Jornada de Puertas abiertas del Monasterio de Belén

BARBA, Gabriel Bernardo - Homilías - Homilía de monseñor Gabriel Barba, obispo de San Luis en la misa de cierre de la Jornada de puertas abiertas del Monasterio de Belén (Merlo, San Luis, 17 de agosto de 2024)

Cuando alguien me pregunta dónde nació mi vocación o desde cuándo sentí el llamado, si hay algo de lo que no tengo duda y lo puedo decir con toda certeza, que fue desde los 14 años. Era muy pequeño, pero tenía muy claro que Dios me llamaba, después entraron las dudas, las crisis y lo que cada una significa. Pero en un momento dije: “bueno no voy a vivir con duda toda la vida” y entonces entré al seminario.

Y bueno aquí estoy… Yo siempre digo que entré al seminario dispuesto a salir, entré con esa libertad, si no era lo mío me iba, pero no podía vivir sin intentarlo. Pero también esa libertad es la que me abrió con toda su fuerza las puertas del seminario, si no era lo mío me pegaba la vuelta, pero no se logra lo que no se intenta, no se consigue lo que no se busca.

Después hay que comprender que en el llamado y la vocación sacerdotal, no es no es solamente el deseo de uno lo que cuenta. No es solo lo que “yo quiero”, también es escuchar lo que me pide Dios… y Dios me va hablando, por supuesto también por el sentimiento, el deseo, la búsqueda personal. Pero la clave de un sano discernimiento tiene que ver con la comunión con la iglesia, qué me dice la Iglesia, que me dicen los formadores, que me dice mi Obispo.

Es la Iglesia la que va acompañando, confirmando y afirmando o no, a lo mejor también ayudando a decidir que “el camino no es por acá”. No es un fracaso entrar al seminario y salir, no… no es un fracaso, es lo mismo que un noviazgo, no es un fracaso un noviazgo que no perdura, fracaso sería casarse con quien no corresponde y lo mismo pasa en cualquier vocación. Lo importante es la transparencia, el deseo, la búsqueda y ponernos en la mano de Dios, sabiendo que Él tiene un camino particular para con cada uno.

Con Marito Galán, (que recibió hoy el ministerio del Acolitado), tenemos la misma edad pero distintos caminos y sin duda los tiempos los maneja Dios y es Dios el que hace su obra. Y aquí sí que es importante no compararse con nadie, porque es Dios el que hace la obra, yo le digo Marito el día que sea sacerdote si Dios quiere y la Virgen, vos vas a tener algo que la mayoría de los curas no tenemos.

Marito tiene una riqueza que es el lenguaje del pueblo… el pueblo sencillo lo entiende a Mario y a veces los curas, no somos tan sencillos y la gente no nos entiende. Yo veo ese carisma en Marito y será el carisma de la iglesia. Un cura sencillo para la gente sencilla y que habla un mismo idioma, eso es un don de Dios para la Diócesis sin ninguna duda.

Hoy tenemos la gracia de celebrar este ministerio del Acolitado, aquí en esta iglesia junto con las hermanas que rezan tanto y después Dios dirá cómo sigue esta historia. En su momento, la historia de Mario se la planteé al Papa Francisco, y el Papa me dijo: “bueno vos tenés discernimiento, dale para adelante y decidí. Y bueno con la bendición del Papa estamos acá con Marito.

Muy bien… recién en la visita guiada que hicieron (dentro del Monasterio) y que todos disfrutaron, a lo mejor no conocían el monasterio, y seguramente estarán encantados, con este tesoro y esta gracia que tenemos en la diócesis.

Escuché al pasar que una de las hermanas que acompañaban a los grupos, aunque agarré la frase ya empezada que, afuera en el mundo hay quienes hablan de Dios a la gente, nosotras acá dentro le hablamos a Dios de ustedes. La gracia, el carisma, el don de la vida monacal, de la vida clausura de la vida contemplativa, es esto “hablarle a Dios de la gente, presentar a Dios los rostros de ustedes”. Yo también he aprendido, para tener bien claro el rol de lo que significan ustedes en nosotros y nosotros en ustedes y todos en el misterio de Dios.

Y esta visita que es mucho más que una visita, hoy las hermanas tienen rostros, personas e historias para hablarle a Dios en el silencio de la oración. Así que fíjense que nosotros nos llevamos un tesoro al volver a nuestros lugares y las hermanas se quedan con mucha tarea de cada uno de nosotros que estuvimos acá.

Este es el misterio de la comunión de la iglesia, que es cuerpo y que cada uno dentro de la iglesia es importante, único y necesario. Si nosotros no cumplimos con nuestra propia vocación, si nosotros no respondemos al llamado de Dios, a la iglesia le va a faltar un pedazo al cuerpo de Cristo se le va a mutilar algo que le falta, porque nosotros en la iglesia somos el cuerpo de Cristo por eso que es tan importante discernir… discernir qué quiere Dios de mí, porque estamos en esta vida mucho más que para permanecer, sobrevivir y bueno… y pasarla.

Estaríamos pecando si nos morimos sin haber vivido, estaríamos pecando si nos morimos sin habernos jugado, aunque nos equivoquemos, porque hay que jugársela en la vida como lo hizo Jesús que es nuestro gran modelo. La vida bien vivida no es hacer lo que yo quiero, sino que la vida bien vivida es que mi corazón concuerde con el de Cristo, que mi corazón concuerde con el de Dios, por eso aprender a escuchar qué quiere Dios de mí y aprender a discernir en la iglesia y acompañados por los pastores y por las personas que no sepan escuchar bien, que nos sepan aconsejar bien y acá son muchos los que nos pueden dar buenos consejos, hay que aprender a saber acompañarse de hombres y mujeres de Dios que sepan darnos esa palabra oportuna.

La gracia no está solamente en un carisma o en una vocación, la gracia de Dios se manifiesta en la iglesia con todos los carismas y vocaciones, por eso que en la vida van a ser clave los catequistas, los dirigentes juveniles, los misioneros, las religiosas, los sacerdotes, los diáconos… los distintos carismas que hay en la iglesia vivirlos con intensidad, pero en comunión.

¿Cuál es el signo por excelencia de la comunión?... Es la Eucaristía… en estos domingos comenzó a desarrollarse el evangelio de San Juan, cuando Jesús hace la multiplicación de los panes… cinco panes dos pescados, comió la multitud, se sació y sobraron 12 canastas, si nos quedamos mirando la magnificencia de ese milagro, sin duda es algo maravilloso, pero Jesús nos quiere decir mucho más en este signo.

Nos habla del gran signo, que es Él mismo, que es el Pan Vivo bajado del cielo, como dice el evangelio de hoy. El pan que es Jesús y que tenemos la gracia de celebrarlo en la Eucaristía, por eso es que siempre la Eucaristía es central en la vida de fe, en la vida cristiana, en la vida de comunión de la Iglesia.

Pero ese signo no termina en el acto litúrgico, el acto litúrgico es el signo significante, la gracia de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, pero tenemos que vivir el signo completo… Un Dios que nos llama a vivir la fe en el Amor, en la Encarnación, en la historia, nos alimentamos de la Eucaristía para salir a la misión vayan a la misión, vayan a la misión, ese era la última palabra de las misas cuando se rezaba en latín, “Ite missa est” (vayan, esta es la misión).

No solamente es irnos en paz, sino ir a la misión, quiere decir que la Eucaristía este Cristo sacramentado, este cuerpo y esta sangre de Cristo es el alimento para la vida… para la vida que no termina en la iglesia, que no termina en los templos, que no termina en la liturgia,,, acá nos alimentamos, nos sostenemos, pero hay que salir, hay que salir.

El mundo tiene hambre de Dios, cada vez más nos tenemos que convencer que las cosas materiales no alcanzan para satisfacer el hambre de eternidad, el hambre de Dios, el hambre de vida. Por eso no nos entretengamos solamente a puertas cerradas mirándonos entre nosotros, o peor aún perdiendo el tiempo en internas, o en descomunión… en no construir la comunión una sola iglesia, una sola fe, un solo bautismo, una sola eucaristía, un solo cuerpo, la unidad, basada no en nuestra fuerza, ni en nuestra gracia, basada en la gracia de Dios, en la Eucaristía. Da gusto ver esta iglesia, como un pueblo hambriento.

Somos muchos y no entramos en este templo, sentados en el piso, gente afuera, somos un pueblo que tiene hambre de Dios y las hermanas nos ayudan a alimentarnos, con su oración de cada día y hoy con esta eucaristía compartida.

Vamos a pedir a Dios que renueve en cada uno de nosotros este Amor a la Eucaristía… Amar a la Eucaristía tiene que ser siempre amar al hermano, amar al prójimo, amar al compañero de camino. A veces amar no es fácil, porque nos toca amar a gente que a lo mejor no queremos, o pensamos distinto, pero, somos parte del mismo cuerpo, unidos en el amor, unidos en una misma fe. Cuando no nos alcanza nuestra propia fuerza, nos sale más natural el odio, la venganza, el no compartir o el tomar distancia.

Unidos en el amor, alimentados en el amor, pero para construir la unidad. Estamos llamados nosotros a ser signos, así como la Eucaristía es el signo fundamental de Jesús, nosotros tenemos que ser como Jesús, signo en el mundo. Qué iglesia somos… somos una iglesia que llama o una iglesia que expulsa, somos una Iglesia que da lugar, o somos una Iglesia que pone tantas condiciones que nadie tiene lugar.

Que este alimento sacie nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de eternidad, nuestra hambre de vida y que también sea nuestra fortaleza, para que también nosotros podamos ser ese signo visible del Amor de Dios, para nuestros hermanos. Dios nos ama entrañablemente y nunca olvidemos que murió la cruz porque éramos pecadores, no porque éramos buenitos.

Entonces nunca caigamos en la tentación de que porque peque, Dios me va a dejar de amar, que porque pequé Dios me expulsa. Todo lo contrario, porque pequé Dios me amó hasta el final, esta es la Eucaristía, este es sacrificio donde Jesús nos ama hasta el final, nos ama hasta dar la vida y el padre lo resucita al tercer día. En cada Eucaristía celebramos el sacrificio de Cristo y el misterio de la resurrección.

Por eso siempre… siempre la Eucaristía va a ser un gozo, va a ser una fiesta, va a ser un momento de paz, porque es la Vida que vence a la muerte, la Vida que se entrega y el resucitado que hoy es nuestro Pan de vida para que tengamos vida propia y para la vida de todo el mundo.

Mons. Gabriel Barba, obispo de San Luis