Viernes 19 de abril de 2024

Documentos


BUSCAR DOCUMENTOS

El Saludo de la alegría
Una de las características fundamentales de la experiencia del Resucitado es la alegría.

Jesús, como a las mujeres, sale hoy a nuestro encuentro y nos saluda como a ellas, compartiéndonos su alegría: “De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo:Alégrense”. (Mt. 28, 9)

San Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, nos invita a alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria y gozo que nos trae su resurrección. (E.E. 221)

El Papa Francisco señala un detalle del encuentro con las mujeres, que se produce cuando ellas van a anunciarlo. “Esto es hermoso: cuando anunciamos al Señor, el Señor viene a nosotros. Para encontrar al resucitado hay que descubrir el camino del anuncio. Anuncia al Señor y lo encontrarás, busca al Señor y lo encontrarás, siempre en camino. Esto quiere decir que a Jesús se lo encuentra dando testimonio de Él, saliendo de nuestros encierros, de nuestro individualismo, de nuestra autorreferencialidad.

No podemos guardarnos para nosotros la alegría que nos trae el Resucitado, el Viviente, el Vencedor de la muerte. Siempre en camino.

El saludo de la esperanza
En su homilía, el Papa Francisco dijo que la Pascua del Señor nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y cambió el rumbo de la historia. “Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina” (Francisco - Pascua 2023)

La experiencia de las mujeres que fueron a visitar el sepulcro (Mt. 28, 1), implica recorrer el camino para recuperar la esperanza.

Muchas veces en lugar de saborear la alegría del encuentro con Jesús resucitado, nos desviamos del camino de la esperanza para ver sobretodo tumbas selladas, que tienen muchos nombres: nuestras desilusiones, nuestras amarguras, nuestras desconfianzas y sobre todo nuestra tristeza, en la que muchas veces nos sumergimos. Ya no hay nada que hacer, esto no cambia nunca, ya lo vivimos. No tenemos certeza del mañana.

Que la Iglesia y el mundo se alegren, porque hoy nuestra esperanza ya no se estrella contra el muro de la muerte; el Señor nos ha abierto un puente hacia la vida.

El saludo de la paz
Tres veces encontramos en el Evangelio de Juan (20, 19-31) el saludo gozoso de Cristo resucitado a sus discípulos: “la paz esté con ustedes”. También nosotros somos invitados, desde la fe pascual, a acoger la paz que nos da Cristo resucitado. Una paz que solo será posible en la medida en que cada cual desarme su corazón, para que todos nos reconciliemos y nos dispongamos a construir una sociedad en la que podamos convivir sin miedos ni sobresaltos.

La paz trae consigo la experiencia de la consolación, que surge de los encuentros con Cristo resucitado. Jesús consuela a los suyos, como un amigo consuela a su amigo, por eso estamos llamados a construir y ser instrumentos de paz, artesanos de la paz. Hombres y mujeres que llevan el consuelo del Resucitado a un mundo entristecido y herido por tanto dolor. Abriendo así, un espacio de sanación, que desemboca en la vivencia de una auténtica fraternidad, que posibilita la solidaridad y el compartir sin excluir a nadie. Necesitamos un mundo más humano, este es nuestro desafío.

Expandir, comunicar el consuelo del Resucitado
Estamos llamados a ser hombres y mujeres de paz y reconciliación, en esta sociedad dividida, donde el egoísmo, la ambición de poder, el odio y la guerra reinan.

Crear una sociedad más fraterna nos urge!, el humanizarnos también nos urge!

Los invito a detenernos en las mujeres, en la madrugada de la Pascua, que corren porque tienen una buena noticia y quieren compartirla. Podríamos decir que las mujeres corren porque quieren llevar la alegría del Evangelio, que es la alegría del Resucitado. (E.G.1).

Contemplando esta escena, nos preguntamos:

  • ¿corro/corremos para anunciar a los demás la buena noticia de la resurrección de Jesús?
  • ¿corro/corremos para anunciar que El está vivo?
  • ¿corro/corremos para compartir la alegría profunda de la Pascua que inunda mi ser para que llene la vida de los tristes, abatidos, encerrados?
  • ¿corremos o estamos parados, inmovilizados, paralizados? ¿salgo a anunciarlo? O me quedo cómodo en casa y que de la misión se ocupen otros que tienen más tiempo…

Que el resucitado, el viviente, se nos manifieste como lo hizo con las mujeres en el amanecer de aquel domingo, el primer día de la semana, que cambió la historia de la humanidad; y que, como ellas, habiéndonos encontrado con el Señor, salgamos corriendo hacia los hermanos, hacia los más necesitados, los que más sufren, los pobres, los excluidos para anunciarles con gran alegría y sin temor que Jesús vive, que resucitó.

Madre del Buen Viaje, queremos compartir tu gozo, el de Jesús Resucitado. Él está vivo!.

Muy felices Pascuas!.

Mons. Jorge Vázquez, obispo de Morón

La luz es el primer signo que nos brinda la liturgia en la oscuridad de esta noche, es el signo que vence todas las oscuridades, porque representa a Jesucristo, resucitado y vivo para siempre. Él es nuestra vida y esperanza. Sin Él la humanidad se convierte en una especie biológica entre las más peligrosas del planeta, que se empeña en caminar hacia el exterminio de sí misma y de todo lo que toca. Sin Dios, el hombre es oscuridad y produce oscuridad. Aun cuando hay algunos optimistas que apuestan a la inteligencia y a la sensatez humana, con la ilusión de que la humanidad podrá salvarse a sí misma. Sin embargo, por la fe, creemos firmemente que nos salvamos por un encuentro entre todos los seres humanos, fundados en el Encuentro con mayúscula: Dios, revelado en Jesús que atravesó el reino de la muerte por la potencia del amor, y así nos aseguró la esperanza para esta vida y la plenitud en la definitiva.

Dios, Padre y Creador, que se reveló en toda su maravillosa expresión de amor, misericordia y perdón, viene acompañando a la humanidad desde su creación. Es muy bello y profundo el recorrido que hicimos con la proclamación de las lecturas bíblicas, tomando algunos pasajes que van desde la creación del mundo y del hombre; hasta la resurrección de Jesús. La Palabra de Dios nos enseña que Él es el principio de todo y que sobre la creación se extiende el Espíritu de Dios como aliento que da vida. Que fue Él quien creó al hombre, varón y mujer los creó, y les encomendó que cuidaran y perfeccionaran la creación. Ellos descuidaron ese mandato y se dejaron tentar por la soberbia creyendo que solos podían hacer lo que a ellos le pareciera bien. Sin embargo, Dios, que los creó por amor, no lo abandonó. En el tiempo oportuno Dios llamó a Abraham y le confió la formación de su pueblo, a quien luego liberó de la esclavitud y le dio nuevas esperanzas de vida. Ese pueblo fue comprendiendo lentamente que Dios es el único Señor, que es el Santo en medio de su pueblo, y que cumple siempre sus promesas mostrando su amor y ternura. Esta es la esencia de la pascua judía.

Luego, por medio de los profetas, Dios fue llamando a su pueblo a la conversión, para que comprendiera que solo no podía salvarse, hasta que llegó el tiempo en el que Él mismo se pusiera al hombro nuestra historia con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Esta es la esencia de la pascua cristiana. En ese sentido, San Pablo nos recordará que fuimos sumergidos en el misterio de esa Pascua por medio del bautismo. Así somos incorporados a Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él.

Por eso, como Jesús, los cristianos nos hacemos solidarios en el mundo en el que vivimos trabajando, junto con todos los hombres, en hacer una comunidad fraterna, abierta en la que nadie debe quedar afuera. No hay otro camino para ir hacia esa plenitud sino es por la fuerza del amor. El amor purificado y restaurado en la cruz por la muerte y resurrección de Jesús. Ese amor es indestructible y la única potencia que puede unir a los hombres en una verdadera familia humana.

Ese amor es la vida nueva que hemos recibido en el bautismo. Por eso, en unos instantes más renovaremos nuestras promesas bautismales. Que María de Nazaret, Madre de Jesús y Madre nuestra, nos sostenga en el camino de la luz para ver a su Hijo en los acontecimientos ordinarios de la vida privada y pública; nos inspire un augurio de felices pascuas que sea expresión de nuestro compromiso firme de promover siempre y en todas partes el encuentro y la amistad; nos enseñe a ser más fraternos, respetuosos y responsables del bien de todos; a ser sensibles con los más vulnerables y despreciados; nos anime a perdonar las ofensas y a ser más tolerantes con los que nos resultan molestos o desagradables; y que Ella nos acompañe siempre con su ternura de Madre. Amén.

Mons. Andrés Stanovnik OFM Cap., arzobispo de Corrrientes

Es interesante imaginar cuál habrá sido el clima de sentimientos en aquella última cena.

Jesús con sus discípulos, con aquellos que había compartido los últimos tres años. Aquellos discípulos que habían sido testigos de milagros, testigos del sermón de la montaña.

Seguramente más de una vez no lo entendieron al Señor. Otras veces se habrán quedado pensando sobre todo lo que Jesús había hecho. Y ahora estaban en esa última cena, en la que Jesús ya venía anticipando que iba a ser entregado, que iba a ser crucificado. Por eso me imagino que el sentimiento que debía primar en esa última cena debía ser de tristeza, de dolor, de angustia, de preocupación. Seguramente estarían con una congoja y con una angustia que sería un nudo en el estómago como nos pasa a nosotros. Porque tenía sabor a final.

Y cuando las cosas tienen sabor a final a veces dan un poco de tristeza. No sé si alguno de ustedes recordará alguna fiesta hermosa en la que hayan participado. Y cuando la fiesta termina uno se va contento, pero también hay como una nostalgia de que algo está terminando. Bueno, algo está terminando en esta última cena.

Entonces Jesús trata de dejar como un mensaje último importante esos mensajes contundentes. En general cuando despedimos a un ser querido después que vino, y se quedó unos cuantos días con nosotros, charlamos de un montón de cosas durante la semana que estuvo acá. Y cuando está por subir al micro o está por arrancar el auto le decimos te quiero mucho, sos re importante en mi vida, te voy a extrañar, te necesito.

Uno dice, tuvimos una semana hablando de pavadas y recién ahora me decís todo esto. Es que es medio misterioso, pero es así.

Las cosas importantes cuando abrimos el corazón nos las decimos a último momento en el contexto de la despedida.

Entonces hoy Jesús que se está despidiendo en este clima medio tristón dice les voy a dejar lo más importante que tengo para dejarles y es el mandamiento del amor. Y desconcierta a sus discípulos haciendo el lavatorio de los pies y diciéndoles que entre nosotros tenemos que hacer lo mismo.

¿Y qué es el lavatorio de los pies? Si nos imaginamos en aquella época era el trabajo de los esclavos. La gente no usaba ni zapatillas ni zapatos como nosotros y cuando llegaban a una casa, después de caminos de tierra, había que lavarse los pies porque eso era casi antigénico y entonces había esclavos que se dedicaban a ese trabajo. Esclavos que te lavaban los pies en el umbral de la puerta y después te hacían pasar. Y como no había sillas y la mesa no tenía la altura que tienen nuestras mesas todos se sentaban en el piso con lo cual si no te lavaban los pies tus pies estaban a la misma altura que el esclavo y a la misma altura que la persona que tenía sentada en el piso al lado tuyo.

Imagínense si alguno no se lavaba los pies no daba muchas ganas de comer con el olor a patas del vecino. Por eso era algo importante lavarse los pies y lo hacían los esclavos. Y en el Evangelio de hoy Jesús en este contexto de despedida dice ahora lo hago yo.

Los pies representan los caminos de la vida que recorrimos. Jesús hoy no le pregunta a ninguno de los discípulos ah mirá tus pies están bastante sucios ¿por dónde anduviste? Jesús no pregunta ¿por qué la mugre de los pies? Jesús no pregunta qué caminos recorrimos en la vida.

Y todos los que somos grandes sabemos que más de una vez hemos caminado caminos equivocados, que más de una vez nos hemos ido a la banquina; podremos disimularlo delante de los demás, pero varias veces habremos caminado por algunos senderos equivocados. Cuando uno se equivoca, se manda macanas, cuando uno tiene sus momentos de la vida oscuro en tinieblas cada uno lo sabe.

Lo lindo es que hoy Jesús no dice mirá ¿por dónde anduviste? A Jesús no le importa cuáles fueron los caminos que recorriste, lo que le importa son los caminos que querés recorrer de acá en adelante.

Por eso hoy tenemos que sentir todos que Jesús nos lava los pies, nos lava los pies porque apuesta por nosotros, nos lava los pies porque nos ama y nos quiere felices en el camino de la vida y ya no le importa de dónde venís sino para dónde querés ir. Porque, por otro lado, los caminos que hemos recorrido en la vida no pueden desandarse ya está, es parte de nuestra historia, de nuestro pasado.

Hoy decía en otra misa “para Dios no tenemos prontuario, tenemos historia” y entonces como tenemos historia les propongo hoy que todos los que se laven los pies, pero todos los que estamos aquí le ofrezcamos a Dios nuestra vida. Le digamos: “acá estoy con toda mi mugre; acá estoy con todas mis oscuridades; acá estoy con todas mis cosas lindas y las cosas no tan lindas. Jesús, vos las conoces, vos sabés por dónde anduve.

Si tengo ochenta años seguramente recorrí más caminos de la vida y quizá me equivoqué más.

“Acá estoy”. Jesús, quédate tranquilo, lo que quieres es abrazar tu vida con todas sus ternuras y delicadezas como hoy abraza los pies de los apóstoles.

Hoy, afuera la culpa. Sentimiento que nos angustia y nos destroza.

Segunda idea que quería compartirles del lavatorio de los pies. No sé si alguna vez les pasó, pero cuando te dicen “a ver te sacás los zapatos” lo primero que uno piensa es tengo la media agujereada. Después de pasar esa primera prueba de la media agujereada es: hoy me puse piecidex, me puse talco.

En general los pies no es lo que más cuidamos. Los pies un poco representan nuestras debilidades, no es la parte más higiénica de nuestro cuerpo.

¿Por qué será que Jesús quiere lavar mis pies y no quiere lavar mi cara, que es tan linda?, eso dice mi mamá.

En realidad, quiere lavar los pies porque justamente Jesús quiere abrazar tu parte más frágil. Jesús quiere abrazar tu vulnerabilidad. Jesús quiere abrazar toda tu vida con todas las equivocaciones, quizá con tus pecados.

No tengamos vergüenza delante de Jesús. Delante de otros capaz que uno esconde los pies, delante de otros capaz que uno no se quiere sacar el zapato porque la media está agujereada, delante de otros uno no quiere mostrar el pie porque capaz que tiene olor por los hongos puede ser, pero ¿saben qué? delante de Jesús no. Mostrale tu vida como está porque nos ama tanto que delante de Él no podemos tener vergüenza.

Pedro creo que tenía vergüenza por eso le dice no señor no me podés lavar los pies a mí. Me imagino los pies de Pedro lo que habrán sido, Dios mío.

Pensaba el otro día, cuando reflexionaba, en estos días hemos hablado tanto de la santa Mama Antula, dicen que vino caminando de Santiago del Estero. Imagínense esos pies. Imagínense los pies de Mama Antula si Jesús le dice “mostrámelos”; le habrá dicho no Jesús tienen unos callos impresionantes, pero ¿saben qué? Jesús te ama.

Delante de Dios no podemos tener vergüenza.

Hacia el final del Evangelio nos dice: “les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. Tenemos que aprender a ponernos al servicio de los hermanos, tenemos que aprender a encontrarnos con el otro y no buscarle historia ¿de dónde viene esto? ah ¿saben? yo lo conozco, yo sé quién es aquel, conozco a los padres, no sabés lo que era cuando era joven.

Basta de buscarle el prontuario a la gente, tengo menos oportunidad en la vida como Dios me la da a mí cuando me encuentre con alguien cuando me encuentre con alguien animáte a abrazar su vida como hoy Jesús abraza sus pies.

Lo segundo, delante de Jesús no hay que tener vergüenza y mostrarle la vida como está con todas las medias agujereadas y con el olor a patas que puede haber. Aceptá la vida del otro hermano, porque vos también tenés lo tuyo. El que anda mucho con el dedito acusador es porque tiene a sus muertitos en el placar. Seamos buenos con los demás como Jesús lo es con vos. Dejá que el otro te pueda mostrar su vida sin vergüenza y abrazala porque el otro anda por la vida tratando de ser feliz como vos, que a veces sale y a veces no sale.

Lo tercero, ponernos al servicio del otro. En general en la vida andamos medio mirando desde arriba ¿viste? algunos somos mejores y más importantes o porque tenemos más estudio o porque hace más años que estoy en la parroquia o porque tengo todos los sacramentos y miramos así con el cogote de tero desde arriba. 

Mirá que increíble, Jesús el Hijo de Dios hoy nos mira desde abajo, hoy se agacha y te mira desde abajo para decirte que te ama. Si él, que es el Hijo de Dios, te mira desde abajo ¿quién soy yo para mirar de costado desde arriba? “Les he dado el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que yo hice con ustedes”.

Animémonos entonces a mostrarle nuestra vida a Dios. No importa el camino que hayamos recorrido, animémonos a mostrarle nuestras oscuridades, pecados y fragilidades. No debe haber vergüenza, porque Dios nos ama mucho.

Animémonos a ponernos al servicio del otro, no miremos desde arriba, miremos bien desde abajo al otro como nos mira Jesús.

Como Hijo de Dios hoy también quiere lavar tus pies, quiere lavar tu vida, quiere lavar tu corazón. Amén

Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires

Jesús era un hombre conocido en su pueblo. Nos remarca el Evangelio que como de costumbre va a la sinagoga (vers 16); no parece haber nada especial en esta escena. Sin embargo, al terminar de leer la lectura del pasaje del profeta Isaías, el Señor se sienta y en ese momento, todos tienen sus ojos fijos en él (vers 20). Lo miran, no pueden quitar sus ojos de Jesús; diversas miradas, todas seguramente expresan algo más profundo.

En la misa crismal celebramos la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Jesucristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación.

Y también hacemos memoria del día de la institución del sacerdocio ministerial y de nuestra propia ordenación sacerdotal; por eso quisiera comenzar preguntándonos dónde tenemos puesta nuestra mirada, si tenemos los ojos fijos en Jesús, si tenemos puesta nuestra vista y atención en Él.

Nuestros ojos fijos en Jesús Eucaristía: renovarnos en nuestro deseo de encontrarnos en la oración personal con el Señor, porque ella es “el respiro de la vida” como nos dice Francisco[1]. La vida de oración no se presenta como una alternativa al trabajo o a los otros compromisos que estamos llamados a desarrollar durante el día, sino más bien como aquello que acompaña cada acción de la vida. Ese Pan que consagramos con nuestras pobres manos, ese Pan que desde la mesa del altar compartimos con nuestro pueblo, porque la Eucaristía es verdadera comida con sabor a todos. Ese Pan de vida, que, desde el sagrario, nos rearma la vida después de los cansancios de la jornada, al que le dejamos nuestras preguntas, nuestros clamores, nuestros miedos, y fracasos. Y en la oración somos ungidos por su mirada, porque los ojos de Jesús pueden devolvernos ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo de la mirada que a diario nos lo roban las imágenes interesadas, superficiales, prejuiciosas o mediáticas.

Nuestros ojos fijos en Jesús pobre: Ante a la cultura de la indiferencia, no queremos dar vuelta la cara frente a los rostros concretos de Cristo en los que sufren, Que nuestros ojos estén empapados por las lágrimas de sentir en nuestros corazones el dolor y la tristeza de tantos hermanos golpeados por la injusticia, por la enfermedad, por la muerte. Estar cerca de la gente, encontrarnos con todos desde nuestra propia fragilidad, no como maestros de la ley que juzgan y atan pesadas cargas (Cfr. Mt 23, 4), sino, como dice Francisco, como sacerdotes abrasados por el deseo de llevar el Evangelio a las calles del mundo, a los barrios, a los hogares, especialmente a los lugares más pobres y olvidados[2].

Nuestros ojos fijos en nuestros hermanos sacerdotes: Redescubrirnos hermanos, vulnerables y pecadores, llamados por el Señor para seguirlo en el ministerio sacerdotal; cada uno con su estilo e ideas, cada uno con sus talentos y defectos, pero todos hermanos, miembros de la misma familia sacerdotal, del mismo presbiterio. Mirarnos con misericordia, mirarnos como nos mira Jesús, mirarnos entre nosotros sin prejuicios, sin ojos condenatorios y crueles que rompen la comunión.

En pocos días más estaremos recordando los 50 años del asesinato del padre Carlos Mugica, un hermano sacerdote, con sus luces y sombras, (como nosotros), que entregó su vida por Jesús y el Evangelio, en una Argentina convulsionada y violenta. La mirada anacrónica cargada de ideologismos nos empañó los ojos y no pudimos acercarnos a él sino desde la grieta. Y así fue que nos lo secuestraron los apasionamientos políticos partidarios. Carlos era un sacerdote de Cristo, Carlos era un cura de nuestro clero, Carlos era un apasionado por la Buena Noticia de Jesús que recibió la ordenación sacerdotal en esta catedral en diciembre de 1959 de manos de monseñor Antonio Caggiano, y que se entregó por los más pobres. En una ocasión el padre Mugica decía que cuando cosificamos al otro, hay pecado; que cuando utilizamos al otro, hay pecado; que cuando respetamos a la persona del otro, hay amor[3]. No dejemos que la figura de nuestro hermano sacerdote Carlos Mugica sea usada o cosificada; en este año damos gracias al Señor por su testimonio, y como Iglesia de Buenos Aires hacemos memoria agradecida por su vida.

Nuestros ojos fijos en nuestra Iglesia arquidiocesana: Somos familia, no somos sacerdotes a título privado; no es de Dios cortarnos solos, encerrarnos en nosotros mismos, victimizarnos o creer que nadie nos quiere y acepta; somos célibes por el Reino de los Cielos, no solterones amargados, con vidas raras, oscuras, que se transforman en acumuladores de rencores, chúcaros y aislados. Sacerdotes de esta Iglesia de Buenos Aires, desafiante y compleja, diversa y apostólica, a la que servimos, entregando nuestra vida, pero con una mirada más amplia que mi dormitorio, mi departamento, mi parroquia o mi colegio. Somos más que mi ministerio y obra evangelizadora, somos pueblo de Dios, donde todos somos importantes, donde tampoco queremos caer en romanticismos que nieguen las diferencias porque no es sano huir de los conflictos, o ignorarlos. Pero siempre con el ideal de resolverlos y de lograr armonizar las divergencias. Hermano sacerdote, te necesitamos, nos necesitamos, no te cortes, no te encierres, vivamos a fondo lo que dice Jesús: Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn. 17, 21)

Y así, ungidos por la mirada de Jesús, que nuestra mirada sea reflejo de la misericordia de Jesús, que sigue eligiendo a los pecadores y a los descartables de nuestra sociedad. Que nuestras pupilas se ensanchen en la noche, para descubrir a quienes viven en la oscuridad del pecado, en las tinieblas de la tristeza y la desesperanza. Que nuestra vista sea límpida, transparente, sin prejuicios; que vea a la distancia, y así, sepa de los alejados y de los que no están.

Que nuestra mirada sea despierta, vivaz, profundamente alegre, que exprese que llevamos un tesoro que nos desborda y que es para compartir: la Buena Noticia que hoy Jesús lee en la sinagoga y encarna con su propia vida. A nosotros también el Espíritu del Señor nos ha consagrado por la unción, nos ha ungido con el óleo de la alegría (cfr. Is 61, 3); una alegría que brota desde dentro, una alegría sostenida en el triunfo de la Vida sobre la muerte.

Una alegría fervorosa, que se irradia como el mejor antídoto contra el desaliento, la mala onda, la protesta constante que nos hace quejosos apesadumbrados. Es verdad que muchas veces nos cansamos; bajamos los brazos, pero esto sólo puede ser momentáneamente. No podemos permitir que la acedia nos seque el alma; debemos recordar una vez más, y traer a la memoria del corazón, las palabras del documento de Aparecida, que nos dice que conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo[4].

Una alegría popular, que se comparte; que se gesta en el encuentro con el Pueblo de Dios, que se nutre en los diálogos, en las eucaristías comunitarias, en las diversas celebraciones, en el compartir con las familias, con los vecinos; por eso nos dice el Papa Francisco: Para ser evangelizadores de alma hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo[5].

Una alegría inquieta y buscadora; que no se acomoda en un rincón del alma hasta dormirse, sino que sale a buscar a los tristes, a los pobres, a los cautivos de la soledad y la depresión; a los presos del orgullo, de la soberbia, y del egoísmo; a los oprimidos por la injusticia, por la falta de trabajo, por la esclavitud de la droga, de la trata y la violencia; a los ciegos por el odio y el resentimiento.

Por último, permítanme como arzobispo darles gracias, gracias por su entrega generosa y su entusiasmo misionero.

Gracias a los sacerdotes mayores por su testimonio de fidelidad, y sabiduría evangélica. Gracias cuando, reconociendo los achaques propios de la edad, humildemente se dejan ayudar y animan a los más jóvenes a tomar la posta.

Gracias a los que ponen mucha fuerza en la misión, por no resignarse al siempre se hizo así, por cuestionar y querer que muchas cosas cambien.

Gracias por estar cerca de la gente, por acompañar a los que sufren, a los enfermos, a los adolescentes y jóvenes, a los más afectados por la crisis económica, a los que están sobreviviendo en la calle, a los presos, a los depresivos, a los migrantes, a los que viven una profunda angustia de soledad.

Gracias a los que diariamente, frente al Santísimo y en la misa ofrecen su vida y las de sus comunidades a Dios, con interrogantes, miedos, fracasos y esperanzas.

Y en lo más personal, gracias, sinceramente y de corazón, por su cercanía y acompañamiento. por aceptarme, por enseñarme a caminar como obispo en la compleja realidad de la ciudad, gracias por su sinceridad y por su cariño.

Gracias porque experimento con ustedes la alegría de ser hermanos.

Que el Señor sea fuente de nuestra alegría de discípulos ungidos por su mirada; que nos reanime en el entusiasmo de seguirlo, y que su Madre acaricie nuestro corazón sacerdotal, intercediendo por nuestras intenciones y las de nuestras comunidades.

Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
Jueves Santo, 28 de marzo 2024


Notas:
[1] Cfr. Francisco, Audiencia general, Ciudad del Vaticano 9 de junio 2021.
[2] Francisco, Discurso a la comunidad del Pontificio Seminario Lombardo de Roma, Ciudad del Vaticano 7 de febrero de 2022.
[3] Mugica, Carlos, Entrevista, junio 1972.
[4] V Conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo 29, Aparecida 2007.
[5] Francisco, Exhortación apostólicaEvangelii Gaudium 268, Ciudad del Vaticano 2013.

Muy queridos hermanos sacerdotes, hoy queremos hacer memoria agradecida del día feliz, de nuestra propia ordenación sacerdotal. Ese día fuimos ungidos en Cristo con el óleo de la alegría y se nos invitó a hacernos cargo de este gran regalo, que es la alegría sacerdotal. Dicha alegría no se encierra en nosotros, sino que se abre al pueblo de Dios, a la gente, a los más pobres, a los sufrientes, a los desalentados, a los desilusionados. En fín, a los que no tienen alegría, a los que perdieron la esperanza.

La alegría es expansiva, comunicativa, no queda encerrada en sí misma. Se convierte en misión.

La alegría del sacerdote, es decir nuestra propia alegría, no solamente es algo para nosotros sino, que es para regalar. Por eso el sacerdote es “ungido para ungir” (Francisco – Crismal 2014)

“Alegres en la esperanza” (Rm. 12, 12)
La raíz de la alegría sacerdotal es el amor, que a su vez se alimenta de la esperanza y fructifica en la paz. ¡Que bueno que seamos sacerdotes transfigurados por la esperanza y habitados por la paz!

El sacerdote cuyo rostro ha sido transformado por la alegría y la esperanza es aquel que tiene “los ojos fijos en Jesús” (Hb. 12, 2). El que nos transforma es Jesús, el ungido, con el óleo de la alegría.

“Me gusta pensar la alegría contemplando a Nuestra Señora, María, la madre del Evangelio viviente, que es manantial de alegría para los pequeños”. (Francisco - EG. 288)

El misterio del ser sacerdotal nos hace tomar conciencia que la grandeza del don que nos es dado para servir nos relega entre los más pequeños de los hombres.

“El sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño. Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas; por eso nuestra oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración de nuestra Madre: soy sacerdote porque “Él miró con bondad mi pequeñez” (cf. Lc. 1, 48). Y desde esa pequeñez surge nuestra alegría. ¡Alegría en nuestra pequeñez!” (Francisco – Misa Crismal 17/4/2014)

La alegría sacerdotal es la que brota de nuestra unión con Jesús, que penetra en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos identifica con El, y hace posible el seguimiento y la entrega.

Ya dijimos que se trata de una alegría misionera que se abre, que se expande, que quiere llegar a los más lejanos.

Es la alegría del don, que es fuente incesante de alegría, una alegría incorruptible.

La alegría sacerdotal, se hermana a la fidelidad, tal como lo testimonia el beato Cardenal Eduardo Pironio.

Francisco, a su vez, destaca que se trata de una alegría custodiada por el propio rebaño, por la gente, que siempre nos pide la bendición.

Finalmente, una alegría custodiada por tres hermanas que la rodean, cuidan y defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.

No podemos olvidar que en nuestro Sínodo Diocesano, los encuentros, las celebraciones estuvieron marcadas por la alegría, que confirmaba nuestro caminar juntos, nuestro buscar juntos. Sentimos que estas cosas venían de Dios, del primer sinodal, que es el Espíritu Santo.

Quisiera terminar con estas palabras de nuestro beato el Cardenal Eduardo Pironio cuando nos habla de “la alegría de la fidelidad”:

Es la alegría, serena y honrada, del sacerdote que ha vivido siempre en la pobreza, la contemplación y la disponibilidad de María, la humilde servidora del Señor”.(Card. Pironio - “A los sacerdotes”).

¡Que bien hace en la Iglesia un sacerdote que irradia serenidad interior, alegría pascual y esperanza inconmovible!” (Id.).

El sacerdote por ser hombre de la esperanza, transfigurado por la alegría, asume la esperanza de la gente, la hace suya y todos los días la presenta a Dios dialogando con El.

Pido para ustedes y para mí un corazón de pastor capaz de asumir el dolor y la frustración de nuestro pueblo, pero también sus alegrías y sus logros; un corazón que asume su esperanza y acompaña su fe; un corazón misericordioso que abraza con ternura toda miseria, latiendo al unísono con el corazón de Jesús.

Virgen del Buen Viaje, Señora del camino, Madre de la Iglesia que peregrina en Morón, Hurlingham e Ituzaingo abrázanos con ternura para que juntos sigamos abriendo “los caminos de la nueva Evangelización, marcada por la alegría” (EG. 1).

Mons. Jorge Vázquez, obispo de Morón

Queridos hermanos y hermanas:

En este año que celebramos los 90 años de la diócesis vivimos esta Misa Crismal con particular júbilo. Lo hacemos unidos a quienes están aquí presentes en esta Iglesia Catedral y Santuario San Nicolás de Bari y a quienes participan a través de la Televisión, la radio y las redes sociales.

Hoy damos gracias por el don del sacerdocio de quienes sirven en este tiempo de la Iglesia y damos gracias por todos los que nos precedieron y que sirvieron en esta Iglesia particular a lo largo de estos 90 años entre los que se encuentran nuestro beatos Mártires: Mons. Enrique, Fray Carlos, el Padre Gabriel y Wenceslao.

Y vivimos esta celebración en este tiempo en que queremos asumir la sinodalidad como un estilo de vida propio de la Iglesia que fundó Jesús.

Nos decía el Evangelio que al llegar a Nazaret, el pueblo donde se había criado y en la sinagoga siguiendo el texto de Isaías que se había proclamado, Jesús manifiesta que es él el Ungido por el Espíritu Santo y enviado a “llevar una Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos…”. Por ello, en su misión, tiene que expresar la misericordia propia de Dios a todas las personas especialmente a los pobres y necesitados.

Queridos hermanos sacerdotes, también nosotros, ungidos como el Señor tenemos la misión de llegar a todos. Por eso nuestro ministerio se realiza con muchas facetas. Dice el documento de la primera fase del Sínodo: “Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión ad gentes, la investigación teológica, la animación de centros de espiritualidad y otros muchos.” Y luego agrega: “en una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración.” Esto también afecta el modo en que ejercemos la misma autoridad, por eso agrega el texto: “sobre todo [los diáconos y presbíteros] están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (…) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7)”[1].

Por eso, para renovarnos en el ministerio, necesitamos vivir con humildad la autoridad propia del ministerio, siempre al servicio de los demás, renunciando a nosotros mismos para dejar que el Espíritu se manifieste ampliamente en nosotros y podamos servir generosamente, como Jesús. En este sentido enseguida, al renovar el SI que dimos el día de la ordenación, seremos interrogados del siguiente modo:

¿Quieren unirse y conformarse más estrechamente al Señor Jesús, renunciando a ustedes mismos y cumpliendo los sagrados deberes, movidos por el amor de Cristo, para servicio de su Iglesia…?

Una Iglesia Sinodal en aquella en la que todos caminamos juntos. Los ministros como parte de un Pueblo al que están a su servicio, como dijimos, pero también es un caminar juntos que se realiza de modo particular en la fraternidad sacerdotal. En el compartir fraterno, en la ayuda mutua, en el servicio en común a todo el pueblo. Nuestro ministerio tiene una “radical forma comunitaria” (PDV 21).

Volviendo al documento del Sínodo, allí se expresa que “No se puede imaginar, hoy, el ministerio del presbítero si no es en relación con el Obispo, en el Presbiterio, en profunda comunión con los otros ministerios y carismas…”[2]

Sabemos de lo esencial de la vida fraterna para nuestra vida, también reconocemos que muchas veces nos cuesta vivirla. Sin embargo de ella depende también nuestra fecundidad en el ministerio. Aislarnos, creer erróneamente que ‘solos podemos’ nos va debilitando el alma y la vida y nuestro servicio al pueblo inmediatamente se empobrece.

Para caminar juntos es necesario hacerlo con realismo, asumiendo nuestra realidad cómo es con sus luces y sombras, con nuestras virtudes y defectos. “La consciencia de las propias capacidades y de los propios límites es un requisito para comprometerse en el ministerio ordenado con un estilo de corresponsabilidad”[3].

En el encuentro que tuvimos hoy por la mañana resonaban con particular vehemencia las palabras del papa Francisco: “¡No descuidemos nunca la fraternidad sacerdotal!”[4].

Queridos hermanos sacerdotes, no nos cansemos de buscar caminos de vida fraterna. Como ella es un don de Dios, la supliquemos con confianza y decisión a nuestro Padre y asumamos la cruz propia de caminar con otros. La cruz en la vida fraterna es redentora, renueva y recrea la vida de todos.

Para seguir creciendo necesitamos seguir formándonos de un modo permanente, por eso también el Sínodo recomienda “cuidar la formación permanente de los presbíteros y diáconos en sentido sinodal”[5].

Y esta formación la tenemos que vivir integrados al pueblo al que pertenecemos y servimos. Y la comunidad es también responsable de nuestro crecimiento en primer lugar con la oración por sus ministros. Enseguida en la liturgia les haremos este pedido a la comunidad: “…amadísimos hijos, recen por sus presbíteros: Que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus dones de manera que, siendo fieles ministros de Cristo, Sumo Sacerdote, los conduzca hasta él que es la fuente de la salvación.”

Una buena oportunidad para crecer juntos y formarnos junto a los demás son las celebraciones de los 90 años de la diócesis. Mirar juntos el pasado, reconocerlo valorando a los laicos, religiosos y religiosas, a los sacerdotes que nos precedieron. Al mismo tiempo queremos formarnos y organizarnos para salir en misión juntos al encuentro de quienes están más alejados.

También el tiempo que vivimos se nos plantea particularmente difícil. Es una ocasión para caminar juntos como presbiterio y con todos los miembros de nuestras comunidades. Como sacerdotes debemos estar cerca de quienes hoy más sufren y, a su vez, despertar más y más en las comunidades el carisma de servicio, el descubrir la vida como servicio para que cada bautizado pueda vivir su propia misión como servicio al pueblo, sobre todo a los más postergados.

Finalmente queridos hermanos sacerdotes, gracias! Gracias por la vida y el don del sacerdocio de cada uno y por el servicio que brindan a la Iglesia en sus parroquias, en las tareas diocesanas, en los movimientos y en todo aquello que realizan. Gracias por su entrega generosa y también por su disponibilidad a colaborar con la misión del Obispo.

Los invito a que sigamos caminando juntos dando gracias por la vocación recibida y trabajando juntos para que nuestros adolescentes y jóvenes puedan descubrir su propia vocación, discernir su lugar en la Iglesia y en el mundo. Trabajar para que en Cristo todos puedan descubrir el verdadero sentido de sus vidas.

Pidamos a los beatos mártires, a nuestro Obispo Enrique, a Carlos, a Gabriel y Wenceslao que intercedan por nuestro ministerio y la vida de nuestro pueblo. Que ellos nos inspiren para acompañar el discernimiento vocacional en nuestras comunidades y nos animen a entregar la vida por amor a Dios y a su pueblo.

Que la Virgen del Rosario, que desde Tama nos acompaña desde el inicio de la evangelización en nuestra querida tierra riojana, nos siga asistiendo en la fidelidad a la misión que Jesús nos pide y para que la llevemos adelante hoy día con alegría. Así sea.

Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja


Notas
[1] Relación de Síntesis primer sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, 11 a.
[2] Ibid 11 b
[3] Ibid 11 c.
[4] Discurso en el Congreso Internacional sobre Pormación Permanente. 8 de febrero de 2024.
[5] Ibid 11 i.

Hermanas y hermanos:

En la lectura del libro Isaías y en el Evangelio según san Lucas, hemos escuchado: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Is. 61, 1; Lc. 4, 18) En el principio está el Espíritu del Señor.

“Cada uno de nosotros puede decir esto; y no es presunción, es una realidad, pues todo cristiano, especialmente todo sacerdote, puede hacer suyas las siguientes palabras: «porque el Señor me ha ungido» (Is 61,1). Hermanos, sin méritos, por pura gracia hemos recibido una unción que nos ha hecho padres y pastores en el Pueblo santo de Dios. Consideremos, pues, este aspecto del Espíritu: la unción” (Francisco, Misa Crismal del 2023) El Crisma, los óleos de los catecúmenos y de los enfermos que serán consagrados hoy, nos hablan de esta realidad que somos, mujeres y hombres, ungidos por el Espíritu.

Reunidos en esta Catedral, acompañados de nuestro predecesor, el P. Obispo Luis Stöckler, del querido Padre Obispo Juan Carlos, junto con el Padre Obispo Eduardo queremos celebrar con ustedes, queridos sacerdotes y diáconos, religiosas y religiosos, y todos los fieles presentes de los tres partidos, el gran amor de Dios manifestado en Cristo Jesús: el Ungido del Padre. 

Hoy, junto a nuestro pueblo, diáconos y sacerdotes queremos renovar nuestras promesas ministeriales, así como en la Vigilia Pascual todos renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Delante de ustedes, hermanas y hermanos, queremos manifestar que “hemos creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn. 4, 16) y que, de nuestra parte, sólo podemos decir: “Señor, tu lo sabes todo, sabes que te quiero” (Jn. 21, 17)

Algunas consideraciones que pueden ayudarnos a contemplar el gran regalo que Dios nos hace.

Primero, el diácono, el sacerdote, el obispo somos signos de un Dios que es amor. “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes, Permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9) Esta es nuestra experiencia más bella y profunda sentirnos amados, escogidos, consagrados y enviados por Él. “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20, 21) “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los eligió a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero” (Jn. 15, 16) Esta experiencia del amor de Cristo, renovada cada día, conserva la frescura y el ardor de nuestro sacerdocio, de nuestro diaconado.

Segundo, somos llamados a ser pastores y servidores de nuestro pueblo. Para eso hemos sido ordenados. Cristo es el don del Padre para la vida del mundo. “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas” (Jn. 10, 11) Como Cristo –pastor, servidor, esposo- ofrecemos nuestra vida por la salvación del mundo. En el corazón de nuestra espiritualidad está la caridad pastoral, hecha de profundidad contemplativa, de serenidad de cruz pascual, de generosa disponibilidad para el servicio. Dice el apóstol Pablo: “Nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús” (2 Cor. 4, 5) A ustedes, hermanas y hermanos, les pedimos que recen siempre para que el Señor aumente en nosotros la caridad pastoral.

Por último, sacerdotes y diáconos somos constructores de comunión. Somos los elegidos de Dios y consagrados por el Orden para ser constructores de la comunidad eclesial; en comunión profunda con el Obispo, con el presbiterio, con los demás diáconos, con las religiosas y religiosos y con los fieles laicos. Nuestra vida y ministerio están al servicio de la comunión eclesial, por medio de la Palabra, la Eucaristía y la caridad pastoral. La comunión exige una gran capacidad de donación, hecha con humildad de servidor y con alegría de amor fraterno. Como dice Juan: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn. 4, 7-8) (Cfr. Cardenal Pironio, homilía del 22 de junio de 1995)-.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió” -continúa la profecía-,"y me envió a llevar una buena nueva, liberación, curación y gracia" (cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-19); en una palabra, a llevar armonía donde no la hay. Porque como dice san Basilio: “El Espíritu es armonía”, es Él el que crea la armonía. Esta es una consideración que el Papa Francisco hacía en la Misa Crismal del año pasado. “Crear armonía es lo que Él desea, especialmente a través de aquellos en quienes ha derramado su unción”. “Ayudémonos, hermanos, a custodiar la armonía, custodiar la armonía -esta es la tarea-, empezando no por los demás, sino por uno mismo; preguntándonos: mis palabras, mis comentarios, lo que digo y escribo, ¿tienen el sello del Espíritu o el del mundo?" 

Queridos sacerdotes, gracias por el sí de cada uno, por la entrega de cada día, por el servicio a sus comunidades y a la Iglesia de Quilmes. Son también los sentimientos del Padre Obispo Eduardo. En ustedes agradezco a aquellos que no están presentes, pero sí los tenemos en nuestro corazón unidos a esta Eucaristía. Vaya el recuerdo agradecido de los sacerdotes que nos han precedido en el encuentro definitivo con Dios, y que recordaremos en el momento de los difuntos.

Nuestro agradecimiento a los diáconos, a sus esposas y familias. Gracias por el testimonio de servicio generoso en sus destinos pastorales. Tenemos en cuenta a aquellos que están enfermos o imposibilitados de participar en esta celebración, que expresa la comunión de todo el pueblo cristiano junto a su Pastor.

Hermanas y hermanos: Rezaremos por nuestros diáconos y sacerdotes, como se hace en todas las Catedrales del mundo en la Misa Crismal. Recemos también por nuestros seminaristas, por los que se forman en el Instituto Diaconal, y por el aumento de las vocaciones.

Oremos también por todo nuestro pueblo que vive momentos de crisis social y política, de incertidumbre, de inseguridad, de empobrecimiento, de ataque sistemático a los valores culturales de la solidaridad y justicia social, para que nada ni nadie nos aleje de los grandes cauces de nuestra Iglesia diocesana de Quilmes: la opción preferencial por los pobres, el ardor misionero, la defensa de los derechos humanos y la fraternidad ecuménica.

Que María Inmaculada nos acompañe a vivir con alegría nuestra vocación de servicio al pueblo de Dios, consagrados para testimoniar el amor de Dios y ser factores de comunión fraterna.

Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes

Queridos hermanos

Qué gusto que todos juntos volvamos a encontramos en nuestra iglesia catedral para celebrar la Misa Crismal y en ella, renovar las promesas sacerdotales frente y junto al Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado.

Durante años, en tantas Misas Crismales volvemos a escuchar una y otra vez las mismas lecturas. Sin embargo, sería injusto decir que se repiten porque todas ellas son Palabra de Dios, impulsada por el Espíritu que nos habla al corazón. Si solo fuera escuchar para solo repetir, nuestra Liturgia sería como huesos secos que han perdido el Espíritu. Por eso las rúbricas que debemos cumplir, están destinadas no a la cabeza sino al corazón. No a una mera idea, sino a la vida. Desde el Dios de la vida, a nosotros, para que tengamos vida y vida en abundancia. Nada más lejano a letra muerta.

Tanto en la lectura del Profeta Isaías, como en la del Evangelio de Lucas que hoy ha sido proclamado se nos recuerda justamente cuando Jesús leía ese mismo texto…, nos hace presente que Él es el Ungido que ha sido Enviado.

Ungido…, elegido… separado desde el corazón del mismo Padre. Pero también ¡ENVIADO!

Ha sido enviado…

Y su vida la ha vivido justamente desde ese mandato. Desde esa vocación devenida del mismo Padre.

No podemos dejar de lado ningún instante de la vida de Jesús. Todo nos llega por las Escrituras y por la Tradición. Y hay también muchas cuestiones que desconocemos de su vida… su vida oculta… justamente por falta de escritos o de testigos. Sin embargo, tenemos lo suficiente para el conocimiento de su obra.

Cuando digo no podemos dejar de lado nada de su vida, significa no solo escuchar TODAS sus enseñanzas, sus palabras…, sino también ESCUCHAR a través de sus obras…; saber VER. Qué hizo.., por qué hizo lo que hizo… dónde estaba su corazón…, que era de todo menos indiferente.

Jesús fue “enviado” y cumplió con su envío.

Llevó a cabo la obra del Padre hasta la última gota de sangre. Nos amó… y nos amó hasta el final, hasta dar la propia vida.

Las tentaciones en el desierto (con ese texto hemos iniciado nuestra Cuaresma) el tentador le invitaba a cambiar el “eje” de su vida. Ser servido en vez de servir. Y por supuesto, venció a la tentación… su ser enviado se siguió cumpliendo con fidelidad hasta el final. Por eso ha sido pobre entre los pobres y por eso nos amó hasta dar la vida. Porque se sabía amado infinitamente por el Padre y con ese mismo amor nos ha amado.

Y nos ha legado su unción y hoy, nos ha enviado a nosotros. También para seguir sus pasos.

Hemos sido llamados… hemos sido ungidos…; compartimos Su sacerdocio, que nos ha sido dado sacramentalmente en el seno de la Iglesia.

Que hayamos sido enviados, no asegura llegar a la meta propia del llamado. La vocación requiere siempre de la respuesta subjetiva. De la respuesta propia y única de cada llamado.

Miremos tan solo a los doce Apóstoles. En un momento… llegaron a ser once. Porque el envío de Judas fue desperdiciado. No supo cuidar el rico tesoro que recibió junto a sus hermanos Apóstoles que también habían sido llamados… enviados…; y al poner precio… a lo que no tiene precio… puso final a la respuesta al llamado por enceguecerse con poco: perdió TODO. Sin poder entonces “dar nada”. Ni nada recibir.

Por eso en esta Santa Misa, estamos llamado a desempolvar el llamado y a renovar nuestras promesas sacerdotales. Como cuando a un motor se le debe cambiar el aceite porque ya ha recorrido suficientes quilómetros y deber ser renovado en su totalidad. También nosotros, nos cansamos…, nos distraemos…, nos equivocamos…, sin embargo, la unción y el envío siempre siguen en pie, pero la respuesta de nuestra parte debe ser renovada. Hoy lo haremos todos juntos, para recordar esa colegialidad que Jesús mismo ha dado desde los primeros tiempos. Y también, desde nuestra vida renovada por la realidad misma que se nos impone, debemos volver a decir sí para ser fieles al llamado. La tentación nos hace muchas veces aferrarnos a cosas y circunstancias que no huelen al Buen Espíritu. Y nos vamos aferrando a seguridades no justamente evangélicas. Puede tener eso variadas formas: dinero, poder, un futuro asegurado, un sueldo generoso, un oficio que esté por encima de mi vocación más genuina… etc… etc…

Volver a renovar juntos estas promesas es aceptar la invitación a volver a ser LIBRES.

Lo que Dios quiera.

Como Dios quiera.

Cuando Dios quiera.

Nuestro Ministerio SOLO se entiende y será fecundo si está basado en Cristo servidor. Si lo seguimos a Él. Vivido junto al Papa, hoy Francisco y, en comunión también con el Obispo. Y TODOS testigos de la Buena Noticia. Ungidos para ser anunciadores de la Buena Noticia y constructores del Reino de Dios.

Cuántas veces me pregunto si verdaderamente nuestras palabras y acciones testifican una BUENA NOTICIA para nosotros y para el pueblo.

Debemos ser signos de todo ello.

Nuestra vestimenta clerical (sea sotana o clerigman…) nos expone como signos visibles. Es decir, nos expone al hacernos visibles. Y exponernos nos hace vulnerables. Como lo ha sido Jesús. En Él solo podremos ser verdaderamente SIGNOS de la BUENA NOTICIA de la SALVACIÓN. Puedo no quitarme nunca mi vestimenta clerical, pero si me encierro… si no salgo… vacío el signo de significancia.

San Francisco de Asís tenía en cuenta la importancia de caminar junto al pueblo y de ser visible junto a sus hermanos. Cosas tan simples como esas siguen siendo necesarias y URGENTES. La gente nos quiere visibles y cercanos. Caminando por la calle para cruzarnos en los caminos de la vida. Caminando junto al pueblo… desde allí es más fácil poder escuchar lo que se nos pide. Lo que necesitan. Pero claro, vuelvo a repetirlo… no es fácil… parece simple… tan solo callejear… pero sin duda eso nos EXPONE y nos hace vulnerables. Esto es un gesto concreto que les pido a todos los sacerdotes: la cercanía. El estar en la calle. Nuestra entrega debe ser visible y debe estar atenta para el servicio. No esperar a que vengan… sino “caminar juntos”. Sin distancias.

En mi experiencia de caminar por las calles de San Luis y por los pueblos del interior, la frase más seguida que escucho es GRACIAS… simplemente por estar…, por caminar juntos. ¡Qué desafío! dado que es algo que cada día nos sorprenderá y cada día deberemos responder para que nuestra Iglesia sea una Iglesia VIVA que no repita tradiciones sin vida, sino que renueve el FUEGO del ESPÍRITU. Como se dijo alguna vez: la tradición no es adorar cenizas sino transmitir el Fuego.

Las reflexiones que venimos haciendo diocesanamente y en comunión con la Iglesia Universal, justamente nos invitan a un caminar juntos…, hacia una escucha atenta, para poder discernir qué nos dice el Espíritu hoy.

Debemos ir fortaleciendo estructuras SINODALES. Es decir, estructuras participativas que se concretan en construcciones eclesiales participativas y de comunión. Que no dan lugar a protagonismos unilaterales y egoístas. En nuestro caso es el cuidado y atención de romper desde lo más profundo de nuestro corazón actitudes clericalistas. Es fácil criticar a otros… pero es difícil reconocer que yo puedo ser o tener estos vicios. La Iglesia no nos lleva nunca ni a la tiranía del laico ni a un clericalismo. Cuando estos extremos crecen, se pierde la verdadera Eclesialidad. Por eso debemos estar atentos siempre para renovar la Iglesia y renovarnos nosotros en ella.

¡Que el Buen Espíritu no se apague en nuestros corazones!

Finalmente, si un norte nunca deberemos perder es justamente hacer todo POR AMOR.

Si el amor no anima nuestras acciones… entonces gana la envidia, las especulaciones, las malas intenciones y egoísmos. Solo seremos, como decía San Pablo, una campana hueca que retiñe. Estamos llamados a mucho más que eso.

San Luis nos necesita como sacerdotes vivos, sanos y enteros.

Hombres de Dios. Hombres del y para el pueblo.

Servidores dispuestos a morir en el surco.

San Luis necesita pastores llenos de vida y llenos de alegría. Si la alegría no se refleja en nuestros rostros algo nos estará faltando. Y no hace falta aclarar qué significa ser alegres… basta vivir las Bienaventuranzas…, basta vivir la libertad de los Hijos de Dios.:

Con la importancia de aprender a caminar y escuchar quiero hacer presente unas palabras del Papa Francisco a la Curia Romana (21-Dic-2023)

Escuchar “de rodillas” es la mejor manera para escuchar de verdad, porque significa que no nos colocamos frente al otro en la posición de quien cree ya lo sabe todo, de quien ya ha interpretado las cosas aun antes de escucharlas, de quien mira por encima del hombro, sino que, por el contrario, nos abrimos al misterio del otro, dispuestos a recibir humildemente lo que quiera entregarnos. No olvidemos que sólo en una ocasión es lícito mirar a una persona de arriba hacia abajo: solamente para ayudarla a levantarse. Es la única ocasión en la que es lícito mirar a una persona de arriba hacia abajo. A veces, inclusive cuando nos comunicamos entre nosotros, corremos el riesgo de ser como lobos rapaces. Enseguida intentamos devorar las palabras del otro, sin escucharlo realmente, e inmediatamente vertemos sobre él nuestras impresiones y nuestros juicios. En cambio, la escucha requiere silencio interior, pero también un espacio de silencio entre la escucha y la respuesta.

¡Cuánto debemos seguir aprendiendo!

Si miramos nuestras vidas… seguramente mucho nos falta y mucho debemos cambiar, pero nada de eso nos debe detener. ¡Todo lo contrario…!

Solo pierdo si dejo de luchar.

Solo moriré si no sigo buscando.

Quiera Dios que así sea nuestro Ministerio, no un lugar de seguridades sino un lugar en libertad y acción. De atenta escucha y de arriesgado servicio. Un Ministerio VIVO y LLENO DE VIDA.

No tengo duda que en todos nuestros corazones vamos a encontrar el amor y la devoción a la Virgen María. Pero un verdadero cristiano no se construye con devociones, sino con el seguimiento a Cristo.

Por eso nuestra devoción a la Virgen María nos deben llevar a imitarla al punto de obrar, rezar, vivir y actuar como lo hubiera hecho ella misma. Una mujer toda de Dios. Contemplativa y de acción. Valiente y jugada.

Lo mismo debemos llegar a ser nosotros.

Hombres de Dios, de la mano de María para recibir a Dios y llevarlo a nuestros hermanos con acciones concretas que modifican la vida de la gente y de las comunidades. Construyendo y fortaleciendo el Reino de Dios en medio nuestro.

Les deseo una rica y fecunda Semana Santa que toque los corazones de todo el pueblo… es decir… que modifique también nuestros corazones, porque nada podremos dar, si no lo poseemos primero.

¡Feliz Pascua de Resurrección…! Que el Dios vivo reine en nuestros corazones y nos ayude a construir un mundo más justo y más humano.

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis

1. Con mucha alegría, después de haber transitado un prolongado camino cuaresmal nos encontramos hoy, en plena semana santa, para celebrar la Misa Crismal. Con las disculpas del caso, y siendo que se trata de una Eucaristía particularmente presbiteral, si bien me dirigiré a todos, lo haré de modo especial a los sacerdotes presentes. La hermosa jornada vivida desde esta mañana hasta hace instantes, de alguna manera nos ha posibilitado recrear en nosotros –y en el corazón- ese ambiente maravilloso del Cenáculo en el que han vivido los apóstoles aquel “memorable” jueves santo. “No los llamo siervos, los llamo amigos” (Jn 15). Hoy hemos vivido un fuerte encuentro de amigos –en el sentido unívoco del que hemos escuchado- juntos al Amigo, que como hace más de dos mil años, ha puesto en manos de los apóstoles –y en las nuestras-, su Cuerpo partido y su Sangre derramada, con un encargo puntual: “hagan esto en memoria mía” (Lc 22,20).

2. En esta asamblea de significatividad diocesana, somos particularmente honrados con la grata visita de las reliquias de varios hermanos nuestros que gozan ya de la eternidad y que, por ser Santos, nos dejan un elocuente modelo a seguir. Frente a Dios y a todos presentes, quiero explícitamente agradecer a los sacerdotes, el generoso servicio y la inestimable colaboración de cada uno, en el lugar donde el Espíritu ha querido ponerlos. ¡Muchas gracias! En esta celebración quiero rezar especialmente por ustedes, solicitar la intercesión de los Santos –especialmente los presentes- y confiarlos a la fuente mismas del amor, que brota a raudales, del Sagrado Corazón de Jesús[1].

3. En esta celebración tan sacerdotal, es providencial la presencia de la reliquia de Santa Teresita del Niño Jesús. Conocemos el amor y la devoción que esta doctora de la Iglesia tenía –y tiene desde el cielo- por los sacerdotes. Las monjas del Carmelo en la ciudad de Paso de los Libres, tienen por patrona secundaria a la mencionada santa. Ellas que viven “escondidas con Cristo en Dios” (Col 3,13) cada día cuidan con su oración nuestra vida, nuestro ministerio y nuestra querida diócesis de Santo Tomé. La presencia de las Carmelitas entre nosotros –junto al resto de la vida consagrada- son una inmensa bendición y un potencial que no se puede cuantificar. Agradezco su presencia entre nosotros y, qué decir del inestimable servicio por el cual podemos manifestar con certeza que, el Reino de Dios está presente entre nosotros.

4. Con motivo de los 150 años del nacimiento de Santa Teresita, el Papa Francisco en octubre del año pasado (2023) escribió una exhortación apostólica a la que bautizó llamativamente “es la confianza”[2]. La expresión que da origen al mencionado título, ha sido tomada de una carta que Teresita en su momento, escribió a Sor María del Sagrado Corazón (17 de septiembre de 1896), donde nuestra santa afirma que “la confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor”. Cabe la aclaración que habla del “Amor” no con minúscula, sino mayúscula. Se refiere, al Amor de Caridad, a decir del Papa Francisco en esa misma exhortación: “«Más grande» que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (Cf. 1Co13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y, es madre y raíz de todas las virtudes”[3].

5 .El título elegido por el Papa Francisco es sugestivo y hasta provocativo. En el tiempo en el que vivimos, la confianza ha perdido crédito. Todo parece estar puesto en duda o bajo sospecha y, mucho más, en el clima político, social, económico y cultural en el que nos encontramos, donde como bien afirman varios analistas[4], se vive un clima de “desconcierto”[5]. Quienes tendríamos el rol de suscitar o generar confianza, por inconsistencias o por inmadurez o por intereses espurios, terminamos por deshonrarla y profanarla. Ello ha llevado a que las instituciones –de las más variadas-, los organismos, los gobiernos, la democracia, hasta la comunidad cristiana, hayan sido puestas bajo sospecha. La familia humana vive un importante déficit en la experiencia cotidiana de confianza. Este ambiente brumoso, no es bueno ni sano. Deja malas consecuencias en nosotros y, sobre todo, quita o anula toda referencia a “otro”[6] –el que sea- afectando el normal y saludable proceso madurativo de toda persona humana. Quizás la cultura narcisista y autorreferencial en que la vivimos y crecemos –personas y grupos- es, lamentable, una consecuencia de todo ello.

6. A lo ya referido deberíamos sumar, aquellos sentimientos que en determinados momentos y circunstancias aparecen en el corazón como contracara de la confianza. Frente a grandes decisiones, a los propios límites y de cara a un devenir incierto, nacen – y a veces con cierta prepotencia- la duda y el temor[7]. Es por ello que el título y el tema de la exhortación referida, son muy atinados y muy acertados de cara al tiempo en el que vivimos y en los ámbitos en el que nos movemos. Se trata de una propuesta profética.

7. La expresión no refiere sólo a aquella confianza en sí mismo, fruto de una sana psicología. Se trata de una confianza que nos viene de Otro. Es un don –que viene de lo alto- que purifica, cura y eleva esa sana autoestima que todos necesitamos tener. Se trata de aquello que escuchamos en la Palabra: “el Espíritu del Señor está sobre mí” (Is 61; Lc 4). Vivir bajo la sombra del Espíritu de Dios, permite a cualquier persona, caminar con confianza, con ritmo sereno, con suave firmeza y con una fuerza sobrenatural. Recodemos aquel testimonio del Salmo 22(23): “el Señor es mi pastor, nada me puedefaltar. El me hacedescansar en verdespraderas, me conduce a las aguastranquilas y reparamisfuerzas; me guía por el rectosendero, por amor de su Nombre. Aunquecruce por oscurasquebradas, no temeréningúnmal, porque tú estás conmigo” . En estos días me encontré con otro testimonio un poco más reciente en el tiempo: “en prisión y en vísperas de ser ahorcado, tras el fallido golpe de estado contra Hitler, el pastor Dietrich Bonhoeffer escribió: … esperamos confiados lo que pueda venir. Dios está con nosotros por la tarde y de mañana y con toda certeza, en cada nuevo día[8].

8. Los textos bíblicos aludidos (el profeta Isaías y el evangelio de San Lucas) anuncian una presencia fuerte y una acción eficaz por parte de Dios, sobre todo, en las personas que se sienten abatidas y atribuladas. En aquellos heridos y lesionados fundamentalmente en su confianza: los pobres, los heridos, los prisioneros, los ciegos y los oprimidos, etc. (Is61,1-3: Lc4,18). Todos ellos, llamativamente, se convierten en objeto privilegiado de la visita y de la acción de mesiánica de Jesús quién, les restituye la confianza.

9. Lo que decíamos en el parágrafo anterior, lo referimos a nosotros mismos. Sabiendo de nuestra fragilidad y de nuestras múltiples caídas, el amor y la misericordia del Padre nos ha restituido –y nos restituye- en la confianza. Se trata de la acción de “Aquel que nos ama” (Ap1,5) como narra el libro del Apocalipsis que acabamos de escuchar. ¡Cuánto nos ama y nos ha amado Dios! Recordemos. Pensemos en nuestra historia, en nuestro corto o largo itinerario de fe y, sobre todo, en el haber sido llamados al ministerio ordenado. Nos ha confiado la gracia de representar a su Hijo[9] y de hacerlo presente, en nuestra vida y en el ministerio. Somos objeto de una confianza infinita por parte de Dios, sus hijos muy amados. Esta verdad, no la podemos ni suponer, ni soslayar y menos aún, olvidar. Debemos ser conscientes de ella y encontrar los mejores caminos pedagógicos que puedan acrecentarla. Estoy seguro que la jornada que hemos vivido, como la Eucaristía que estamos celebrando, serán una ocasión privilegiada en esta perspectiva.

10. Aquel que no funda su vida sobre esta confianza, “construye sobre arena” (Mt 7,21-29). De modo manifiesto o en forma implícita, se apoyará en aquello que encuentra y que supuestamente puede sostenerlo. Pero en el camino, irá apareciendo alguna necesidad de cierto protagonismo, alguna obsesión que marque una diferencia con el resto, el estar demasiado atento al lugar “de importancia” que ocupo, a los like que pueda tener en Facebook o en Instagram, etc. Es decir, comenzamos a entregarnos y abrazar pretendidos amores, que no merecen ser amados. Realidades que, aparentemente brindan toda seguridad, pero, como ídolos de barro “no escuchan ni hablan” (Sal 115,4-8), sino por el contrario, defraudan y dejan un sabor amargo en el corazón. La sensación de no ser tenidos en cuenta.

11. Si nos pensamos por algunos segundos como cuerpo presbiteral, con humildad debemos confesar que también nosotros, a lo largo de estos 45 años de vida, hemos experimentado torpezas, también pobrezas, esclavitudes, sorderas, cegueras, parálisis, divisiones, etc. En cada Eucaristía, como en Pentecostés, el Espíritu de Dios viene sobre nosotros para levantarnos, para sanar nuestras heridas y dolores y así, manifestarnos su amor y restaurarnos en la confianza.

12. A esta confianza primera y primaria de la que hicimos referencia en los puntos anteriores, le corresponde una segunda: que entre nosotros vivamos y cultivemos un vínculo prendado por la confianza. Si Dios confía tanto en nosotros –como lo hemos expresado-, lo deseable es que nuestros vínculos estén sosteniendo y ejercitados sobre la base de la confianza. Como nos lo recuerda Teresita, “la confianza y nada más que la confianza, conduce al Amor”. Esta doble confianza permite que despleguemos nuestra vocación fundamental: la de ser hijos de Dios y la de ser hermanos entre nosotros. Esta Misa –de modo muy particular- es una oportunidad excepcional para que, soñemos y nos comprometamos –ante Dios y todo el pueblo a quien servimos- a que nuestros vínculos estén realmente fundados sobre la base de la confianza y no sobre la superficialidad, la simpatía del momento, los prejuicios o la sospecha.

13. El diálogo sin doblez, la sinceridad, la atención y el sano cuidado a lo que vive el otro, ayuda a construir o acrecentar la confianza entre nosotros. Todo ello, es de Dios y viene de Él. Lo que siembra entre nosotros intriga, recelos, miradas distantes y frías, viene del diablo. Su trabajo principal es el de dividir y socavar la confianza. San Ignacio dice que su tarea es: “progresiva en el deterioro y homicida en la intención”. Su finalidad es la de minar y dilapidar entre nosotros la confianza y, el clima sano y saludable que de ella se deriva. Sería como replicar en el presbiterio y en la comunidad cristiana lo que sucede hoy, en el mundo en el que vivimos. Seamos quienes seamos y hayamos hecho lo que hayamos hecho, comencemos de nuevo. La voluntad de Dios es que vivamos entre nosotros un vínculo de confianza. Teresita dice en Historia de un Alma: “Jesús no pide grandes acciones, sino sólo la confianza y el agradecimiento… no tiene necesidad de nuestras obras, sino de nuestro amor”[10].

14. En esa misma carta a la que refiere el Santo Padre, inmediatamente después Teresita dice a Sor María del Sagrado Corazón “ya que sabemos el camino, corramos juntas”[11]. La confianza, y el círculo virtuoso que ella genera, es el camino que –corriendo- debemos transitar para alcanzar y hacer presente en el lugar donde nos encontremos, al Amor con mayúscula. En definitiva, es lo que nos ayuda a crecer en santidad[12] y a desarrollar de modo fructuoso entre nosotros, la misión que Jesús ha puesto en nuestras manos. Es un grito profético cargado de esperanza en un mundo herido y fuertemente lesionado en su confianza[13]. Es lo que alentó a Santa Margarita María a proponer en su tiempo el amor de Dios manifestado en la devoción al Sagrado Corazón; es lo que animó a Santa Mama Antula haciéndola peregrina por las diversas provincias del país, con el fin de presentar a Jesús a través de los ejercicios espirituales de San Ignacio. Es lo que fortaleció al beato Cardenal Pironio y lo llevó a escribir en medio de tiempos muy complejos y de mucho desconcierto: “Jesús no anula los tiempos difíciles. Tampoco los hace fáciles. Simplemente los convierte en oportunidad. Hace que en ellos se manifieste el Padre y nos invita a asumirlos en la esperanza que nace de la cruz”[14].

15. Lo aquí referido a los sacerdotes y al presbiterio, debemos comprenderlo como una gran invitación a todos: obispo, presbíteros, diáconos, consagradas y laicos. Porque “la confianza y nada más que la confianza, conduce al Amor”. Abrazos y comprometidos en renovar y afianzar esta alianza, haremos realidad el sueño de ser una Iglesia de corazón joven, que camina con paso sereno, que ofrece albergue seguro y brinda al tiempo desafiante en el que vivimos, una palabra fuerte y profética[15].

16. A nuestros patronos, la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora de Itatí y a Santo Tomás, encomendamos nuestra vida, nuestra Iglesia diocesana y este tiempo en el que vivimos. Que así sea.

Mons. Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé


Notas: 
[1] Devoción difundida por Santa Margarita María de Alacoque (S. XVII). “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, es una frase que el Santo Cura de Ars (S. XVIII-XIX) repetía y meditaba con frecuencia; nos invita a todos a reconocer con gratitud a Dios el don tan grande que representan los sacerdotes.
[2] Francisco, Es la Confianza, Roma, 15 de octubre de 2023, nº 1.
[3] Oc., Es la Confianza, nº 30.
[4] https://lnmas.lanacion.com.ar/video/odisea-argentina-4-de-marzo-2024-jwidQ55DnmZC/: se habla de perplejidad, desconcierto.
[5] Obispos NEA, Construir juntos la esperanza, Santo Tomé, 29 de febrero de 2024, nº 19: “temas como la interpretación de la historia, la urbanización, la globalización, el relativismo ético…, son indicadores que generan un duro debate cultural
[6] Oc., Construir juntos la esperanza, nº 20: Este diagnóstico puede generar un oscurecimiento de la conciencia y la incapacidad para ver claro y discernir lo más apropiado. Aún más si desaparecen referencias objetivas... Porque, más que un debate, estamos ante una verdadera crisis cultural”.
[7] Raniero Cantalamesa, Yo Soy el buen pastor, tercera predica de cuaresma, Roma 08 de marzo de 2024.
[8] Oc., Yo Soy el buen pastor.
[9] Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, Ed. Paulinas, Buenos Aires 1992, nº 16: “representación sacramental de Cristo”: nº20 los sacerdotes consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del Orden, se convierten en instrumentos vivos de CristoTodo sacerdote personifica de modo específico al mismo Cristo… es también enriquecido de gracia particular para que pueda alcanzar mejorla perfección de Aquel a quien representa.
[10] Teresa de Lisieux, Obras completas, Editorial Monte Carmelo, p. 255.
[11] Oc., Obras completas, carta a Sor María del Sagrado Corazón, p. 554.
[12] Hans Urs von Balthasar, Teresa de Lisieux, Herder, Barcelona 1998, p. 249: La santidad no consiste en esta o la otra práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre.
[13] Oc., Construir juntos la esperanza, nº 24: “artesanos de fraternidad”.
[14] Eduardo Pironio, Meditación para tiempos difíciles, Ed Patria Grande, Buenos Aires 1977.
[15] Lema diocesano 2024: “hacia una Iglesia de corazón joven ¡camina! ¡cuida! ¡anuncia!”.

Como cada año, una vez más, ya a las puertas de la gran celebración pascual, la Misa Crismal nos reúne como pueblo de Dios, Iglesia peregrina en Avellaneda-Lanús.

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios en estas lecturas que hablan de Cristo, el Ungido por el Espíritu del Señor, y hablan también de nosotros, su comunidad.

Nunca insistiremos lo suficiente en esto: nuestra identidad y nuestra misión como Iglesia, como comunidad cristiana, como pueblo creyente, sólo se ilumina a la luz de la misión del propio Jesús, el Cristo, el Ungido.

Atendería aquí cualquier tentación tramposa de querer mirarnos, vernos o proponernos como una suerte de «solución mesiánica» a los males de estos tiempos; porque no somos eso, sino discípulos de Cristo. No somos «sociedad perfecta», ni tampoco somos «los puros» que «salvarán» a la raza humana: Somos discípulos de Jesús.

Quiénes somos y qué estamos llamados a vivir hoy sólo se ilumina mirándolo a él, escuchándolo a él, dejándonos renovar por él y como él, a su imagen y a su modo.

No son los grandes enunciados, ni los voluminosos programas pastorales que podamos hacernos por nuestra cuenta -con buena voluntad y sincera preocupación por la misión, ciertamente-, mucho menos las últimas tendencias y técnicas de marketing o de «liderazgo» al estilo empresarial… Nada, fuera del propio Cristo puede llevarnos a redescubrir quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser en este momento de la historia.

Esta Misa Crismal nos prepara, entonces, para «reavivar nuestra vocación de pueblo de la alianza», como dice un bello prefacio de Cuaresma[1], y para renovar nuestro «sí» en la gran celebración pascual.

***

¿Qué hemos escuchado, entonces? ¿Qué dicen, qué nos dicen, qué dicen sobre nosotros y para nosotros aquí, hoy, estas lecturas bíblicas que juntos acabamos de oír?

Hablan de un pueblo, un pueblo con una misión. Hablan de un pueblo que, «en medio de los pueblos», es «estirpe bendecida por el Señor», señal y testimonio de su salvación (Is 61, 9): «Ustedes serán llamados “sacerdotes del Señor”, se les dirá “ministros de nuestro Dios”» (Is 61, 6).

Un pueblo sacerdotal: pueblo amado, ungido y enviado.

Un pueblo amado; ante todo, amado: «Él [Cristo] nos amó… e hizo de nosotros un pueblo sacerdotal para Dios, su Padre» (Ap 1, 5-6), escuchamos en la segunda lectura.

Un pueblo ungido, marcado, revestido, habitado por el Espíritu del Señor: «El Espíritu del Señor está sobre mí…», dice el profeta y proclama Jesús (Is 61, 1; Lc 4, 18).

La unción habla de una marca, un don que, como el aceite, penetra hasta lo más profundo, llena desde lo más hondo, fortalece desde lo más íntimo.

A la liturgia le gusta hablar de esta unción como aquella que recibieron sacerdotes, reyes, profetas y mártires[2]. Esta es la unción que recibimos, este es el Espíritu que nos habita:

Espíritu de santidad, que nos hace ser de Dios y para él; Espíritu de sabiduría y de luz, que guía nuestro discernimiento para servir mejor, con la mayor entrega, a nuestro pueblo; Espíritu de la palabra profética, que nos hace humildes servidores (no soberbios poseedores, sino humildes servidores) de un anuncio de vida y salvación; Espíritu de fortaleza, que nos permite afrontar la hostilidad mansamente, sin violencias, al estilo de Jesús.

Y así, finalmente, un pueblo enviado. Lo escuchamos del profeta y en el Evangelio: «Me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…, a consolar a todos los que están de duelo…» (Is 61, 1-2; cf. Lc 4, 18-19).

Para esto nos unge el Espíritu. Para esta misión, para esta tarea de ir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, comenzando por los últimos, por los que sufren, los que están de duelo, los que están heridos, los pobres… ¡Y cuántos son en Lanús y Avellaneda, que esperan de nosotros cercanía, escucha, paciencia, servicio…!

Para esto, para esta misión, estamos hoy aquí. Como Jesús, también nosotros quisiéramos poder decir: «Hoy se cumple este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4, 21).

***

En Pentecostés del año pasado, memoria y actualización del don del Espíritu, les escribí una carta pastoral en la que les proponía una prioridad (la llamamos «orientación pastoral»), que guíe nuestro camino en común durante los próximos años: revitalizar y fortalecer las comunidades locales.

Les hablé de tres acentos, recogidos de estos diez años de ministerio del Papa Francisco, pero que, en realidad, nacen del corazón mismo del Evangelio. Son tres acentos que quisieran ayudarnos a concretar ese propósito, para revitalizar y fortalecer nuestras comunidades a la luz del Evangelio de Jesús, para no dispersar energías en acciones tal vez hermosas pero secundarias, para ir a lo verdaderamente esencial de la misión de Jesús, el Ungido, y la nuestra:

la centralidad del Evangelio vivido, celebrado y anunciado; la cercanía misericordiosa con quienes sufren, y la conversión misionera de nuestras comunidades en clave sinodal, de camino compartido, camino de comunión, participación y corresponsabilidad.

En esta Misa Crismal, quisiera invitarlos, invitarnos (también me incluyo), a dejarnos convocar por la Palabra de Dios a esta renovación. Somos el pueblo amado, ungido y enviado. Nuestra sociedad, sumergida en una crisis que crece día tras día y atravesada por discursos de odio y de violencia que parecen replicarse indefinidamente, necesita más que nunca este testimonio nuestro: comunidades que de verdad llevan la buena noticia a los pobres, vendan corazones heridos, proclaman la liberación a los cautivos, consuelan a quienes están de duelo, hablan -con sus gestos más que con sus palabras- del tiempo de la gracia, la misericordia, la ternura de nuestro Dios.

***

A nosotros, sacerdotes, ministros, que en el marco de esta asamblea renovamos el compromiso de nuestra ordenación, nos tocan de manera especial estas palabras. No por privilegios, ni porque estemos de algún modo por encima. Sencillamente porque para servir a este pueblo sacerdotal, pueblo amado, ungido y enviado, necesitamos contagiarnos nosotros mismos del estilo de Jesús y hacerlo carne en nuestro ministerio.

Dar centralidad al Evangelio, renovar nuestra cercanía con los pobres y los últimos -mucho más en este tiempo-, aprender pacientemente el arte de animar sinodalmente a nuestras comunidades: estos acentos no son sólo «para la actividad pastoral»; quieren enriquecer nuestra espiritualidad de pastores, son una invitación a renovarnos en este «oficio de caridad», como llamaba san Agustín a nuestro ministerio.

En medio de este pueblo convocado por el Evangelio, somos hombres de la Palabra de Dios, que se alimentan de ella cada día y, como nos dijeron el día de nuestra ordenación diaconal, creen lo que leen, anuncian lo que creen y practican lo que anuncian[3].

En medio de este pueblo llamado a vivir la cercanía misericordiosa con quienes sufren, somos hombres de nuestro pueblo y entregados a él, que eligen, como Jesús, estar al lado de los últimos. Antes de ser ordenado, al obispo se le hace esta pregunta: «¿Quieres mostrarte afable y bondadoso, en el nombre del Señor, con los pobres, con los que no tienen casa y con todos los necesitados?»[4]. Este compromiso ni comienza con el episcopado ni es exclusivo de un obispo; es una expresión irrenunciable de toda genuina espiritualidad sacerdotal.

En medio de este pueblo todo él enviado, somos hombres de la comunión, que saben abrir espacios, crear lugar, favorecer la escucha, dar la palabra, animar a los más tímidos, acoger la diversidad de vocaciones, promover la riqueza de servicios y ministerios, alentar una misión siempre compartida, siempre en camino, siempre generosa…

Hombres del Evangelio, hombres de nuestro pueblo y entregados a él, hombres de la comunión: desde aquí vivimos nuestra misión de pastores en el seno de este pueblo sacerdotal, pueblo santo, servidor y creyente.

***

Pidamos al Espíritu Santo, que nos ha reunido, que nos haga capaces de responder con generosidad y humildad a nuestra vocación de pueblo amado, ungido y enviado, y que él mismo renueve sus dones en todos nosotros, pastores y comunidades, para ser, en medio de nuestro pueblo, servidores y testigos de la buena noticia.

Padre Obispo Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús


Notas:
[1]Misal Romano, Ordinario de la Misa, Prefacio de Cuaresma V.
[2]Pontifical Romano, Ritual de la Bendición del óleo de los catecúmenos, del óleo de los enfermos y Consagración del Crisma, 25: primera oración para la Consagración del santo Crisma.
[3]Pontifical Romano, Ordenación de los diáconos, 210.
[4]Pontifical Romano, Ordenación de un Obispo, 40.