Jueves 9 de mayo de 2024

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Queridos hermanos y hermanas: 

La Comisión Episcopal de Ecumenismo, Relaciones con el Judaísmo, el Islam y las Religiones (Ceerjir), comparte con dolor y esperanza el fallecimiento de su apreciado secretario ejecutivo. 

El muy querido padre Fernando Giannetti, ha celebrado hoy su Pascua eterna, día del patrono de la parroquia del Patrocinio de San José a su cargo, y en el marco de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en el hemisferio norte.

Tras un año de tratamiento del dolor, nos fue dejando sin prisa y sin pausa, sereno y luchador. Se había despedido de la comunidad parroquial, con la que estableció un fuerte lazo, en la Misa de Navidad, y se despidió de quienes lo acompañaban y cuidaban el sábado pasado. 

El Pbro. Fernando Giannetti fue un pionero y artesano de la pastoral del diálogo en muchos espacios eclesiales. Además de haber ejercido durante dos largos periodos como secretario ejecutivo de Ceerjir, fue durante muchos años responsable de la Comisión Arquidiocesana de Buenos Aires, durante unos años, consultor del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Últimamente, había reforzado su compromiso con la oración por la Unidad de los Cristianos, con su Alianza en la Comunidad de Jesús de la Argentina. 

En otros ámbitos, desplegó su servicio al diálogo como integrante del grupo de sacerdotes y pastores en la Comunión Renovada de Evangélicos y Católicos en el Espíritu Santo (Creces), como consultor y profesor del Curso de Valores Religiosos y aportando con su participación en las actividades organizadas por tantas instituciones ecuménicas e interreligiosas.

Con San Pablo, les decimos "damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por ustedes (por Fernando), ... por la esperanza que os está reservada en los cielos, ..., por la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros. Col 1, 3-6a"

Estamos agradecidos por el don que Dios hizo a su Iglesia y a la sociedad con la vida del padre Fernando Giannetti, por su siembra y cosecha, por sus enseñanzas, su espiritualidad y amor por la Eucaristía, su amistad, su vocación, su convicción y entusiasmo con la fraternidad humana, la unidad de los cristianos y el respeto a las diversas tradiciones religiosas, por su particular humor expresado en cada encuentro anual y nacional con los delegados diocesanos que nos han enviado sentidas condolencias y, en el último tránsito, por su ofrenda por la reconciliación. 

Con la certeza de que tendremos un intercesor más por la unidad, invitamos a unirse a rezar con y por Fernando María Giannetti la Oración de Jesús (Juan 17,21) y las dos oraciones que aporta la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco.

Comparto esta noticia junto con mis hermanos obispos, miembros de Ceerjir, con Gloria Williams de Padilla, secretaria adjunta de Ceerjir y con todos los colaboradores de Ceerjir, deseando la bendición de Dios para todos.

Mons. Pedro J. Torres, obispo auxiliar de Córdoba, presidente de Ceerjir

Queridos hermanos y hermanas

Los Obispos que componemos la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal, el Cardenal Mario A. Poli, Primado de la Argentina, Mons. Carlos H. Malfa, Obispo de Chascomús, Mons. Marcelo Colombo, Arzobispo de Mendoza, junto al Arzobispo de Mercedes- Luján Mons. Jorge E. Scheinig, estamos reunidos junto con todos nuestros hermanos obispos de las distintas Diócesis del país, a los pies de María de Luján celebrando esta Eucaristía en su honor en el marco de la Navidad.

Llevamos al corazón de la Virgen este año que termina, en el que toda la humanidad está atravesada por una crisis sanitaria que nos deja expuestos en todas nuestras fragilidades. Con esta dura prueba una vez más quedó en evidencia una de las notas más preciadas de nuestro pueblo, la solidaridad.

Este espíritu solidario continúa vigente en tantas personas que se han entregado al servicio y al cuidado de la vida de los demás, aunque al mismo tiempo se hayan puesto de manifiesto gravísimas inequidades, ineficiencias estructurales sin que faltaran mezquinos intereses en algunos así como la negación de la realidad en otros.

Sin embargo nos consuela mucho saber que el pueblo argentino ha elegido mayoritariamente cuidar la vida frente al rigor de este tiempo inédito.

Queremos agradecer el generoso servicio en tantos comedores y merenderos así como la enorme y sacrificada tarea en los centros de salud, atendidos por aquellas personas que realizan trabajos esenciales. En todos los casos las manos extendidas manifestaron nuestra interdependencia. Nos necesitamos unos a otros.

Muchos sacerdotes y pastores, así como numerosos laicos y voluntarios de Caritas, miembros de organizaciones sociales y de otros credos, están acompañando situaciones de pobreza que se han extendido de un modo alarmante en este último tiempo.

En medio de este contexto excepcional no podemos ocultar nuestro dolor ante el proyecto de ley del aborto. Públicamente hemos expresado la inoportunidad de dicho proyecto, no porque pensemos que hay un tiempo propio para presentarlo, ya que es muy conocida la posición sobre este tema de millones de personas creyentes y no creyentes, sino que cuando hablamos de tiempo oportuno, nos referimos a la sabiduría de leer en profundidad lo que se está viviendo, la magnitud y la complejidad de la crisis que atravesamos, para poner nuestras mejores energías en resolver los problemas que nos urgen hoy: la necesidad de establecer acuerdos fundamentales desde la dirigencia política económica y social que nos permitan mirar hacia adelante priorizando tierra, techo y trabajo para todos, promoviendo estilos de liderazgo que puedan perseverar en un proceso que llevará mucho tiempo y esfuerzo y buscando siempre sostener lo que nos une y no instalarnos en lo que nos divide.

“Esta Navidad nos encuentra en un momento histórico donde necesitamos una ardua reconstrucción: de las fuentes de trabajo, de la educación, de las instituciones y de los lazos fraternos. Muchas cosas se han roto y necesitan ser sanadas” (¿Por qué no renovar la esperanza?)

No podremos construir si se le suelta la mano al indefenso, si se desconocen los derechos al más débil y al más pobre. Este es un principio de ética humana, pre religiosa, que esta sostenido por la ciencia médica y el derecho.

Cuando el Dr. Tabaré Vázquez, ex Presidente del Uruguay que acaba de fallecer, veto la ley del aborto en su país, no se basó en sus creencias ya que se había declarado agnóstico sino en la conciencia de un médico que sabe perfectamente cuando comienza el maravilloso acontecimiento de la vida humana y que ha hecho un juramento para defenderla.

María nuestra madre, eligió la vida amenazada de un niño en el pesebre, la defendió con valentía de Herodes y sus soldados, la acompañó a lo largo de la vida pública de Jesús y la acompañó hasta la cruz, el momento más duro y terrible. Este año el pueblo argentino cuido la vida, la protegió, la alimentó, la curó, la lloró, la defendió de la pandemia del hambre, de la falta de trabajo y de la miseria. Por eso estamos convencidos que con María de Lujan el pueblo seguirá eligiendo siempre toda la vida y todas las vidas.

La Argentina de la post pandemia será fruto de haber entendido bien esta crisis y dependerá también de nuestra capacidad de revisar conductas, de aprender de lo vivido y de la necesidad de crear nuevos estilos de vida más solidarios y más fraternos.

Virgen Santísima, Madre del Pueblo argentino, vos que sos capaz de transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con unos pocos pañales y una montaña de ternura, te pedimos que detengas tu mirada sobre los legisladores que tendrán que decidir sobre un tema de delicadeza tan extrema; que puedas provocar una serena reflexión en sus mentes y en sus corazones, que no renieguen de sus convicciones más profundas, para que todos los invitados al banquete de la vida puedan ser recibidos por un pueblo que sabe crear las condiciones de justicia necesarias para que cada uno tenga su lugar en esta mesa grande, sin excluir a nadie ni privilegiando a algunos”.

Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires (Luján), sábado 26 de diciembre de 2020

En un año difícil como el que vamos terminando, queremos ayudar a fortalecer la esperanza. Dios ilumina el corazón humano con una luz siempre nueva que ayuda a encontrar el sentido de la vida. Del pesebre de Belén emerge con fuerza la imagen de una familia que acoge el don de Dios y lo entrega al mundo con generosidad. 

Cuando se acerca la Navidad, ¿quién no experimenta un deseo de paz, de sosiego, de encuentro fraterno? En la pequeñez de ese Jesús del pesebre descubrimos el gran amor de nuestro Padre del cielo que nunca nos suelta de la mano, y en su humilde pobreza encontramos un mensaje de solidaridad, esperanza y fraternidad. La Navidad nos coloca frente a un Dios que ama al ser humano, más allá de todo, un Dios que elige la cercanía, la unión, el encuentro con cada uno.

Por eso esta fiesta también nos hace pensar en la dignidad de cada vida, nos recuerda cuánto vale un ser humano. El Papa Francisco quiso insistirnos en este punto en su última encíclica, de modo que la pandemia no nos deje iguales sino que nos vuelva más apasionados para defender toda vida: la vida de un anciano, de un discapacitado, de un enfermo, de un niño por nacer.

Así, este tiempo se convierte en un fuerte llamado a la solidaridad, al cuidado mutuo, a ser capaces de ponernos al hombro las penas de los demás. La solidaridad, enseña Francisco, “es pensar y actuar en términos de comunidad... También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales… Entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia” (FT 116).

Que la pandemia no nos impida imaginar y soñar un país más humano y fraterno. Francisco nos recuerda que una sociedad de hermanos acompaña a todos “para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia sea poco destacada» (FT 110). Cuando se convierte en solidaridad, la fraternidad es más que una idea romántica, y Jesús vino a recordarnos: “Todos ustedes son hermanos” (Mt?23,8).

Esta Navidad nos encuentra en un momento histórico donde necesitamos una ardua reconstrucción: de las fuentes de trabajo, de la educación, de las instituciones, de los lazos fraternos. Muchas cosas se han roto y necesitan ser sanadas. Es momento de agradecer al pueblo argentino su paciencia, su cooperación, su resistencia.

Sin embargo, en estas últimas semanas el panorama se ha ennegrecido: la opción política pasó a ser una incomprensible urgencia, una febril obsesión por instaurar el aborto en Argentina, como si tuviera algo que ver con los padecimientos, los temores y las preocupaciones de la mayor parte de los argentinos. Otra cosa sería defender los derechos humanos de los débiles de tal manera que no se los neguemos aunque no hayan nacido.

Para quienes esperan empezar un año mejor, esta agenda legislativa no les trae esperanzas. Hay miles de cuestiones sanitarias y sociales a resolver, que requieren toda nuestra atención: desde los problemas de la vacunación hasta la cantidad de personas muy enfermas que este año no han recibido adecuada atención médica, pasando por las mujeres que sufren violencia o no tienen un trabajo digno. Pero lo que se les ofrece en este momento duro e incierto es el aborto, y eso es un golpe a la esperanza.

No obstante, confiamos en el bien que habita en el pueblo, en esa tierra fértil que son los corazones de los argentinos, capaces de elegir la vida y la fraternidad más allá de todo. Y los creyentes confiamos en Dios, fuente infinita de esperanza, porque él nos dice: “Me invocará, y yo le responderé. Con él estaré en la angustia y lo libraré” (Sal 91:15). Confiando en ese amor seguimos caminando, porque, como nos dice Francisco, “la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (FT 55).

Abrazamos con todo cariño a cada argentina y a cada argentino. Pedimos que Jesús, María y José se hagan presentes en los hogares, para que podamos empezar un año mejor.

Ante los terribles acontecimientos que se están viviendo en varias cárceles bonaerenses, como Secretariado Nacional de la Pastoral Carcelaria, expresamos nuestro más profundo dolor y preocupación.

Este modo de protesta tan violento no beneficia a nadie: muchos heridos, presos y penitenciarios; sus familias inmersas en la más honda angustia e incertidumbre.; y edificios vandalizados: talleres, capillas, escuelas, centros de estudiantes, etc., lo que significará en lo inmediato peores condiciones de detención.

Decimos, una vez más, NO a la violencia, venga de donde venga. En la búsqueda de soluciones, el camino de la violencia nunca debe ser escogido como alternativa. Seguimos creyendo en el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos.

Acompañamos con nuestra cercanía y oración a las personas presas, a los penitenciarios, a sus familias, y a las autoridades políticas y del ámbito de la justicia; y pedimos a Dios poder vivir las palabras iluminadoras del Papa Francisco en el rezo del Ángelus de hoy cuando decía, En este momento de la vida, también mundial, donde hay tanta agresividad...Y también en la vida cotidiana, lo primero que sale de nosotros es la agresión, la defensa. Necesitamos mansedumbre para avanzar en el camino de la santidad. Escuchar, respetar, no agredir: mansedumbre.

Que María, Reina de la Paz, nos ayude como sociedad toda a buscar prontas soluciones a los innumerables problemas de las cárceles argentinas, a construir consensos, y a recorrer caminos de paz que lleven a cicatrizar tantas heridas.

Secretariado Nacional Pastoral Carcelaria Argentina
1 de noviembre 2020

En este tiempo, cuando el ánimo de los argentinos se sobrepone a situaciones extremas con paciencia, ingenio y esperanza –aún ante la pérdida de seres queridos en las familias-; cuando padecemos el humillante aumento en la cantidad de hogares cada vez más pobres; en un año escolar que dejó al margen a una gran cantidad de alumnos y puso en evidencia la desigualdad de recursos y medios; cuando los heroicos agentes sanitarios agotados por el esfuerzo sobrehumano nos piden a gritos que cuidemos la vida; el sentido común -que abunda en el pueblo sencillo- nos revela que no hay lugar para pensar en proyectos legislativos que contradicen el discurso que dice cuidar a todos los argentinos como prioridad.

Desde el comienzo de este largo tiempo en que respondemos como sociedad a la virulencia de una pandemia inesperada, la Iglesia ha acompañado todas las acciones destinadas a enfrentar y mitigar las consecuencias del Covid19. Lo hemos hecho con prudencia y respeto a las decisiones de la autoridad política y sanitaria ya que sabemos que la búsqueda y el fortalecimiento de la unidad es una consigna para la superación de todo lo que nos aflige como País y como Humanidad. Recordamos aquella consigna dramática y todavía vigente del Santo Padre en su oración del 27 de marzo: “¡Estamos todos en la misma barca!” “¡Nadie se salva solo!”

Nos preocupa todo cuanto pueda alejarnos de este compromiso por la unidad a favor del bien común o que pueda acrecentar la brecha que nos divide.

Las últimas noticias sobre la inminente introducción del proyecto de Ley de aborto al Congreso Nacional nos sorprenden tristemente porque desalientan la búsqueda del encuentro fraterno e imprescindible entre los argentinos. Oscurece gravemente el horizonte que nos propone el Papa Francisco en su reciente Encíclica Fratelli tutti: abrir el corazón ante un mundo que rompe en pedazos los sueños y se encierra detrás de una mirada egoísta y excluyente, porque “en el fondo no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” -como los no nacidos-, o si “ya no sirven”- como los ancianos” (Fratelli Tutti nº 18).

Así como la dignidad de la vida y la promoción de los derechos humanos son conceptos centrales en una agenda auténticamente democrática, la situación general de la Salud Pública, planteada por esta dolorosa coyuntura, hace insostenible e inoportuno cualquier intento de presentar y discutir una ley de estas características.

La pandemia nos ha alertado que el Estado debe velar por el cuidado de la "salud pública" es decir, el cuidado de la vida humana. No cuidar todas las vidas, toda la Vida, sería una falta gravísima de un Estado que quiere proteger a sus habitantes.

Invitamos a la prudencia política para no desalentar la búsqueda de la máxima unidad posible en un cuerpo social herido por los desencuentros entre argentinos.

Buenos Aires, 22 de octubre de 2020
Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro, presidente
Cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires, vicepresidente 1º
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, vicepresidente 2º
Mons. Carlos H. Malfa, obispo de Chascomús, secretario general  de la Conferencia Episcopal Argentina

Quiero agradecer a todos los que están siguiendo en vivo esta Semana Social virtual, especialmente a tantas hermanas y hermanos del interior  porque es con ustedes con quienes hemos compartido y vivido tantas Semanas Sociales y hoy nos abrimos a una amplitud auditiva visual grandísima. Así que les agradezco de todo corazón la presencia de gente de todo el país.

Tenemos que referirnos necesariamente al estado de situación que hoy vive nuestra patria. Necesitamos insistir en que la pandemia además de una tragedia, puede ser una oportunidad de conversión. Conversión implica un rumbo distinto pero para esto hay que dar pasos, como en la vida espiritual, y estos pasos son de transformación, podemos transformar algo cada día, desde nuestra cordialidad, cercanía, escucha, diálogo, creatividad y amor fraterno hacia el interés comunitario.

Es una oportunidad en la cual “nadie se salva solo” y donde el desafío colectivo justamente puede ser esa conversión humanista y ecológica, donde podamos afianzar caminos para construir una sociedad más igualitaria. Se requiere para ello de una sensibilidad social y un sentido de fraternidad y solidaridad, que implica no sólo inclusión sino también integración, sin los cuales no es posible el humanismo ni el cuidado de la casa común.

El Discernimiento Social de la Iglesia insta a encontrar maneras de poner en práctica la fraternidad como un principio regulador de orden económico. Donde otras líneas de pensamiento sólo hablan de la solidaridad, el Discernimiento Social de la Iglesia habla también de fraternidad. Reconocer al otro en forma personal, implica visibilizarlo con bondad, implica no prejuzgarlo, y con lucidez, es decir con discernimiento, percibir, descubrir cuál es la urgencia, la necesidad o la situación particular de mi prójimo.

Una sociedad fraternal es solidaria, pero no siempre es cierto lo contrario, como muchas experiencias lo confirman. Mientras la solidaridad es el principio de la planificación social de la desigualdad que permite llegar a ser iguales, la fraternidad es lo que permite a los iguales ser personas diversas. Dicho de otro modo, la fraternidad permite participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio.

La pandemia ha puesto en evidencia la enorme cantidad de excluidos o descartados del sistema, como dice el Papa Francisco, que hoy requieren de cuidados y atención, además de oportunidades para el futuro.. No caigamos en las mezquindades que nos han llevado a visualizar en esta pandemia las desigualdades que hemos generado. América latina no es el continente más pobre pero si el más desigual. Argentina no es una excepción, la pandemia ha manifestado todas las desigualdades, desigualdad educativa, desigualdad sanitaria, desigualdad de conectividad, desigualdad en la bancarización, etc.

Más que nunca es necesario repensar la economía con rostro humano para el escenario post pandemia.  Una economía que ponga el centro de la atención en las personas, en la dignidad del trabajo, en el diálogo como factor articulador de las diferencias políticas y sociales. En una economía de la producción y el consumo antes que en una economía de la especulación.

Por eso Laudato Si, no habla de crisis laboral ni económica, sino de “crisis ecológica”, porque lo engloba todo: la diversidad del ambiente y de la persona, la cuestión de la “tres T” (tierra-techo-trabajo). La crisis ecológica es un problema cultural antes que económico y su resolución -según nos dice el Papa- es la conversión de las estructuras culturales mediante la política -entendida esta como “la forma más alta de caridad”.

Necesitamos mejorar nuestro rumbo un rumbo que, para ser sostenible, necesita colocar en el centro del sistema económico a la persona humana -que siempre es un trabajador y una trabajadora-, integrando la problemática laboral con la ambiental.

La cuestión laboral reclama la responsabilidad del Estado, al cual compete la función de promover la creación de oportunidades de trabajo, incentivando para ello al mundo productivo, tanto como al científico-tecnológico y cultural, que se debe corresponder con un mundo de acceso social a los bienes y al consumo. Para eso, como tarea primordial, consideramos que se debe estimular y garantizar el diálogo entre organizaciones  de trabajadores y de empresarios  tanto como entre estos dos sectores y los partidos políticos, los movimientos sociales y populares, las asociaciones civiles, las universidades y centros de investigación, lo que vienen haciendo hace ya más de dos años la “Mesa de Diálogo por el Trabajo y la Vida Digna”.

Queremos estar cerca y acompañar a todos los que hoy sufren angustia por la falta de trabajo y por  las dificultades para sostener una vida digna para su familia. Junto a ellos no renunciamos a pensar en un país donde la economía esté al servicio del hombre y no al contrario. Donde no se promueva la idolatría del dinero sino la búsqueda del bien común. Unimos nuestras plegarias a Dios nuestro Padre por Jesucristo si Hijo con las del Papa Francisco:

“¡Ruego al Señor que nos regale más políticos, empresarios, sindicalistas, dirigentes sociales a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!
Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos”
(Evangelii Gaudium, nro. 205).

Finalmente, necesitamos deponer en nuestra sociedad: odios que nos despersonalizan, distanciamientos ideológicos y acusaciones constantes que no hacen más que generar enemistad, descalificación, mediocridad y culpabilizaciones sin solución.

Hemos hablado mucho en este tiempo del cuidado, del cuidarnos para cuidar. Dice H. Nouwen: “Cuidar es ser compasivo y formar una comunidad de personas que se enfrenten honestamente a la dolorosa realidad de nuestra existencia finita. Cuidar es el gesto más humano, en el cual la confesión valiente de nuestro quebrantamiento común no conduce a la parálisis sino a la comunidad”.

Por ello necesitamos aprender de tantas comunidades que en esta pandemia han generado una conciencia social, fraterna, solidaria y comunitaria.

Entendiendo que estamos en una coyuntura donde la creatividad de todos debe poder ayudarnos recíprocamente, será posible con la participación de todos los sectores, como podremos encontrar los mejores caminos de salida, ya que -como dice el Papa Francisco- “estamos todos en la misma barca” y sólo saldremos juntos.

Mons. Jorge Lugones SJ, obispo de Lomas de Zamora y presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social

Este año el mes de junio nos recuerda un doble acontecimiento del prócer Manuel Belgrano: el 250° aniversario de su nacimiento, el 3 de junio de 1770; y el bicentenario de su muerte, el 20 de junio de 1820. Fue el creador de nuestra bandera y por eso, en la fecha de su paso inmortal, conmemoramos el día de nuestra enseña patria, izada por primera vez el 27 de febrero de 1812. Es la bandera que nos une y nos emociona, signo y símbolo de identidad, pertenencia y unidad como argentinos y ante el mundo.

Manuel Belgrano es uno de nuestros próceres fundadores, que nunca buscó su gloria. Escribía en 1816: “mucho me falta para ser un verdadero Padre de la Patria, me contentaría con ser un buen hijo de ella” (Carta,10-X-1816). Esta expresión humilde sale del corazón de un hombre que, en el Congreso de Tucumán, de consuno con el pensamiento del Gral. José de San Martín, fue determinante para la declaración de la Independencia.

Decía oportunamente el Card. Jorge Mario Bergoglio, hoy nuestro Papa Francisco: “Belgrano vivió en una época de utopías. Hijo de italiano y criolla se había dedicado a estudiar Leyes en algunas de las mejores universidades de la metrópoli: “en Salamanca, Madrid y Valladolid. En la convulsionada Europa de fin de siglo, el joven Belgrano no sólo había aprendido la disciplina que había ido a estudiar, sino que se había interesado por el torbellino de ideas nacientes que estaban configurando una nueva época, en particular, por la economía política. Firmemente convencido de las más avanzadas ideas de progreso de su tiempo, no dudó en formar en su interior un proyecto: poner todo esto al servicio de una gran causa en su patria natal”[1].

Escribe Belgrano: “Mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto particular /.../: el bien público estaba en todos los instantes a mi vista.” (Autobiografía)

“Mucho antes que otros, Belgrano comprendió que la educación y aún la capacitación en las disciplinas y técnicas modernas eran una importante clave para el desarrollo de su patria. “Fundar escuelas es sembrar en las almas”, dirá nuestro prócer. El espíritu revolucionario de Belgrano descubrió rápidamente que lo nuevo, lo que podría llegar a ser capaz de modificar una realidad estática y esclerotizada, vendría por el lado de la educación. De este modo, promovió por todos los medios la creación de escuelas básicas y especializadas”[2]. Porque, dice: “si recuerdo el deplorable estado de nuestra educación, veo que todo es una consecuencia precisa de ella.” (Autob.)

“De allí que bregara también por la fundación de escuelas en la ciudad y en el campo, adonde se brindara a todos los niños las primeras letras, junto a conocimientos básicos de matemáticas, el catecismo, y algunos oficios útiles para ganarse la vida”[3].

La educación que concebía el prócer tenía que alcanzar a los distintos sectores de la población, también a las niñas y jóvenes, en una época todavía lejana al reconocimiento práctico de iguales condiciones y derechos para varones y mujeres. A la fundación de escuelas destinó sus premios: “Cada vez anhelo más por la apertura de estos establecimientos, y por ver sus resultados. Porque conozco diariamente la falta que nos hacen.” (Carta, VII/1813)

“Además de sus incontrastables virtudes personales y su profunda fe cristiana, Belgrano fue un hombre que en el momento justo supo encontrar el dinamismo, empuje y equilibrio que definen la verdadera creatividad: la difícil pero fecunda conjunción de continuidad realista y novedad magnánima. Su influencia en los albores de nuestra identidad nacional es muchísimo mayor de lo que se supone; y por ello puede volver a ponerse de pie para mostrarnos, en este tiempo de incertidumbre, pero también de desafío, “cómo se hace” para poner cimientos duraderos en una tarea de creación histórica” [4].

Con su visión humanista profunda y amplia, incluye a todos los pueblos que integran el territorio de las Provincias Unidas, también a los originarios y esto, no como oportunismo para resolver una coyuntura. Escribe: “A nuestros paisanos, los naturales, para defender su libertad es necesario hacerles entender el inestimable valor de esa prenda tan preciosa, y que debe preferirse la muerte misma a la esclavitud” (Carta, 21-IX- 1811).

Su pensamiento, puesto al día en ese paso al siglo XIX, aparece en las “memorias del Consulado”, en las que muestra lo que debe tener en cuenta un país que mire con realismo sus condiciones naturales. Por eso es propulsor de la agricultura, como base necesaria para que la industria y el comercio desarrollen el país y le den mayor riqueza.

Además de lo que hacía al desarrollo económico, Belgrano consideraba que “un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”. “La dignidad de la persona humana ocupaba en su mentalidad, al mismo tiempo cristiana e ilustrada, el lugar central”[5].

En tiempos en los cuales la libertad de la patria se jugaba en la triste realidad de los campos de batalla, aunque sin formación militar académica, asume con responsabilidad y entrega su servicio. Arriesga su vida desde las invasiones inglesas; con el cuerpo de Patricios, participa de las campañas militares que preparan y defienden la independencia; siempre resalta su infatigable abnegación. Y en años de tantos sacrificios y momentos oscuros, las victorias de Tucumán y Salta brillan como ejemplos de las mejores virtudes patrióticas de Belgrano, que él extiende a sus tropas.

Necesitaríamos considerar muchos aspectos para intentar un esbozo de esta personalidad tan rica; pero no podemos olvidar su espiritualidad, manifestada en las acciones de su vida así como lo hace antes y después de las batallas. La Virgen de Luján cuando parte de Buenos Aires con su primera expedición, la de la Merced y Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya, en Tucumán, Salta y Jujuy respectivamente, es siempre la Madre y Generala a quién se encomienda y agradece.

Su religiosidad no solamente se destaca en la devoción mariana, sino que también encarna en su vida los valores ético-morales del cristianismo, expresados claramente en una vida austera y honesta y en el desprendimiento generoso de sus bienes.

La generosidad de Belgrano en su forma de vivir, es sin duda un ejemplo que no podemos dejar de lado. No lo motiva el éxito individual, ni el ansia de riquezas ilimitadas frente al desamparo del resto de la población.

“El bien común exige dejar de lado actitudes que ponen en primer lugar las ventajas que cada uno puede obtener, porque impulsa a la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio. “ (CEA. Bicentenario de la Independencia. n. 37. 2016)

Tampoco lucha por una patria para pocos, y aún en condiciones de emergencia e incertidumbre procura la igualdad y el esfuerzo conjunto. Las condiciones en las que ve sumergida a la nación en esos momentos nuevos de independencia, no son subterfugio para cuidarse a sí mismo ni para justificar el egoísmo.

“Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés porproyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida”. (CEA. Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad. n. 22. 2008).

En cada situación asumió los riesgos individuales y colectivos, como la difícil y sacrificada proeza que supo suscitar cuando toda una ciudad lo acompañó en el éxodo jujeño, aquella retirada estratégica y heroica que estuvo en la base de un retorno triunfal a esa misma tierra.

La vida y las acciones de un hombre tan importante para nuestra nación, son un faro, en momentos tan difíciles como hoy nos toca vivir, tiempos en los que una pandemia acecha nuestra seguridad presente, nos llena de incertidumbre y a su vez de esperanza en preparar el futuro.

“Más allá de las profundas diferencias de época, hay mucho de permanente, de vigente, en la actitud de Belgrano de tratar de mirar siempre más allá, de no quedarse con lo conocido, con lo bueno o malo del presente. Esa actitud “utópica”, en el sentido más valioso de la palabra, es sin duda uno de los componentes esenciales de la creatividad, tan necesaria en los tiempos que nos toca vivir”[6].

En esta conmemoración bicentenaria damos gracias a Dios, ““fuente de toda razón y justicia”, por la virtuosa, sacrificada y heroica vida de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano; a la vez que elevamos nuestra oración para que nos conceda a los argentinos inteligencia y generosidad en asumir su legado patriótico, el que seguirá iluminando el deseo irrenunciable de todos los que aspiramos a un país nuevo y un mundo mejor.

Buenos Aires, 20 de junio de 2020
Comisión Ejecutiva Conferencia Episcopal Argentina

 


Notas:

[1] Mensaje del Cardenal Jorge M. Bergolio, S.J., arzobispo de Buenos Aires, a las comunidades educativas, al inicio del año escolar, dado en la Misa celebrada en la Catedral Metropolitana el 9 de abril de 2003.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Ibid.

Estamos atravesando el tiempo de Pascua, este tiempo en el que Jesús viene a acompañarnos en el duro camino que nos toca. Un tiempo que nos obliga a buscar nuevas formas de encuentro y solidaridad en medio de las dificultades. Que nos iguala en el dolor pero que nos compromete con la ayuda a los desiguales en términos de la salud, la alimentación, el riesgo humano y también la supervivencia en relación al trabajo y a la producción.

Es un momento en el que, como decíamos al inicio de la Semana Santa, la emergencia sanitaria vino a sumarse a la delicada situación de emergencia alimentaria y social que tantas hermanas y hermanos de nuestra patria vienen atravesando. Emergencia que no puede separarse de la profunda crisis económica que venía afectando a nuestros hermanos sin pan y sin trabajo; una crisis que afecta a todas las partes involucradas y que nos interpela para poder encontrar caminos de salida.

Las grandes empresas e industrias, especialmente aquellas que debieron parar sus actividades en forma total por la pandemia, están tratando por todos los medios de preservar las estructuras de trabajo. Son ellas quienes tienen que seguir sosteniendo una ética de la solidaridad que se anteponga a la lógica de las ganancias o la especulación.

Las empresas pequeñas y medianas, por su parte, intentan con muchísima dificultad, encontrar caminos que les permitan mantener mínimos de producción y preservar empleos. Ellas están en la primera línea de fuego de la subsistencia.

Desde el Estado se ha asumido también este desafío; se proponen y se intentan medidas de auxilio, aunque sabemos que la implementación choca, en muchos casos, con las trabas de la burocracia del sistema bancario y financiero que no sigue el mismo ritmo.

Los sindicatos están poniendo su mayor esfuerzo, tanto desde la defensa de las fuentes de trabajo, como igualmente comprometiendo sus recursos de infraestructura y obras sociales.

Los movimientos populares tratan de sostener la demanda creciente de asistencia alimentaria y social por la enorme cantidad de hermanos que han perdido sus únicas fuentes de ingreso ante los emprendimientos que han debido cesar por la pandemia.

Deseamos enviarles nuestro acompañamiento y compromiso en este tiempo de incertidumbre, de esfuerzo, animándonos a volver la mirada a Jesús Resucitado, Señor de nuestra vida y de nuestra historia, para que sea El quien renueve nuestra esperanza y nuestra confianza de que siempre camina junto a nuestro pueblo.

Del mismo modo queremos convocarlos a mantener la unidad dentro de los espacios de diálogo, tales como el de la Mesa de Diálogo por el Trabajo y la Vida Digna, entendiendo que estamos en una coyuntura donde la creatividad de todos debe poder ayudarnos recíprocamente. Será sólo con la participación de todos los sectores, como podremos encontrar los mejores caminos de salida, ya que -como dice el Papa Francisco- “estamos todos en la misma barca” y sólo saldremos juntos.

Sabemos que ya se habla de una “lenta y ardua recuperación de la pandemia”, pero tengamos cuidado, como dijo el Papa, que no nos azote otro virus, que es el del egoísmo indiferente, el que hace que pensemos que la vida mejorará si nos va bien a cada uno de nosotros, descartando a “los pobres e inmolando en el altar del progreso al que se queda atrás. Esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos”.

“Aprovechemos entonces esta situación como una oportunidad para preparar el mañana de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro”.

Mons. Jorge Lugones SJ, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social