el pesebre para esta Navidad? Si no lo hubieras hecho, estás a tiempo: “Si cada día es Navidad, si cada día nace Dios…”, solíamos cantar.
La Navidad comenzó en el corazón de María de Nazaret que, sorprendida por el ángel, dijo: “Hágase”. Y este humilde “amén” abrió la puerta para que, nueve meses después, naciera Jesús, nuestro Salvador.
En la Navidad de 1223, san Francisco de Asís “inventó” el pesebre porque quería ver, sentir y tocar el misterio del Dios humilde que es dado a luz por María, con la mirada atenta de José.
Los seres humanos somos así: necesitamos ver, sentir y tocar para poder contemplar la grandeza infinita de Dios y, con fe confiada, aceptar la humildad con la que Él quiere entrar en nuestra vida. Cada año en Navidad armamos el pesebre porque también a nosotros nos hace bien “ver” el misterio.
Cada día, sin embargo, podemos abrirnos a este Dios que anhela “hacer Navidad” en nuestra casa y en nuestro tiempo. Es lo que pasa también en la santa Eucaristía: la noble sencillez del pan y el vino se vuelve sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Rezamos como nos enseñó Jesús: “Padre… danos hoy nuestro pan de cada día”.
El pesebre donde María pone al recién nacido es mesa y altar, como nuestros altares son pesebre y mesa en los que se nos ofrece a Jesús, el Pan que suplicamos y que el Padre nos da. Ese Pan se sigue multiplicando: en Navidad y en Pascua, en la Eucaristía y en la escucha orante de la Palabra, en la comunidad cristiana que vive una fe alegre y misionera; en el hermano, en los pobres y en los alejados, en los que esperan nuestro perdón o nuestro arrepentimiento…
Pero, Navidad es Navidad. Como que se nos hace más fácil rezar, volviéndonos como chicos que arman el pesebre. Por eso, vuelvo a preguntarte: ¿todavía no preparaste el pesebre? Estás a tiempo. Dale. En todo caso, que tu corazón sea pesebre, altar y mesa para que María ponga allí al Niño Dios. Y que sea también pesebre, altar y mesa para los demás: amigos, familia, vecinos, los pobres… también los otros, los que están lejos o distanciados. Tal vez, especialmente para ellos.
Y no te preocupés si tu corazón está sucio o herido: María y José sabrán acomodarlo, como hicieron en la Nochebuena en el establo de Belén, y lo van a transformar en la cuna preciosa del Salvador. Solo tenés que disponer tu corazón con los ojos bien abiertos y las manos desnudas, con sencillez y confianza. Y si todavía te sentís inadecuado frente al Niño Dios de Belén, hacé como yo: mirá al burro y al buey y decite a vos mismo: “si ellos están ahí, yo puedo también tener un lugar en el pesebre”.
El resto dejáselo a Jesús, a María y a José.
¡Feliz Navidad!
Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco