Ordenaciones diaconales
MARTÍN, Eduardo Eliseo - Homilías - Homilía de monseñor Eduardo Martín, arzobispo de Rosario en la ordenación diaconal de Nelson Veliz y Gino Collazuol (Rosario, 17 de mayo de 2024)
Lecturas
Hech. 8, 26-40; SR: 95,1-3.10;
Rom 12,1-2. 9-18; Mt 20, 25b-28
Queridos hermanos Obispos, queridos sacerdotes y diáconos,
queridos consagrados y consagradas, queridos fieles,
queridas familias de Nelson y Gino.
1. Lo primero que quiero expresar es la acción de gracias al Señor por estos dos jóvenes que en momentos serán ordenados diáconos. Las ordenaciones son siempre una gran alegría para la Iglesia local y una de las dichas más grandes de todo Obispo
Junto a la acción de gracias al Señor quiero expresar mi gratitud al Seminario Arquidiocesano “San Carlos Borromeo”, a su equipo de formadores y a cuantos han intervenido directa o indirectamente en la formación de estos jóvenes, de modo que hoy llegan a esta instancia de sus vidas gracias a ese conjunto de personas que de un modo u otro han incidido para que se de este acontecimiento de su ordenación diaconal.
Una gran gratitud a sus familias que han entregado a sus hijos al Señor en la Iglesia; que han confiado en ella y que han acompañado a sus hijos a lo largo de todo el proceso formativo y hoy con gran alegría los acompañan para este paso fundamental en sus vidas.
2. El sacramento del Orden Sagrado en el grado de “diácono” no sólo los capacita para una misión, sino que afectará el propio ser de cada uno de ustedes, haciéndolos “servidores”, a imagen de Jesucristo que se ha hecho diácono por nosotros. El Rey de reyes, el Señor de los Señores se ha anonadado a sí mismo y se hizo uno de nosotros, vino al mundo, “no para ser servido sino para servir y dar la vida en rescate por una multitud”. Servicio que el gesto de lavar los pies de los discípulos en la última cena sintetiza y expresa toda su vida. Un Señor que es servidor, casi como una paradoja, pero que sirviendo ejerce su señorío y significando con su vida de servicio un nuevo modo de vivir entre los hermanos, entre los hombres: servidores, los unos de los otros.
Ustedes, queridos hijos, harán presente sacramentalmente al diácono Jesucristo, y a la Iglesia servidora del Señor y de los hombres. Esto lo realizarán establemente los diáconos permanentes; pero ustedes que serán diáconos en vista a recibir el Presbiterado han de recordar siempre, lo mismo que los Presbíteros, y nosotros, los Obispos, que nunca dejamos de ser diáconos. Un Presbítero, un Obispo que olvidasen esta dimensión de sus vidas no sería un verdadero Presbítero o un verdadero Obispo. Decía el cardenal Ratzinger “que la diaconalidad es y permanece como dimensión de todo ministerio eclesial”.
Por eso, a partir del diaconado, la vida de ustedes será traspasada por esta cualidad, por esta característica de “servidores”. Todo lo que piensen, sientan o hagan es en razón de ser servidores del Señor y de los hombres.
Esto que se producirá en sus vidas de modo esencial tiene que ir haciéndose existencial con la práctica del ministerio diaconal y a lo largo de toda la vida, hasta arraigar de tal modo que se haga virtud, es decir, hábito operativo bueno, de difícil remoción, que se haga segunda naturaleza en ustedes, siempre a partir del don recibido.
3. La tarea principal del diácono es el anuncio del Evangelio; el entregar a los hombres el Pan de la Palabra, del cual necesitan para vivir. Pero se puede anunciar sólo lo que primero se ha escuchado. El papa Francisco nos dice que el primer paso de un espíritu sinodal es la Escucha, que no es lo mismo que oír. Escucha del Señor que nos habla en su Palabra, para discernir su designio para el hoy de cada persona y de cada comunidad eclesial.
Se podrá hacer con fecundidad si se dejan invadir por el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, como Felipe que obedece con prontitud las mociones del Espíritu, como escuchamos en la primera lectura y secundando al Espíritu su labor se hace fecunda: evangeliza al etíope y lo bautiza.
Dejémonos arrebatar por el Espíritu Santo para que nuestra tarea evangelizadora se fecunda y abundante en frutos duraderos.
Este ser servidores, es para siempre, y toma toda nuestra vida. Refiriéndose a los diáconos decía el cardenal Ratzinger en una homilía: “El ministerio no es una ocupación que sea algo aparte de la propia vida de la persona. No es un trabajo para mantenerse, en el cual se presta servicio por unas horas, para después retornar a la esfera privada…Es un empeño que nos involucra en aquello que tenemos de más personal, que exige asumir desde lo más profundo este evangelio y su servicio. Es tan grande, tan decisivo para la propia vida el paso que van a dar, que vale la pena sufrir por él mismo. Sólo se sufre si se ama. Un servicio que se hace cruz, y por eso, salvación, redención, resurrección y vida.
4. El segundo servicio, es el servicio de la “caridad”. Un servicio que reconoce en el rostro de los que sufren el mismo rostro de Jesús. Un servicio que mira al dolor y a la necesidad de nuestros hermanos los hombres.
Cristo sufrió por amor sirviendo hasta entregar su Cuerpo y derramar su sangre, a partir de aquí, del corazón de la vida cristiana, han de atender el dolor y la necesidad de nuestros hermanos. Por eso el diácono es asociado en la Eucaristía al servicio del cáliz.
5. Este misterio es tan grande, que ustedes que recibirán el diaconado en vistas al presbiterado, les ha llevado a abrazar libremente el celibato por el Reino de los cielos. El mismo es estilo de vida que quiere imitar a Cristo que lo vivió plenamente. El celibato se convierte en expresión de abrazar con toda la vida el anuncio del Evangelio (que es el mismo Cristo), el amor a la esposa de Cristo que es la Iglesia y el anticipo de la vida futura; en otras palabras, el celibato tiene tres dimensiones: Cristológica, eclesiológica y escatológica.
“Será para ustedes símbolo, y al mismo tiempo, estímulo de amor pastoral y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo”.
6. Tanto el celibato como el servicio de la Palabra y de la caridad lo podrán sostener y acrecentar (aún más allá del diaconado) si viven como necesidad la oración. Nosotros no tenemos un modo particular de oración; nuestra oración es la oración de la Iglesia. Estamos llamados a orar como ora la Iglesia, concretamente a través de la Liturgia de las Horas, santificando cada jornada y cada tiempo de la misma, alabando al Señor, tendiendo a realizar el ideal indicado por el mismo Jesús: “oren siempre”.
Han de ejercer este ministerio con humildad, sin querer sobresalir, ni presumir de sabios, sino alegrándose con lo que están alegres y llorando con los que lloran, haciéndose todo a todos para ganar a algunos para Cristo.
Que la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario los cuide y experimenten siempre su protección maternal, acudiendo a ella en toda necesidad, como garantía de para ser fieles en el ministerio que hoy comienzan. Amén.
Mons. Eduardo Martín, arzobispo de Rosario