Tedum del 25 de Mayo
SALABERRY, Hugo Manuel SJ (Jesuita) - Homilías - Homilía de monseñor Hugo Manuel Salaberry SJ, obispo de Azul, durante del tedeum por el 214° Aniversario de la Revolución de Mayo (Iglesia Catedral Nuestra Señora del Rosario. 25 de mayo de 2024)
1. Gran parte de las dificultades que percibimos en nuestros primeros hombres de gobierno, las tenemos aún: peleas intestinas, recurrir a lo de afuera para criticar lo nuestro, alianzas de cualquier orden con un sello personalista muy notable, dificultad para pensar como nación integrando el todo, esto es sin excluir lugares ni pueblos, ambiciones personales, eliminar al que molesta, esperar que se dé vuelta la tortilla para sacar provecho y hacer lo mismo que criticó duramente de lo que hacía el anterior.
2. Por eso, al leer el evangelio del día de Pentecostés me pareció que bien podía recurrir a ese párrafo de San Juan para que nos sugiriese algunas líneas de reflexión, siempre pensando que las reflexiones evangélicas si bien cristianas, -deben ser y de hecho lo son- universales: cristianas y profundamente universales. Entonces, la lectura nos habla del temor que nos hace encerrarnos, de la paz que todos necesitamos, de las heridas que quedaron grabadas y de la alegría que siempre debe acompañarnos.
3. Evidentemente el temor, nos hace encerrarnos en nosotros mismos. Puede ser temor a los enemigos que buscan el exterminio (físico o moral), puede ser el temor al castigo por una acción mala, puede ser el temor a perder el poder, puede ser el temor a no ser reconocido, el temor a ser agredido y por eso la actitud defensiva constante, temor a no ser feliz, temor a haber equivocado el camino, no sé, hay infinidad de modos de encerrarse por temor. Es un mal de este tiempo: solemos movernos en gran parte por huir de un destino al que le tememos o bien, tratar de vencer el temor haciéndonos notar visiblemente para no pasar desapercibidos. Una especie de petulancia o engreimiento.
4. En medio de esa verdadera prisión, de ese encierro, debemos buscar y encontrar la paz. La experiencia evangélica, nos dice que cuando los apóstoles permanecían encerrados, el Señor permite la primera gran persecución de la historia: tuvieron que salir de su encierro y a medida que caminaban por el mundo, fueron pregonando la buena nueva de la Salvación, la venida del Reino de Dios. Es muy difícil, por no decir imposible, la paz ‘del encierro’ en una comunidad viva. Deberemos buscar la paz en el caminar, un aprendizaje arduo y requiere sus cuidados. Pero hay que salir. El encierro, a fuerza de vernos las caras todo el tiempo y del ‘manoseo’ de dramas personales ventilados de frente o de costado, nos vuelve impacientes, intolerantes y muy neuróticos.
5. Las heridas recibidas cuando son fuente de historia, de memoria, no perturban la paz arduamente conquistada. El Señor muestra las heridas de su cuerpo y les trasmite la paz. Porque esas heridas no sólo no deben ser olvidadas sino que serán la presencia diaria y la señal de lo que hemos costado y de lo que cuesta trabajar, vivir y morir por los demás. No las estimo como justificación de una contraofensiva, sino de una prueba de lo que cuesta mantener la unidad.
6. De allí que nuestro camino estará siempre acompañado por ese gozo que nos genera el saber que estamos donde tenemos que estar, haciendo lo que tenemos que hacer, desgastándonos por nuestros hermanos. Además el gozo es compartido: estaban en el mismo lugar, el temor deja lugar a la alegría, se encuentran en la paz que el Jesús Resucitado trae consigo y reciben el Espíritu Santo, que es Espíritu de unidad y de amor. Pero tienen que salir.
7. Por eso el asunto es qué hacemos con ese temor que nos deja encerrados. Nos hace falta un verdadero análisis como país, que en más de dos siglos, no ha conseguido salir de esta forma de ‘encierro’. Muestra de ello es la necesidad que tenemos de requerir la aprobación en lo que hacemos, la necesidad de que hablen bien de nosotros y por otro lado, seguimos mostramos lo mal y atrasados que viven algunos argentinos en cierto lugares de la Patria, cuando tenemos una realidad igual o peor a dos cuadras de la casa. Sin exagerar.
8. Cuando hablamos de heridas, los santos Padres nos dirán que la mejor y la única forma posible de mantener la unidad es la acusación de sí mismo. Y en este punto deseo detenerme. Llegamos al extremo, por ejemplo en la prensa u otros autores, argentinos ellos, que citan a autores o periodistas incluso historiadores extranjeros -de cuarta por supuesto- que nos denigran, para confirmar que lo que ellos sostienen es razonable y veraz. O sea que autores argentinos, permiten que autores extranjeros denigren el país, la historia o la familia argentina! Entre hermanos buscamos fuentes vecinas para que critiquen la familia nuestra. No esperen eso de mí.
9. Por supuesto que debemos crecer: compartimos momentos y pasiones, pero no bienes naturales ni sobrenaturales; ni siquiera espirituales y muchos menos materiales. Apostamos a la familia, pero a la chica, no a la grande, esa que nos constituye como comunidad política, la ciudad, la provincia o la Patria. Somos muy patriotas pero estamos más pendientes de lo que tienen que hacer los otros por la Patria que lo que nosotros tenemos que hacer por ella. Comunitariamente tenemos mucho que aprender y mucho camino por andar. Las desigualdades que fácilmente vemos en nuestra ciudad, nos avergüenzan
10. Pero yo vivo aquí. Nací en este bendito país, trabajo acá y quiero morir aquí. Y amo este lugar que aquellos hombres de Mayo prefiguraron incipientemente. Me quejo, sí, pero sigo apostando a este lugar. No existe ni hay otro en el mundo, donde yo sea yo. Así es la tierra que quiero con toda pasión: contradictoria, llena de incertidumbre, donde cada día comenzamos de nuevo y cuesta romper el individualismo. Donde el aferrarse al propio juicio dificulta la convivencia y donde no pueden hacerse planes para muchos días, no años. Donde tratamos de ‘zafar’ de la responsabilidad que tenemos y compete y procedemos como Miguelito el de Mafalda cuando lee en el diario la frase: ‘La familia es la base de la sociedad’ y él dice, “¿La familia de quién? ¡LA MIA NO TIENE LA CULPA DE NADA!”
Que el Señor bendiga abundantemente los hombres de Mayo, que nos dé sabiduría, honestidad y paciencia a todos. Que continuemos con esa costumbre admirable de recibir a quienes quieren vivir aquí, como hermanos o hijos muy queridos. Que así sea.
Mons. Hugo Manuel Salaberry SJ, obispo de Azul