Inmaculada Concepción

GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 2024)

Quisiera comenzar la reflexión de este domingo de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción con un contraste, un contraste entre el encuentro de Dios con el primer hombre y la primera mujer en el Génesis y el encuentro del enviado de Dios, el ángel Gabriel, con la Virgen María en el Evangelio de Lucas. En primer lugar, en el Libro del Génesis el hombre y la mujer se han escondido y entonces, Dios que quiere siempre salir al encuentro del hombre lo llama y le dice: “¿Dónde estás? y allí el hombre responderá: “Oí tus pasos por el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo, entonces me escondí”.

Como digo, Dios es un enamorado de la humanidad por eso se va a encargar por amor a nosotros para asumir toda nuestra naturaleza menos el pecado y entonces, cuando sale al encuentro del primer hombre le pregunta: “¿Dónde estás?” y descubre seguramente Dios con sorpresa que el hombre y la mujer se escondieron, se escondieron de Dios. Tuvieron miedo de Dios, porque estaban desnudos.

En cambio, en el Evangelio el enviado de Dios, que es el Ángel Gabriel, sale al encuentro de esta Virgen que estaba comprometida con un hombre de la familia de David llamado José. El nombre de la Virgen, dice el Evangelio, era María y el enviado de Dios sale a su encuentro y la Virgen no se esconde, María no se esconde, María no tiene miedo de Dios. Por supuesto que le genera mucha sorpresa el encuentro con el Ángel y tendrá también preguntas para hacer porque no termina de comprender cuál es la propuesta pero no tiene miedo de Dios.

Como primer idea entonces, quería reflexionar y pensar si nosotros somos capaces de ponernos delante de Dios con toda nuestra humanidad, sin miedo. Podríamos pensar, si somos capaces de presentarnos delante del señor con toda nuestra desnudez, con nuestra fragilidad, con nuestro pecado. Sin excusas, sin echar la culpa a otro sino diciendo: “Acá estoy Señor” no me escondo de vos, no tengo miedo de Dios, confío en tu infinita misericordia”.

Si pudiéramos como la Virgen María ponerle nuestra humanidad al Señor delante y decirle: “Aquí estoy señor” y como ella dice hacia el final “Soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra”. ¿Cuál es el vínculo que cada uno de nosotros tiene con Dios? Es un vínculo de miedo que hace que me esconda de Él y le tenga, como digo, miedo porque no quiero mostrarme tal cual soy? O ¿es un vínculo desde mi condición de ser humano que me pongo delante del Señor y le digo: “Aquí estoy, soy tu servidor que se haga en mí según tu palabra”. Poder generar una relación con Dios que de confianza, una relación filial, no una relación de miedo. No hay necesidad de esconderse de Dios, nos conoce y nos ama como somos.

En segundo lugar, siempre me sorprende al leer este Evangelio cuál es la primera palabra que sale de la boca del Ángel saludando a María y es: “Alégrate”. Parecería que el alégrate es como la idea principal que hoy necesita transmitirle Dios a la Virgen a la hora de presentarle este enorme proyecto de ser la madre del Salvador. “Alégrate” y aquí nuevamente pensar en nosotros, pensar que también Dios sale a nuestro encuentro y nos dicen: “Alégrense”. Qué necesidad tenemos de esta alegría profunda, la alegría de la buena noticia de que Dios nos ama, la alegría que seguramente vamos a experimentar en torno a la Navidad. La elegía que necesitamos en tiempos tan difíciles, la alegría que parece apagarse cuando se acerca fin de año por la cantidad de problemas acumulados, por la cantidad de angustias, de tristezas, que hace que parezca que somos cristianos quejosos, apesadumbrados. Cristianos, como dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, con cara de vinagre porque en definitiva nuestra mirada habla de lo que hay en el corazón y si en el corazón dejó de haber alegría lógicamente nuestra mirada no será una mirada alegre. No encontraremos sentido para la alegría, no tendremos un corazón agradecido que a todos nos pasan cosas buenas más allá de las dificultades.

Como decimos siempre y hemos trabajado en este año en la Arquidiócesis de Buenos Aires, la alegría cristiana no es la alegría de un carnaval, no es decir que está todo bien, es la alegría profunda de saber que Dios nos ama, que Dios nos ama con una misericordia tan infinita que jamás podremos comprender. Un Dios que se entregó por nosotros por amor en la cruz y que venció a la muerte para siempre y que, desde ese momento, la muerte ya no tiene la última palabra.

Esa es la alegría profunda que no podemos perder nunca, que no puede depender del estado del clima, ni puede depender de la política económica de turno, es la alegría del corazón. Es la alegría que hoy el Ángel le transmite a la Virgen. “Alégrate María” y creo que esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción, que lindo escuchar cada uno de nosotros esa voz que nos dice: “Alégrate”. Alégrate en medio de las dificultades, alégrate a pesar del cansancio del fin de año, alégrate en el contexto que estés viviendo, alégrate; no pierdas esa alegría profunda como también dice el Papa: “La alegría tiene que ser la respiración del cristiano”.

Luego, la Virgen pregunta, la Virgen se anima a decir que queda desconcertada y se pregunta qué podía significar ese saludo y más adelante dirá: “¿Cómo puede ser eso si yo no tengo relación con ningún hombre?”. Lo lindo de este diálogo entre el Ángel y la Virgen es que se torna a un diálogo de confianza y entonces, María pregunta, pregunta porque hay cosas que no entiende, pregunta y se anima casi que a cuestionar, porque no puede descubrir realmente todo lo que le están proponiendo desde la confianza, desde la relación filial con el Señor.

Qué lindo que nosotros podemos también animarnos a preguntarle a Dios, que no nos demos por vencidos frente a las dificultades y las cuestiones de todo lo que vivimos. Que nos animemos a preguntar y decir: “Señor no entiendo, Señor trata de ayudarme a descubrir de qué se trata todo esto”. Creo que eso es importante, poder confiar una vez más en el Señor y decirle: “Aquí estoy” y en realidad, te entrego toda mi vida. Como la Virgen, animarnos a decir que a veces no comprendemos.

Como también creo que la Virgen hoy se queda con un montón de cosas en su corazón, lo mismo que nos pasa a nosotros. Y más adelante cuando el Ángel le hable también de que su prima Isabel va a ser mamá a pesar de su vejez le dirá: “No hay nada imposible para Dios”. Que hermoso poder renovarnos en la esperanza en este tiempo de Adviento, que lindo poder renovarnos la esperanza a las puertas del Jubileo de la Esperanza que nos convoca el Papa con esta consigna del Ángel, no hay nada imposible para Dios.

No podemos ser Cristianos derrotados, no podemos ser cristianos de brazos caídos, no podemos ser cristianos desesperanzados que creen que nada bueno puede pasar, no podemos ser cristianos tristes, que crean que el mal, la violencia, que la guerra, que todos los males de este mundo son más fuertes que la voluntad de Dios que nos dice: “No hay nada imposible para Él”.

Por eso, entonces, en esta Solemnidad de la Virgen quisiera dejar estas consignas para compartir entre nosotros y rezar juntos. En primer lugar, que nuestro vínculo con el Señor sea un vínculo de confianza, que no nos escondamos de Dios cómo se escondieron Adán y Eva, que no tengamos miedo a Dios como lo tuvieron ellos, sino al contrario, que con toda nuestra vida que con toda nuestra desnudez con toda nuestra fragilidad podamos estar delante del Señor que es un enamorado de la humanidad y por eso sale a nuestro encuentro.

Como hoy la Virgen que aunque no comprende nada está delante del Ángel y no se esconde de Él. En segundo lugar, que podamos fuertemente sentir también que hoy el Ángel nos saluda y nos dice: “Alégrate” que necesidad tenemos de esta alegría profunda, esta alegría que tiene que ser la respiración de los cristianos, esta alegría que nos sostiene, que nos anima todos los días con un corazón agradecido porque a pesar de todo también nos pasan cosas lindas nuestro Dios nos acompaña como también hoy le dice el Ángel a la Virgen cuando le dice: “El Señor está contigo“ ahí también hay motivo de alegría, el Señor está con nosotros y luego, animarnos desde la confianza también a hacerle preguntas como hoy le hace la Virgen.

Hay cosas en la vida que no tienen explicaciones, hay cosas en la vida que nos sostiene en la pregunta de ¿Por qué pasan determinadas cosas? y si no hay respuesta, ponernos delante de Dios y hacer de nuestras preguntas también una oración. Le pedimos a la Virgen que nos enseñe, por un lado, a tener esa relación de confianza con Dios y no escondernos de Él. Le pedimos a María que nos podamos alegrar a pesar de las dificultades porque el Señor también está con nosotros y le pedimos a la Virgen que la confianza con Dios nos lleve incluso a preguntarle aquello que no entendamos y a sostener las preguntas porque no todo tiene respuesta.

Termino con una oración sencilla escrita por la poeta chilena Gabriela Mistral, una oración sencilla que le hace a la Virgen, y dice así: “Madre yo estoy aquí, a tus pies dejaré el corazón. Triste el vivir, el vivir sin tí. Larga el ansia y larga la aflicción, en el más hondo pliegue de tu ancho manto este viejo cansancio deja dormir llame a enjuagar mi llanto y dame el sol antes de morir. Madre ya estoy aquí lleve paz, traje tribulación sino descansa por fin en ti ¿Dónde va a descansar el corazón?".

Que nuestro corazón descanse en la Virgen María, nuestra madre que tanto nos ama, nuestra madre que hoy nos enseña a alegrarnos, nuestra madre que tiene una relación de confianza con Dios e igual que nosotros se anima a preguntar. Amén.

Mons. Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires