Huachana: Lugar de ternura, cercanía y compasión

CORRAL, José Luis SVD (Verbita) - Homilías - Homilía de monseñor José Luis Corral SVD, obispo de Añatuya, en la celebración de la Virgen de Huachana (31 de julio de 2024)


Un año más, Huachana nos convoca. Es la Madre, ese lugar de ternura, cercanía y compasión; es la Virgen que nos acoge en su Casa y en esa escuela del Evangelio queremos aprender y crecer.

El Evangelio nos presenta a María en camino, la Virgen Peregrina, quien ha sabido lo que significa ser “persona en salida” porque el amor siempre pone en movimiento, acorta distancias y provoca encuentros. Pero también es la Madre que nos aguarda en casa, como hoy que nos ha recibido a quienes hemos venido de tantos lugares diferentes. Como buena Madre, cuando sabe que sus hijos vendrán de visita, nos prepara algo especial, aquello que cada uno más disfruta, aquello que necesita o anda buscando; porque las madres tienen ese olfato y sentido especial para sorprendernos. Gracias, Virgen Madre, porque te haces anfitriona para recibirnos a todos en tu casa, en este tu Santuario del Norte santiagueño.

Así como nos ofrece su hospitalidad, cuidado y atención, también acepta hospedarse en nuestras casas, como en la casa del discípulo amado, para compartir nuestras vidas y nuestros quehaceres. También hoy le decimos que no somos dignos para que entre en nuestras casas. Como Isabel, le preguntamos: “¿Quién soy yo para que venga a mí la Madre de mi Señor?” Y ella nos dice: “¡Eres mi hijo amado, mi hija amada, quien mi Hijo me encargó!” Nos alegramos de saberla cercana y familiar y le pedimos que se quede entre nosotros, que queremos ser suyos por siempre.

María fue a la casa de su prima Isabel para darle una mano en el último tramo de su embarazo; caminó buscando a su Hijo, intentando desentrañar el plan de Dios; caminó hacia su Hijo en Caná para avisarle que los novios se habían quedado sin vino para la fiesta; caminó hasta el Gólgota para estar al pie de la Cruz de su Hijo, atravesada por la oscuridad y el dolor. La Virgen sigue caminando con nuestro pueblo y entra en nuestras casas, en las escuelas, en las cárceles, en los hospitales, en los lugares de rehabilitación, en nuestros trabajos, para decirnos: "Aquí estoy, soy tu Madre, no tengas miedo y no desconfíes."

Ella camina con delicadeza, sabe de ternura y cercanía, tiene la orientación del corazón amante para saber hacia dónde ir y para llegar a tiempo. Que podamos aprender de María para saber dónde estar, de pie y al pie de tantas vidas heridas, que han perdido o les han saqueado la esperanza, la dignidad, la alegría. Que, como Ella, salgamos con prontitud para estar cerca de quienes nos necesitan; que sepamos llevar lo que somos y tenemos, no falsas promesas ni soluciones mágicas, sino el anuncio de la Buena Nueva y el servicio fraterno.

Como María, nuestra alma canta la grandeza del Señor y nuestro espíritu se alegra en Dios nuestro Salvador. Se alegra por esta fiesta y por la posibilidad de reencontrarnos en torno a nuestra Madre con espíritu de familia, donde traemos nuestra vida con sus gozos y fatigas, los dolores del camino y los sueños del alma.

No dejemos de cantar y celebrar a pesar de las dificultades e incertidumbres de nuestra época. Cada uno debe asomarse a su corazón y ver los motivos que trae para alabar, reconocer cuáles son las grandezas que el Señor ha manifestado en nuestras vidas, en la vida de la familia y de nuestro pueblo. Cantar el Magnificat es agradecer y proclamar que Dios nos sigue mirando con amor en nuestra pequeñez, fragilidad y miseria.

Cantamos porque Él sigue haciendo maravillas a pesar de nuestras infidelidades, negaciones o mezquindades. El Señor hace grandes cosas con nosotros: nos ha levantado y animado cuando nos sentíamos hundidos, nos ha puesto de pie cuando estábamos postrados, nos ha hecho fuertes cuando sentíamos que nuestras fuerzas estaban al límite y se agotaban. Hemos salido recuperados cuando creíamos que ya estábamos rendidos en nuestras batallas, nos encontró cuando estábamos huyendo o esquivando su presencia y compañía. Nos rodeó de ternura cuando nos habíamos blindado por la dureza, nos colmó de misericordia cuando nos estábamos envenenando con rencores y odios, nos enseñó a volver a acariciar cuando cerrábamos los puños para golpear.

La fe nos pide ser agradecidos; solo los agradecidos pueden encarar los tiempos difíciles. Los tiempos duros no los saben afrontar los piadosos entristecidos o entenebrecidos, sino los creyentes que saben alabar y bendecir, los cristianos que ponen luz, abren espacios, desanudan conflictos, suavizan asperezas y proponen alternativas.

Frente a la carita de la Virgen, podemos abrir y presentar nuestro corazón y pedirle que nos ayude a no olvidarnos de ser agradecidos, de alabar y bendecir. Mostrarle nuestro corazón y dejar que ella, con su mirada, nos rehaga desde dentro, que nos devuelva la chispa y el brillo a nuestros ojos, que vuelva a dar vigor y fuerzas a nuestras piernas para estar de pie y no dejar de andar por sus caminos, que en nuestras manos volvamos a llevar semillas con sabor a fraternidad.

Frente a la mirada de la Madre, presentemos nuestras tinajas que se han vaciado, aquel vino que se nos ha acabado, o se nos ha vuelto amargo o agrio, que Ella se lo susurre a su Hijo y que escuchemos a Jesús para que nos diga lo que debemos hacer.

Hoy, en este encuentro de fiesta con la Virgen de Huachana, María nos invita a levantar la mirada hacia arriba, con los pies en la tierra, y a poner nuestras manos al servicio de los demás para embellecer lo que hemos dañado y sanar el mundo herido. Que este trozo de la creación y este tramo de la historia que se nos ha dado sean transformados por el amor y la misericordia, llevando consuelo, reconciliación, unidad.

Esta noche nos dejamos mirar por la Virgen. Cuando Ella nos mira, nos hace descubrir quiénes somos para ella y para los demás. Somos sus hijos, y los hijos de la Virgen saben iluminar, vuelven a encender la esperanza en los corazones, llevan la mirada de la Madre a quienes nos envía. Su mirada dirigida a nosotros nos vuelve a decir: "¡Queridos hijos, hijas, ánimo, no tengan miedo, yo estoy con ustedes y ustedes están bajo mi manto! No tiemble su corazón, no se asusten del ruido que se les quiere meter para paralizarlos, no anden agitados y nerviosos porque a Dios no se le ha escapado la historia de sus manos."

La mirada de la Virgen nos hermana y armoniza. Somos un pueblo convocado por su Hijo para amarnos como él nos ama, para mirarnos a los ojos, más allá de los límites y opciones de cada uno. En la escuela de la mirada de la Virgen aprendemos que en la mirada de la Madre no hay grietas; nos mira a todos como hijos y a cada uno con su detalle.

Hoy le pedimos a la Madre de Huachana que nos arraigue en la Iglesia, nos recuerde el compromiso de cuidarnos los unos a los otros, nos dé la audacia y la fantasía de la caridad para llevar palabras y gestos de cercanía, ternura y compasión a los demás.

Te pedimos, María, que nos mires con tus ojos misericordiosos y no nos dejes tener miedo a la ternura, la ternura desarmada y desarmante, la que nos saca de las posiciones de ataque o defensiva, la que quiebra resistencias y abre paso para ser canales y cauces de bondad y amabilidad-

Queremos ser la Iglesia de la ternura maternal; la ternura es una forma de presentar la belleza y la verdad. Recuperar la ternura de María es tener la mirada de las madres que miran hacia adelante y al futuro con esperanza, que nada las detiene para hacer hasta lo imposible por la vida de los pequeños.

Sin la mirada de la ternura somos miopes, cortos de vista y hasta ciegos. Podemos construir sociedades exitosas, productivas, rentables y eficientes; pero sin la ternura no nos humanizaremos, porque no nos interesaremos por los que quedan atrás o afuera. Podemos pisar el mismo suelo, pero no sentirnos hermanos en una misma casa porque cada uno se mira a sí mismo o a su pequeño mundo. El mundo sin mirada tierna y materna podrá ser rico en cosas, poderoso y satisfecho, pero le faltará la fragancia suave de la fraternidad y de la comunidad que lo hace rico en espíritu, rico en humanidad y rico en futuro.

Madre, míranos y enséñanos a que se nos pegue la mirada de tu hijo Jesús. Que su mirada nos enseñe a mirar a los que son menos mirados, menos tenidos en cuenta, a quienes están más desamparados, a los que padecen soledad o abandono. A los enfermos, a los jubilados, a quienes no les alcanza lo que ganan para sus remedios, a los que no tienen con qué vivir, a los que no conocen a Jesús, a los que son esclavos de las adicciones, a los que no conocen la ternura de una madre, a tantos que andan heridos y dolidos por los caminos de la vida. A los que se han desplomado, a los que quedan caídos en los bordes o están arrinconados entre los descartables.

Madre, Virgen de Huachana, acompaña nuestro camino, transmítenos tu mirada para no perder la calma y la paz, porque eres la causa de nuestra alegría, porque brillas desde el monte y en el cielo como signo de esperanza y consuelo.

Queremos permanecer de pie en medio de las tormentas porque sabemos que siempre estás a nuestro lado. Bajo tu mirada no tenemos miedo y te pedimos que nos regales tu mirada que entreteje corazones para que construyamos la Iglesia y la patria que tanto necesitamos.

Tú conoces y escuchas el corazón palpitante de tu pueblo aquí reunido, custodia su esperanza y fe, líbranos de las tristezas de este mundo, guárdanos en el amor y condúcenos a todos al gozo eterno. Amén.

Mons. José Luis Corral SVD, obispo de Añataya