250 años de la llegada de la Imagen de Nuestra Señora del Rosario
MARTÍN, Eduardo Eliseo - Homilías - Homilía de monseñor Eduardo Martín, arzobispo de Rosario, en misa central por los 250 años de la llegada de Virgen (Patio Cívico del Monumento Nacional a la Bandera, 6 de mayo de 2023)
Queridas hermanas y hermanos:
1. ¡Bendito sea Dios que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo!
Hoy volvemos a bendecir y alabar a Dios por el don de la Virgen Madre que nos dio a Jesús, fruto bendito de su vientre. Sí, queridos hermanos, la obediencia de María a la voluntad del Padre y su apertura a la acción del Espíritu Santo nos trajeron a Jesucristo, el redentor del hombre, al Hijo de Dios hecho hombre. Por eso el título más grande de la Virgen es ser Madre de Dios. ¡Gracias Padre porque por medio de María vino tu Hijo como salvador del mundo, vino a traernos vida y vida en abundancia, vino a vencer al pecado y a la muerte y a darnos la dignidad de ser hijos de Dios y vino a darnos la esperanza, a decirnos que la Vida es más fuerte que la muerte!
Los designios de la Providencia han querido que nuestra ciudad y Arquidiócesis estuviesen bajo el patrocinio de la Madre de Dios bajo la advocación de Ntra. Sra. Del Rosario. En estos días celebramos los 250 años de la llegada de la imagen que se venera en su santuario, la Iglesia Catedral, y que preside esta celebración.
Cuando Rosario se llamaba “Pago de los arroyos”, y lo que hoy es la Catedral era una pequeña capilla de paja y adobe, un 3 de mayo de 1773, traída desde España y adquirida por el esfuerzo de aquellos 200 o 300 pobladores, llegó hasta nosotros la imagen de la Virgen del Rosario.
Sí, queridos hermanos cuando Rosario aún no se llamaba así, cuando la Argentina aún no había nacido como tal, cuando faltaban 37 años para la revolución de Mayo, y 39 para que Belgrano izara por primera vez la bandera argentina en las barrancas del Paraná, ya estaba entre nosotros la venerada imagen que aquí tenemos. Por eso la llamamos Patrona y Fundadora. Damos gracias a Dios y nos alegramos vivamente por ser ella nuestra protectora y la que dio el nombre a nuestra Ciudad y Arquidiócesis.
Ella ha estado a lo largo de toda nuestra historia, y lo seguirá estando. Su poderosa intercesión, como reza la tradicional oración nos salvó en la peste, nos protegió en las sequías y fue escudo contra los ataques de los enemigos. Hoy le rogamos que nos libre de las epidemias y de las adicciones, para que haya fuentes de trabajo digno y que podamos vivir en paz.
2. Dice la Virgen en el Magníficat: “Desde ahora todas las generaciones me proclamarán feliz, porque el Señor hizo en mí grandes cosas”. Es impresionante constatar cómo esta profecía que María realizó en el inicio de la Nueva Alianza se ha ido verificando en todos los tiempos y lugares. También aquí, en Rosario, 2000 años después la proclamamos feliz, cumpliéndose una vez más lo que la Virgen profetizó de sí misma. La razón de esa felicidad es porque el Señor hizo en ella grandes cosas, hizo maravillas, la gran maravilla de darnos a Jesús. También el Señor quiere hacer en nosotros la obra de nuestra santificación, quiere que nuestra vida se realice planamente. Pidamos a la Virgen su misma docilidad a la acción del Espíritu Santo para que forme en nosotros la imagen de su Hijo, pidámosle tener hambre y sed de Dios, deseos grandes, a la altura del corazón, tal como Dios lo ha hecho; el Señor nos quiere santos, es decir plenamente realizados, felizmente realizados.
3. La imagen de la Virgen del Rosario lleva en sus brazos al Niño Dios, al Dios humanado; ella siempre nos lleva a su divino Hijo, que nos asegura la dignidad de ser también hijos de Dios y nos manifiesta un amor más fuerte que las potencias del mal y de la muerte, tan activas e incidentes en nuestra ciudad y en la sociedad en general. No podemos dejar de solidarizarnos con las víctimas de la violencia, especialmente de las víctimas inocentes cuya lista se engrosa cada día sin que mengue para nada. Recordamos a Mauro, a Maxi, a Jimi , a Claudia y a Virginia (mader e hija ) y a tantos otros.
Y no podemos dejar de reclamar a las autoridades correspondientes que deben hacer algo, que no pueden seguir perdiéndose vidas sin que se haga lo suficiente ¿Qué tendrá que pasar en Rosario para que algo cambie? Si los problemas no se afrontan adecuadamente las consecuencias serán cada vez más dolorosas.
En el evangelio escuchábamos el anuncio del Ángel a María diciéndole ¡Alégrate! Uno puede pensar, viendo lo que nos pasa y comparando con la vida de la Virgen cual es la razón de la alegría. La vida de la Virgen no fue fácil: tuvo que hacer nacer a su hijo en una cueva de refugio de los animales y ponerlo en un pesebre; tuvo que huir a Egipto como exiliada política, pues Herodes quería matar al niño, y estuvo al pie de la cruz, cumpliéndose lo que le había profetizado Simeón: una espada atravesará tu corazón. Frente a este panorama, ¿cuál es la razón de la alegría?; la dice el mismo Evangelio: “El Señor está contigo”. Dice el profeta Sofonías: ¡Alégrate Hija de Sion, porque el Señor en medio de ti está! Alégrate porque por medio de ti viene Jesús, y viniendo Jesús es el mismo Dios quien viene a habitar entre nosotros; y viene a salvarnos, como el mismo nombre de Jesús lo significa: él es el Salvador. En medio de los sufrimientos de esta vida sabemos que Dios está entre nosotros, que si nos apegamos a Él la vida de los hombres está salvada.
Queridos hermanos y hermanas: Miramos a María y ponemos en sus manos la vida de nuestra ciudad y de nuestra Arquidiócesis. Confiamos en su protección maternal y en su poderosa y tierna intercesión ante su Divino Hijo. Sabemos que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia: aunque a veces las nubes del mal parecen prevalecer; sin embargo es mucho más el bien que el mal; cuando vemos a la gente cada día salir a ganarse el pan con el sudor de su frente, a las familias luchando por la educación de sus hijos, a las familias y jóvenes inundando las plazas y parques cada fin de semana,; cuando vemos desde el buen empresario que trata de acrecentar la fuente de trabajo, hasta el humilde cartonero que con sol o lluvia busca ganarse su pan.
De la mano de María seamos misioneros de la paz, seamos instrumentos de paz; podemos en nuestro ambiente sembrar semillas de paz: buenos días, permiso, perdón, gracias. Muchas cosas sencillas y a nuestro alcance pueden ir gestando ambientes de paz.
La Virgen también lleva entre sus manos el Santo Rosario. Los convoco a que bajo la consigna “Rosario por la paz” recemos el Santo Rosario, especialmente en familia, confiando en que la Virgen es la omnipotencia suplicante. Recemos y trabajemos por la paz; el Señor escuchará nuestros ruegos, si todos juntos, con fe y humildad los elevamos por medio de la Virgen rezando el Rosario y confiando en el poder de la oración. Y que Rosario y la Arquidiócesis pueda seguir siendo la Ilustre y fiel; Ilustre en la integridad de su fe y fiel en el cumplimiento de sus santos deberes”.
Dando gracias al Señor por tantos beneficios recibidos en estos 250 años, y recordando con gratitud todo lo que se ha hecho, miramos el futuro con esperanza y que, en medio de las dificultades de la mano de María, como no dice el papa Francisco: “no nos dejemos robar la esperanza”. Nuestra Señora del Rosario: ruega por nosotros.
Mons. Eduardo Martín, arzobispo de Rosario