III Domingo de Adviento
STANOVNIK, Andrés - Homilías - Homilía de monseñor Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes, para el III Domingo de Adviento (Iglesia Catedral, 15 de diciembre de 2024)
Hoy estamos celebrando el III Domingo de Adviento en preparación de la Navidad. A este domingo se lo llama también Domingo de la Alegría (Gaudete), porque falta muy poco para que se cumpla la profecía que hoy escuchamos en la primera lectura. En efecto, el profeta Sofonías preanuncia la restauración y redención que Dios llevará a cabo con el pueblo de Israel a pesar de sus grandes pecados. ¿A quién le va a tocar esa restauración? Al resto fiel del pueblo de Israel. Dios, con esa pequeña porción de pueblo fiel creará un pueblo nuevo. Esa pequeña y pobre porción, pero fiel del pueblo de Israel, ya vislumbra luces de esperanza y su corazón reboza de gozo, porque sabe que todo será alegría, danzas y regocijo.
Esa pedagogía de Dios de optar por lo pequeño y débil es extraña a los ojos humanos. Ese resto del pueblo fiel de Dios, despojado de todo poder, insignificante en número respecto a los pueblos poderosos de su tiempo, armado solo de fe y de esperanza, solidario y peregrino, y con una confianza ilimitada en Dios, permanece fiel. Ese resto del pueblo de Israel es digno de confianza y objeto de la amorosa elección para que Dios restableciera su Alianza. Esa Alianza llegará a su cumplimiento con el nacimiento del Hijo de Dios, el Emanuel, Dios con nosotros. Humanamente hablando, esa opción de Dios no podría asegurar ningún futuro promisorio. Dios, con su modo de obrar la salvación del género humano, hace saltar por los aires cualquier medida razonable, cualquier cálculo que tenga alguna probabilidad de éxito.
Sin embargo, desde la milenaria historia de Israel, continuada con la milenaria historia del cristianismo, Dios sigue optando por el camino de la humildad y la perseverancia, de la justicia con misericordia, del amor solidario, del bien como más poderoso que el mal, de la paciencia en el diálogo constante, abierto y confiado. Cuando se pierde de vista este horizonte de humanidad o se lo deforma, la alternativa que más seduce y confunde es el poder que aplasta al otro y, en lo posible, hasta hacerlo desaparecer. Este modo inhumano de proceder sucede tanto en las relaciones interpersonales como en todos los niveles de las relaciones humanas.
Por eso, hoy continúa vigente la pregunta que la gente, hace más de dos mil años, le hacía a Juan el Bautista (cf. Lc 3,10-18), luego de escuchar su exhortación a un cambio de vida: “¿Qué debemos hacer?” Nosotros, también bautizados como aquellos oyentes del Bautista, ¿nos animamos a hacer esta pregunta? En este tiempo de gracia que es el Adviento, pongámonos sinceramente delante del anuncio de Jesús, que viene y desea establecer un estrecho vínculo con cada uno de nosotros, y preguntémonos si estamos dispuestos a un verdadero cambio. Un cambio que puede estar inspirado en las respuestas que le daba el profeta a los que le preguntaban qué tenían que hacer: “El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo”. A otros les indicaba que no extorsionen a nadie, que no hagan denuncias falsas, y con exhortaciones similares alentaba a un cambio de vida en las personas y en la comunidad.
Preparemos nuestros corazones para la venida de Jesús, quitando los obstáculos que nos distancian de Dios y de los demás. Pidamos esta gracia para nosotros, para nuestros familiares y amigos, para los que sirven en alguno de los ministerios de nuestras comunidades e instituciones, para los que nos gobiernan, y para aquellos que están privados de la libertad o esclavizados en sus vicios y delitos, por todos. Personalmente me uno de corazón a esta súplica junto con ustedes luego de haber caminado durante 17 años como arzobispo en esta comunidad arquidiocesana. Esta fecha coincide hoy con mi cumpleaños número 75, años cuando obispos ponemos nuestra renuncia al oficio episcopal a disposición del Santo Padre y, mientras él no la acepte, continuamos en este servicio a nuestras Iglesias particulares.
Con un corazón profundamente agradecido, juntos nos encomendamos a nuestra Tierna Madre de Itatí, para que ella nos enseñe y acompañe a prepararnos para la venida de su Divino Hijo Jesús, y nos anime y sostenga en el esfuerzo por hacer realidad aquella respuesta que hoy debo dar para orientar mi vida mejor hacia Dios y hacia los demás. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes