Ordenaciones sacerdotales
FERNÁNDEZ, Víctor Manuel - Homilías - Homilía de monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata (Iglesia catedral, 26 de noviembre de 2022)
Quisiera acompañar este hermoso rito con un breve comentario mío, pero sabiendo que lo más importante es la obra que Dios quiere hacer en ustedes, el don de su preciosa gracia.
Porque lo que sucede esta mañana, lo más importante es ante todo un don, un regalo, como un manantial del cielo que desborda.
En el orden sagrado, Jesús resucitado los toma, los abraza con su gracia y los hace sacerdotes como él para su pueblo. Es ese mismo Jesús que ustedes conocen y aman desde pequeños, desde niños. Haberlo encontrado a él es un bien que nunca podrán dejar de agradecer.
Pero ese mismo Jesús que tomó la iniciativa de buscarlos es él que hoy los consagra y los une a él de una manera tan especial.
Hay un infinito amor detrás de este momento. No nuestro pequeño amor, sino el amor grande, fuerte y repleto de ternura que colma el corazón de Dios. Has sido mirado, con inmenso cariño, qué importan las otras miradas que aprueban o desaprueban, que hunden o ensalzan.
Ya no me obsesiona que me feliciten, que me den plata, que me aprueben, que me den afecto. El celibato mismo es expresión de esta libertad de sabernos colmados por un amor sin límites que nunca se va. Y si alguna vez te desvías, por favor acordate que está Cristo ahí esperando que vuelvas, y te dice como cuenta el Evangelio: “Si volvieras, si a mí volvieras”. O como dice el libro de Jeremías: “¡Cómo me acuerdo de tu cariño juvenil cuando me seguías feliz por el desierto”.
Le van a prestar a Jesús el cuerpo, las manos, la voz. Porque no vas a decir: “Este es el cuerpo de Cristo”, sino que él con tu voz va a decir: “Esto es mi cuerpo”. No vas a decir: “Jesús te perdona”, sino que él va a decir con vos: “Yo te absuelvo”.
Pero no es sólo una relación íntima con Cristo. Es un triángulo: Jesús, vos y su pueblo que necesita un pastor. Por eso cada vez que levantes la hostia vas a sentir que estás levantando allí con él tantas cosas, tantos sueños, tantos llantos, tantas esperanzas. Y cada vez que digas “yo te absuelvo” vas a saber en fe que algo cambia en este mundo, porque, como decía San Agustín, es más grande ese momento del perdón que la creación de todo el universo.
Y te vas a gozar porque, como dice san Pablo: sos padre y madre, padre que exhorta, que alienta, que fortalece, y madre que consuela, que mima, que lo da todo. El sacerdocio que ustedes reciben es para los demás, y sin los demás pierde sentido.
Pero volvemos a la fuente: siempre es con Cristo. Porque amar para vos tendrá que ser siempre al mismo tiempo la experiencia constante de ser amado, en todo lo que hagas, en cualquier tarea que te toque. Tu ideal es alcanzar las más profundas experiencias de Cristo en el corazón mismo de la entrega apostólica. Los curas diocesanos nos santificamos ante todo cuando estamos ejerciendo bien el ministerio, con cuerpo y alma, con amor, con pasión, con gratitud.
Presten atención al llamado insistente del Papa Francisco a salir a buscar, a no quedarse cómodos y encerrados en las propias estructuras. Dejá que el Espíritu Santo que hoy recibís te mueva a tomar la iniciativa, a no quedarse esperando, a salir a la búsqueda de los que están alejados. Eso te va a dar las mayores satisfacciones.
El ministerio sacerdotal es un cauce de la misericordia de Dios, y eso nunca tendrá que quedar ensombrecido. En caso de dudas recuerden que el Obispo de ustedes, que soy yo, les pide que inclinen la balanza del lado de la misericordia.
Y en todo caso equivóquense por ser demasiado misericordiosos y nunca por ser jueces duros e inflexibles. Porque hay que tomarse muy en serio una cosa que dice Jesús en el Evangelio, que vale especialmente para los curas: “la misma medida que uses con los demás se usará para medirte a vos”.
A través tuyo tiene que pasar el anuncio del amor del Señor que espera, que ama incondicionalmente, que salva.
Renueven cada día la experiencia de la gratuidad pastoral, que no se obsesiona por medir resultados y éxitos. Muchas personas pasan y se van, y no vas a poder medir resultados ni logros pastorales. Te entregarás con la certeza de que cada palabra y cada gesto que hagas con amor será una semilla que andará dando vueltas por el mundo con la fuerza invisible del Espíritu Santo. Ese es tu sueño, ese es tu proyecto, ser fecundo como instrumento del Espíritu.
Tu sueño no es ni ir a estudiar, ni destacarte en alguna tarea, ni alcanzar reconocimientos. Tu sueño se realiza esta noche: ser sacerdote del Señor, qué más podés pedir.
Si bien en este rito ustedes expresan sus bellas promesas, esta mañana no es el momento de hacer buenos propósitos y de pensar en deberes y cargas. Esta mañana ustedes simplemente tienen que recibir, acoger con toda receptividad el don de la gracia que los capacita para vivir el Evangelio como sacerdotes.
Como siempre, cuando Dios pide más es porque él te está ofreciendo y te está dando más. Ahora él está aquí sólo para dar. Y en los 100 años de nuestro Seminario el sacerdocio de ustedes será el mejor recuerdo de este año de celebración.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata