Viernes 19 de abril de 2024

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"Dios escuchó a su pueblo y envió a Moisés"

Primera Carta Pascual 2021 de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco (17 de febrero de 2021)

A los fieles católicos de la Diócesis de San Francisco.
Queridos hermanos:

1. Comenzamos la Cuaresma. Nuevamente estamos en camino hacia la Pascua. Será el próximo domingo 4 de abril. Me ha parecido oportuno volver a proponerles tres “Cartas pascuales” para vivir el gran sacramento de la Cuaresma-Pascua, tiempo de conversión, vida nueva y misión. Este año, me inspiro en tres escenas del Éxodo. La imagen del pueblo que sale de Egipto y camina por el desierto es propia de la espiritualidad cuaresmal. Ilumina además estos sesenta años de “caminar juntos” como Iglesia diocesana. El relato que les propongo en esta primera “Carta pascual” es Ex 2, 23-3, 22. A continuación, algunas pistas para una lectio divina.

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2. Dios sabe escuchar el sufrimiento del pueblo. Se trata de una situación de deshumanización: el pueblo es esclavo en Egipto, sometido a duros trabajos y, sobre todo, a humillación y desprecio. Se ha extendido el desasosiego y el desaliento. El futuro aparece oscuro. Surge un clamor que llega al cielo. El relato destaca tres acciones divinas: “Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta”, leemos en Ex 2, 24-25. El pueblo se ha olvidado de Dios; también de sus promesas. Sin embargo, Dios no olvida: escucha, recuerda y mira el sufrimiento. Y obra. “Amó primero”, dirá san Juan (cf. 1 Jn 4, 19).

3. La reacción de Dios es llamar a Moisés. A través de su dura historia, primero en Egipto y después en el exilio, la providencia lo ha preparado para una misión: llevar esperanza y libertad al pueblo. Pero, para que esa misión sea fecunda, algo fundamental tiene que pasar en la vida de Moisés: el encuentro con Dios. Es la escena de la zarza ardiente de Ex 3, 1-12: “Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió el.” (Ex 3, 4). ¿Podría haber llevado adelante Moisés su misión sin este encuentro con el Dios vivo? ¿Podría haber comunicado esperanza si él no la hubiera recibido primero?

4. Dios revela su Nombre a Moisés, porque quiere ser invocado. Quiere entablar un vínculo personal, gratuito y libre con su pueblo. Quiere alianza, comunión y reciprocidad. Contemplemos la grandiosa escena de la revelación del Nombre: Ex 3, 13-22. El Dios de los padres revela su Nombre. Sigue siendo misterio: a Dios no lo podemos manipular a voluntad. Es libre y nos quiere libres. Pone en marcha una historia de libertad y, por eso, una historia de riesgo. Nos invita a la fidelidad, a sabiendas que siempre nuestras opciones están amenazadas por el egoísmo. Él se compromete a caminar con nosotros. Su santo Nombre significa: “El que es”, pero también: “El que se mostrará en el camino”. Estar siempre con nosotros: esa es su promesa que, en Jesucristo, se ha hecho realmente irrevocable. En ella se funda la esperanza que nos sostiene y que comunicamos al mundo.

5. El del pueblo de Israel es, en realidad, profecía del verdadero éxodo: el que se cumplió en la persona de Jesús, en la pascua de su pasión, muerte y glorificación. Y se está cumpliendo en la Iglesia y en la biografía espiritual de cada bautizado: en vos, en mí, en cada uno; en nuestras comunidades; en la creación. Lo expresamos en la noche de Pascua con las renuncias y la triple profesión de fe. Sí: siempre estamos en Éxodo. Es la fe que camina la esperanza. La meta es la bienaventuranza, el cielo.

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6. Les propongo ahora unas breves meditaciones. Empiezo citando a Benedicto XVI: “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. […] En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida».” (Spe salvi 3 y 27).

7. Y, de esperanza, nos habla también el Papa Francisco en su Mensaje para esta Cuaresma 2021: “Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, «dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza» (cf. 1 P 3,15).”

8. En este tiempo de pandemia que vivimos, extraño y difícil, la providencia de Dios nos llama -como a Moisés- a comunicar esperanza a nuestros hermanos. A ser discípulos fogueados por el encuentro con el Dios vivo que nos da esperanza para encarar la vida. No solo en el círculo de nuestra familia y amigos, sino para todos. Pensemos en las generaciones que vendrán: ¿podremos dejarles como herencia la sabiduría de esperanza que brota del Evangelio? ¿Qué mundo les vamos a dejar? ¿Qué grado espiritual de civilización? ¿Qué experiencia de Dios?

9. La pandemia es una prueba muy fuerte. Ha sacado a la luz injusticias y miserias, signos de deshumanización. Pero también ha puesto en evidencia las fuerzas espirituales más preciosas que Dios ha depositado en el corazón humano. Dios sigue escuchando, recordando y mirando a la humanidad que camina y sufre. Cada fragmento de bien, de verdad y de justicia que protagonizamos los seres humanos viene de Dios, se completa y perfecciona en Cristo; es gracia del Espíritu Santo.

10. Como diócesis, como discípulos, como agentes de pastoral: ¿en qué medida el encuentro con Dios nos ha transfigurado realmente? Veámonos reflejados en Moisés. ¿Sentimos nostalgia, deseo o sed de ese encuentro con la zarza que arde sin consumirse? A veces pienso que, los largos meses sin culto público nos han precipitado en una peligrosa frialdad espiritual. No puedo dejar de reflexionar sobre ello. Sé que muchos han redescubierto esa sed que nos habita. Preguntémonos, al menos, por la repercusión espiritual de esta crisis; también en los creyentes. Pensemos, por ejemplo, en la crisis de la oración personal y litúrgica: rezamos poco, o mal o, sencillamente, ya no oramos.

11. La ciencia ayuda, pero no redime, enseña Benedicto XVI e insiste Francisco. Nos preocupa que la economía no repunte, pero más grave aún, el vacío de esperanza en los corazones. Solo el encuentro con el amor absoluto de Dios nos da fuerza espiritual en las pruebas de la vida. Como a Moisés, Dios te está buscando porque quiere llevar esperanza a su pueblo. Te invito a escuchar su voz.

12. El Dios que pone en marcha el camino de esperanza del pueblo es el Padre de Jesús, el Dios compasivo que ama a los pobres, sufrientes y vulnerables. Nos espera siempre junto a todo hermano o hermana que sufre. Vayamos a buscarlo y, llegados a esa tierra sagrada, descalcémonos para escuchar su Voz y dejarnos quemar por su mismo fuego de Amor. El aislamiento social tiene una frontera: la fraternidad con todos, especialmente con los más vulnerables. “Todos hermanos”, nos dice el papa Francisco, indicándonos una orientación preciosa para transitar este tiempo de “éxodo” que vive la humanidad. Lo hacemos con la mirada fija en Jesucristo. Primogénito de mucho hermanos, Él es nuestra Esperanza.

María, contemplativa y fuerte en la esperanza, nos enseña a rumiar la Palabra. A ella invocamos para transitar juntos el camino pascual. Unidos a José, varón justo, custodio de Jesús y patriarca de la Iglesia.

Con mi bendición.

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco